martes, 12 de junio de 2012

El Corazón de Jesús (II)

Cristo nos amó infinitamente, hasta el extremo, con un amor personalísimo por cada uno de nosotros. Para él, no somos un número, sino un rostro, un alguien a quien ofrecerse, porque conoce a cada oveja y la llama por su nombre propio.


Su amor infinito, inabarcable, suscita la respuesta de amor, compartiendo con Él sus sentimientos, entrando en su vida interior más profunda y adorando su Persona.

La espiritualidad del Corazón de Jesús es espiritualidad del amor, de la confianza sin límites, del abandono, de la amistad, así como de la expiación, la redención, la reparación, la intercesión... solidarios de la sed de salvación de Cristo para el hombre.

"El significado más profundo de este culto al amor de Dios sólo se manifiesta cuando se considera más atentamente su contribución no sólo al conocimiento sino también, y sobre todo, a la experiencia personal de ese amor en la entrega confiada a su servicio (cf. ib., 62). Obviamente, experiencia y conocimiento no pueden separarse:  están íntimamente relacionados. Por lo demás, conviene destacar que un auténtico conocimiento del amor de Dios sólo es posible en el contexto de una actitud de oración humilde y de generosa disponibilidad. Partiendo de esta actitud interior, la mirada puesta en el costado traspasado por la lanza se transforma en silenciosa adoración. La mirada puesta en el costado traspasado del Señor, del que brotan "sangre y agua" (cf. Jn 19, 34), nos ayuda a reconocer la multitud de dones de gracia que de allí proceden (cf. Haurietis aquas, 34-41) y nos abre a todas las demás formas de devoción cristiana que están comprendidas en el culto al Corazón de Jesús.

La fe, entendida como fruto de la experiencia del amor de Dios, es una gracia, un don de Dios. Pero el hombre sólo podrá experimentar la fe como una gracia en la medida en la que la acepta dentro de sí como un don, del que trata de vivir. El culto del amor de Dios, al que la encíclica Haurietis aquas (cf. n. 72) invitaba a los fieles, debe ayudarnos a recordar incesantemente que él cargó con este sufrimiento voluntariamente "por nosotros", "por mí". Cuando practicamos este culto, no sólo reconocemos con gratitud el amor de Dios, sino que seguimos abriéndonos a este amor de manera que nuestra vida quede cada vez más modelada por él.
Dios, que ha derramado su amor "en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (cf. Rm 5, 5),  nos  invita incesantemente a acoger su amor. Por consiguiente, la invitación  a entregarse totalmente al amor salvífico de Cristo (cf. Haurietis aquas, 4) tiene como primera finalidad la relación con Dios. Por eso, este culto, totalmente orientado al amor de Dios que se sacrifica por nosotros, reviste una importancia insustituible para nuestra fe y para nuestra vida en el amor. 

Quien acepta el amor de Dios interiormente queda modelado por él. El hombre vive la experiencia del amor de Dios como una "llamada" a la que tiene que responder. La mirada dirigida al Señor, que "tomó sobre sí nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8, 17), nos ayuda a prestar más atención al sufrimiento y a las necesidades de los demás. La contemplación, en la adoración, del costado traspasado por la lanza nos hace sensibles a la voluntad salvífica de Dios. Nos hace capaces de abandonarnos a su amor salvífico y misericordioso, y al mismo tiempo nos fortalece en el deseo de participar en su obra de salvación, convirtiéndonos en sus instrumentos.
Los dones recibidos del costado abierto, del que brotaron "sangre y agua" (cf. Jn 19, 34), hacen que nuestra vida se convierta también para los demás en fuente de la que brotan "ríos de agua viva" (Jn 7, 38) (cf. Deus caritas est, 7). La experiencia del amor vivida mediante el culto del costado traspasado del Redentor nos protege del peligro de encerrarnos en nosotros mismos y nos hace más disponibles a una vida para los demás. "En esto hemos conocido lo que es amor:  en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos" (1 Jn 3, 16) (cf. Haurietis aquas, 38). 

La respuesta al mandamiento del amor sólo se hace posible experimentando que este amor ya nos ha sido dado antes por Dios (cf. Deus caritas est, 14). Por tanto, el culto del amor que se hace visible en el misterio de la cruz, actualizado en toda celebración eucarística, constituye el fundamento para que podamos convertirnos en personas capaces de amar y entregarse (cf. Haurietis aquas, 69), siendo instrumentos en las manos de Cristo:  sólo así se puede ser heraldos creíbles de su amor. 

