“¡Cuánto nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos!” (Nm 11,5). ¿Gratis?
Muchas cosas del pasado, con el discurrir del tiempo, se han podido desfigurar, y en momentos de sufrimiento y debilidad surge una nostalgia del pasado que lo hemos idealizado, cuando en verdad nunca fue así. Esta nostalgia que nace de una memoria que todo lo embellece –pero no era todo tan hermoso antes- el Maligno lo aprovecha para tentarnos más en la crisis o dificultad presente. Sólo se puede arreglar resituando los recuerdos del pasado en su verdad, esto es, objetivando, recordar lo más minuciosamente posible y ver que el pasado también tuvo su parte dolorosa; que la actual crisis o cruz no es, de por sí, la peor y más terrible de las vividas. La objetividad se da recordando con detalle, serenando la conciencia y buscando la Verdad, y, por tanto, viviendo el presente, el hoy histórico, con paz.
“Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer en estos cuarenta años por el desierto” (Dt 8,2).
Si el pasado constituye una explicación del presente, hay que pararse en el camino, ir al Señor, y estando con Él, ver la unidad de la propia vida como una historia de salvación personal, una historia realizada con amor por el Señor y que mira a nuestra propia santificación. Muchas cosas que nuestro entendimiento no ha llegado a interpretar, incluso recuerdos dolorosos, los hemos dejado arrinconados; otras veces hemos vivido sin saber ni lo que vivíamos ni adónde nos conducía el Señor. Habrá lagunas y zonas oscuras en nuestro pasado si renunciamos a interpretar nuestra vida como historia de salvación. Muchas cosas que sucedieron pudieron parecer casualidades, otras fueron fruto de nuestras decisiones y libertad para elegir aquello que más conducía al mayor servicio y alabanza de Dios. Miremos y parecen cosas inconexas, aisladas. Sin embargo el alma creyente descubre en todo la Providencia –pues “¡Todo es gracia!”-, una Providencia de Quien es Amor, todo Amor y Gracia para nosotros. Mirar la propia historia y encontrar su sentido, es profundamente liberador para el alma. Todo queda integrado, incluso lo que en su día fuimos incapaces de comprender (o incluso nos rebelamos), también lo doloroso, el sufrimiento que sí fuimos capaces de asumir maduró nuestra alma. Todo es gracia. Con la luz del Salvador que viene, la historia tiene sentido y belleza para ser recapitulada toda tu vida en Cristo. “Y todo se mantiene en Él”.
“Recordad las maravillas que hizo el Señor” (Sal 104,5).
Así el creyente, en este trabajo, recuerda a la luz de Dios, amparado en su Amor, recuerda y resume: todo ha sido un don de Dios. Hasta poder realizar eso, el alma va a quedar insatisfecha, oprimida en muchos momentos. Este integrar el pasado en una historia de amor y gracia ilumina el presente de lo que vivimos; si en el ayer estuvo la Providencia realizando su amor, trazando nuestra historia, en el hoy, ¿por qué no va a estar la Providencia realizando su plan salvador? ¿Por qué en el presente las cosas que hacen sufrir y son ahora incomprensibles, no van a ser providenciales, buenas, conducentes a nuestra santificación y como tales, un trayecto más de nuestra historia de salvación? Ver el pasado e integrarlo como historia de salvación ilumina y proyecta la esperanza de lo que ahora se vive y que más adelante se comprenderá como historia de gracia.
En el pasado registrado en la memoria muchas cosas siguen ocultas porque en su momento hubo de cubrirlas con el olvido para que las heridas en el alma dejasen de sangrar; sin embargo, están ahí muchas veces influyendo en nuestro subconsciente: pecados, infidelidades al Señor, traumas o complejos, problemas o fracasos. Otros –los más fuertes y significativos- los tenemos muy presentes, no queremos ni tocarlos porque siguen siendo fuente de conflictos dolorosos.
Muchas cosas del pasado, con el discurrir del tiempo, se han podido desfigurar, y en momentos de sufrimiento y debilidad surge una nostalgia del pasado que lo hemos idealizado, cuando en verdad nunca fue así. Esta nostalgia que nace de una memoria que todo lo embellece –pero no era todo tan hermoso antes- el Maligno lo aprovecha para tentarnos más en la crisis o dificultad presente. Sólo se puede arreglar resituando los recuerdos del pasado en su verdad, esto es, objetivando, recordar lo más minuciosamente posible y ver que el pasado también tuvo su parte dolorosa; que la actual crisis o cruz no es, de por sí, la peor y más terrible de las vividas. La objetividad se da recordando con detalle, serenando la conciencia y buscando la Verdad, y, por tanto, viviendo el presente, el hoy histórico, con paz.
“Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer en estos cuarenta años por el desierto” (Dt 8,2).
