3.5. Preparar el camino al Señor
La
venida inminente del Señor requiere estar preparados, y esta preparación es muy
concreta: la conversión, volver a Él, preparar el camino del Señor, primero con
la conversión personal y después abriendo caminos a Cristo entre los hombres.
El
Adviento también nos educa en la conversión así como en el espíritu
evangelizador, movidos por un mismo principio: como el Bautista grita,
preparamos nosotros también el camino al Señor: “Prepara, Señor, en nuestros
corazones, un camino para tu Palabra que ha de venir; así tu gloria se manifestará
al mundo por medio de nosotros” (Mart I). Como una gracia, se suplica una
conversión real del corazón para poder acoger y recibir al Salvador que viene:
“concédenos, Señor, dar aquel fruto que pide la conversión, para que podamos
recibir tu reino que se acerca” (Mart I).
Al
tiempo que se va viviendo la conversión personal, se abre camino a Cristo, el
Señor, entre los hombres y en el mundo, anunciando al Señor que ya llega: “Que
al anunciar tu venida, Señor, nuestro corazón se sienta libre de toda vanidad”
(Lunes II); “concede a los que anunciamos al mundo tu salvación que la
encontremos también en ti” (Vier II), ya que, como san Pablo escribe de sí
mismo: “corro yo, pero no al azar, lucho,
pero no contra el aire; sino que golpeo mi cuerpo y lo someto, no sea que,
habiendo predicado a otros, quede yo descalificado” (1Co 9,26-27).
Es tiempo de
proclamar el Evangelio, la gran noticia de la salvación y de la llegada del
Redentor, con fuerza y pasión, con entrega siempre renovada: “Tú que viniste a
anunciar la Buena Noticia
a los hombres, danos fuerza para que también nosotros anunciemos el Evangelio a
nuestros hermanos” (Sab II).
3.6. Las obras de una vida santa
Hay
un estilo específicamente cristiano de vivir, un modo de existencia cristiana
en santidad y justicia que poco tiene que ver con la mundanización o con esa
contemporización cómoda y cobarde de tener principios cristianos pero
comportamientos apagados, que ni son luz ni sal ni fermento, sino disimulo
constante.
La
vida cristiana es una vida santa, a contracorriente, y con modos propios de
ser, de relacionarse, de situarse ante la realidad. Ese estilo, mientras
esperamos al señor, es definido por san Pablo en un texto que tiñe el Adviento
de un color propio y que la liturgia se complace en repetir: “llevemos ya desde ahora una vida sobria,
justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos y la manifestación de la
gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo” (Tt 2,12-13). La
liturgia transforma en petición ese texto paulino: “haz que durante este día
caminemos en santidad y llevemos una vida sobria, honrada y religiosa” (Dom I);
y también: “Tú que eres bendito por los siglos, concédenos por tu misericordia,
que, llevando ya desde ahora una vida sobria y religiosa, esperemos con gozo tu
gloriosa aparición” (Dom II); “concédenos, por tu misericordia, llevar ya desde
ahora una vida sobria y religiosa, mientras aguardamos la dichosa esperanza, la
aparición gloriosa de Jesucristo” (Juev II).
El
modo cristiano de vivir posee unas virtudes que orientan el camino mientras
esperamos. Estas virtudes, adquiridas por el hábito continuado, el ejercicio
constante, han sido sembradas por la gracia en el corazón: “Señor, cuya venida
en la carne anunciaron los profetas, haz germinar en nosotros la semilla de las
virtudes” (Vier II).
Viviendo
así, suplicamos virtudes específicamente cristianas, que no están de moda
precisamente ahora: “concédenos la mansedumbre en todo tiempo, y haz que sea
notoria a todos los hombres” (Lun I). Además de la mansedumbre, como Cristo es
manso (cf. Mt 11,29), está la humildad frente al orgullo: “abaja los montes y
las colinas de nuestro orgullo y levanta los valles de nuestros desánimos y de
nuestras cobardías” (Mart I). Tampoco habrá lugar para la ira, el rencor o la
violencia, si hay virtudes tales como la mansedumbre y la humildad; el
cristiano responde de modo distinto: “Rey de la paz, que de las espadas forjas
arados, y de las lanzas, podaderas, convierte nuestras envidias en amor y
nuestra hambre de venganza en deseos de perdón” (Mierc I).
El
cristiano sabe acoger al otro, cordialmente, con empatía y poniéndose a su
servicio con gran amor. La fraternidad cristiana se muestra acogedora y lo hace
en el hermano concreto, en las personas que se cruzan en nuestra vida, que
forman parte de ella: “Señor, haz que sepamos acogernos mutuamente, como Cristo
nos acogió a nosotros para dar gloria a Dios” (Viern I). La ley suprema es la
caridad, el amor cristiano que supera toda filosofía, “que trasciende todo conocimiento” (Ef 3,19), por lo que se vive
cristianamente cuando se vive el amor sin concesiones al egoísmo. Las obras del
amor cristiano, las obras de misericordia, deben avalar lo que confesamos:
“Padre lleno de amor, no permitas que nuestra vida y nuestras obras rechacen a
Cristo, tu enviado, pues nuestra lengua lo proclama con fe plena” (Juev II).
Qué foto!!!!
ResponderEliminarLa entrada ha calmado la indignación con la que ha comenzado mi jornada laboral; ahora ya puedo rezar Laudes.
Resaltar lo que para mí es lo más importante y que frecuentemente se olvida por desgracia: "....como Él". Si no referimos la actitud, la virtud... del católico a Él de esa manera tan expresiva, "como Él", no seremos fieles a lo que debemos ser. Personas más o menos decentes "las hay en todas las familias", pero ¿Dios se hizo carne para que seamos más o menos decentes?
Luz perenne se nos brinda, la salvación centellea, y un resplandor nos convoca
a las mansiones etéreas.
Julia María:
EliminarComo le acabo de escribir en otro comentario, la foto no es mía; su autoría está en Costa Rica, en nuestra amiga MariCruz. No me puedo adjudicar méritos que no son míos.
Pero me alegro que la foto y la catequesis calmarán su alma para orar con las Laudes.
Es verdad, Dios no se hizo hombre sólo para que seamos más o menos decentes, más o menos buenas personas, que esas las hay por doquier, también con sus sombras.
Se hace hombre para que el hombre sea hijo de Dios. El camino será la unión con Cristo, ser como Él, pensar como Él, trabajar como Él, amar como Él.
Leyendo sobre las virtudes cristianas he llegado a la conclusión de que no soy cristiano. Cosas que pasan. Sigo rezando. DIOS les bendiga
ResponderEliminarAntonio Sebastián:
EliminarNo exagere, por favor.
Se es cristiano porque se ha sido bautizado y ungido (hecho otro Cristo), y en el día a día desarrollamos todo lo recibido en esos sacramentos. El camino es lento, verdad, pero no afirmemos nunca ni de nosotros ni de nadie que "no somos cristianos" porque aún no hayamos crecido en virtudes a la medida de Cristo.
Vamos en camino, siempre en camino.
¡Feliz Navidad don Javier !
ResponderEliminarMe encantan sus fotos,el momento,el regalo del Jefe, la instantánea detrás de un ojo que busca y sabe ver. Un abrazo.
xtobefree:
EliminarRepito que estas fotos no son mías... ¡¡¡que son demasiado buenas para ser mías!!! Son amaneceres de Costa Rica, y la autora es MariCruz.
Un fuerte abrazo, que últimamente está muy desaparecido.