Sin embargo, esta disponibilidad a la voluntad de Dios debe renovarse en todo momento:  "El amor nunca se da por "concluido" y completado" (cf. Deus caritas est, 17). Así pues, la contemplación del "costado traspasado por la lanza", en el que resplandece la ilimitada voluntad salvífica por parte de Dios, no puede considerarse como una forma pasajera de culto o de devoción:  la adoración del amor de Dios, que ha encontrado en el símbolo del "corazón traspasado" su expresión histórico-devocional, sigue siendo imprescindible para una relación viva con Dios (cf. Haurietis aquas, 62)" (Benedicto XVI, Carta al P. General de la Compañía de Jesús, 15-mayo-2006).

Aunque en tiempos cercanos esta espiritualidad del Corazón de Jesús sufrió un retroceso, en verdad es el fundamento del cristianismo mismo ya que "hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en él" y así permanecemos en su amor.

Tal vez renovada en sus formas y prácticas exteriores y atendiendo más al contenido más profundo, esta espiritualidad del amor de Cristo sea profundamente regeneradora de la vida cristiana, del apostolado y de las obras de caridad. No, el cristianismo ni es una ideología ni una ética, sino la respuesta de amor a Jesucristo redentor y la comunicación de su amor y vida divinas. En esto nos ayuda mucho la espiritualidad del Corazón de Jesús.

Centrada en el amor, vivida en el Sagrario, intensificada en la adoración eucarística, esta espiritualidad nos hace saborear el amor de Cristo, transformándonos internamente y permitiéndonos amar con un amor nuevo y santo, el amor de Jesús. Sin esta experiencia del amor de Cristo, estaríamos viviendo una ideología o un compromiso ético sin fundamento ni fuente de alimentación o una religión de deberes exteriores, formalista.

¡Hemos conocido el amor que Dios nos tiene!

7 comentarios:

  1. Gracias a este Corazón vivo yo D Javier....Toqué fondo un dia...vi mi NADA frente al TODO...me hizo desprenderme ipso facto de todo lo que me daba la "vida" chata y aburrida y rodeada de una engañosa espiritualidad...me fuí abandonando y entrando (en mis fuerzas) en creer que lo tenia todo....aprisioné al Espiritu dentro de mi....escondí la Luz que habitaba en mi por miedo a los afectos...y veia como se moria mi alma....Hoy me sé rescatada y redimida....el Descanso en la Cruz ha sido mi salvacion y este Corazón de Jesus late dentro de mi suavemente....Me he dejado llevar por El y VIVO con Paz y armonia, como Persona. Una Gracia que comparto con usted. Que Dios lo bendiga.

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    1. Mi experiencia, Gosspi, es distinta. En cierto modo, y parafraseando a la Doctora más joven, santa Teresa de Lisieux, he de decir que desde siempre he vivido y conocido a Cristo por pura gracia. Su gracia me ha ido llevando.

      Un gran abrazo y permanezcamos en su amor.

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  2. “…saborear el amor de Cristo, transformándonos internamente y permitiéndonos amar con un amor nuevo y santo, el amor de Jesús…”. Amar con su amor, amar como Él ama.

    Gloria a ti Hostia santa y bendita,
    sacramento, misterio de amor,
    luz y vida del nuevo milenio,
    esperanza y camino de amor
    (Himno del 48 Congreso Eucarístico Internacional)

    ¡Qué Dios les bendiga!

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    1. Creo que ahí se encierra todo: amar como Él, amar con su amor y que Él "nos preste" su amor.

      Jesús, manso y humilde de corazón.
      R/ Haz nuestro corazón semejante al tuyo.

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  3. Lo fundamental de la devoción al Sagrado Corazón es que nos hace cristocéntricos, nos posiciona en Cristo, de forma que su Corazón, por la gracia, se hace nuestro, y podemos imitar sus sentimientos, pensar con su mente, andar por el mundo como Él anduvo. Un abrazo

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    1. Espiritual y teológicamente es algo para mí muy poderoso, muy atrayente: adquirir la "forma Christi" y, por tanto, cristificarnos. Que Cristo sea el centro, el Amor, el Señor.

      A mí el cristocentrismo me parece una nota esencial, la revelación absoluta de la Belleza de Dios, que con su fulgor, transfigura lo que somos para que ya seamos en Él, con Él, por Él y como Él.

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    2. Qué inspirado está vd, yo no lo habría podido expresar mejor.

      Voy a tener que ponerme insidioso, para inquietarle y se desconcentre, no sea que los agustinianos brillen en exceso, je, je, frente a los perversos escolásticos

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