Si el pasado constituye una explicación del presente, hay que pararse en el camino, ir al Señor, y estando con Él, ver la unidad de la propia vida como una historia de salvación personal, una historia realizada con amor por el Señor y que mira a nuestra propia santificación. Muchas cosas que nuestro entendimiento no ha llegado a interpretar, incluso recuerdos dolorosos, los hemos dejado arrinconados; otras veces hemos vivido sin saber ni lo que vivíamos ni adónde nos conducía el Señor. Habrá lagunas y zonas oscuras en nuestro pasado si renunciamos a interpretar nuestra vida como historia de salvación. Muchas cosas que sucedieron pudieron parecer casualidades, otras fueron fruto de nuestras decisiones y libertad para elegir aquello que más conducía al mayor servicio y alabanza de Dios. Miremos y parecen cosas inconexas, aisladas. Sin embargo el alma creyente descubre en todo la Providencia –pues “¡Todo es gracia!”-, una Providencia de Quien es Amor, todo Amor y Gracia para nosotros. Mirar la propia historia y encontrar su sentido, es profundamente liberador para el alma. Todo queda integrado, incluso lo que en su día fuimos incapaces de comprender (o incluso nos rebelamos), también lo doloroso, el sufrimiento que sí fuimos capaces de asumir maduró nuestra alma. Todo es gracia. Con la luz del Salvador que viene, la historia tiene sentido y belleza para ser recapitulada toda tu vida en Cristo. “Y todo se mantiene en Él”.
“Recordad las maravillas que hizo el Señor” (Sal 104,5).
Así el creyente, en este trabajo, recuerda a la luz de Dios, amparado en su Amor, recuerda y resume: todo ha sido un don de Dios. Hasta poder realizar eso, el alma va a quedar insatisfecha, oprimida en muchos momentos. Este integrar el pasado en una historia de amor y gracia ilumina el presente de lo que vivimos; si en el ayer estuvo la Providencia realizando su amor, trazando nuestra historia, en el hoy, ¿por qué no va a estar la Providencia realizando su plan salvador? ¿Por qué en el presente las cosas que hacen sufrir y son ahora incomprensibles, no van a ser providenciales, buenas, conducentes a nuestra santificación y como tales, un trayecto más de nuestra historia de salvación? Ver el pasado e integrarlo como historia de salvación ilumina y proyecta la esperanza de lo que ahora se vive y que más adelante se comprenderá como historia de gracia.
En el pasado registrado en la memoria muchas cosas siguen ocultas porque en su momento hubo de cubrirlas con el olvido para que las heridas en el alma dejasen de sangrar; sin embargo, están ahí muchas veces influyendo en nuestro subconsciente: pecados, infidelidades al Señor, traumas o complejos, problemas o fracasos. Otros –los más fuertes y significativos- los tenemos muy presentes, no queremos ni tocarlos porque siguen siendo fuente de conflictos dolorosos.
¿Qué hacer?, porque sólo curando esto podemos caminar libres y ser guiados por la esperanza. La respuesta es “sanar los recuerdos”, con valentía, sin miedo.
¿Cómo hacerlo? Recordando en la presencia de Dios; situados en su presencia sacar todos y cada uno de los hechos dolorosos. Al recordarlos se experimenta una sacudida en la sensibilidad, pero es imprescindible superar esa sensación de vértigo espiritual. Traer a la conciencia lo doloroso, cada momento del pasado en presencia de Dios, ver que Dios estaba ahí, sufriendo con el alma, y junto con el Señor buscar una explicación, un sentido a lo vivido, y se repite el ejercicio cuantas veces haga falta hasta que ese recuerdo queda saneado, iluminado por el Señor. Poco a poco ese recuerdo se va desdramatizando y adquiriendo un sentido nuevo. Más adelante ese hecho se recordará sin dolor, con paz, una vez purificado, e incluso con agradecimiento a Dios comprendiendo al fin que eso contribuyó al bien. Éste es un trabajo de santificación, porque libera y la gracia sana y asume todo.
Un modo sugerente, parece, incluso, que eficaz, es tomar el salmo 135 y personalizarlo de forma litánica en el siguiente modo: Escribirlo entero (“Dad gracias al Señor porque es bueno: porque es eterna su misericordia. Dad gracias al Dios de los dioses, porque es eterna su misericordia...”). Terminado el salmo que canta la gloria del Éxodo, se prosigue por el misterio pascual (“Se encarnó el Verbo, porque es eterna su misericordia. Y nació en Belén, porque es eterna su misericordia”), desde el nacimiento e infancia, a la pasión, cruz, descenso a los infiernos, resurrección y ascensión, Pentecostés y nacimiento de la Iglesia. El último paso es ir recordando paso a paso la propia vida, saneando los recuerdos, y una vez saneados, escribirlos uno a uno, añadiendo en cada uno “porque es eterna su misericordia”. Duro al principio, es un ejercicio de salud espiritual que debe realizarse despacio, empleando el tiempo que hubiese menester, hasta sentir y poder escribir todos los acontecimientos de la propia vida –también los dolorosos- “porque es eterna su misericordia”.
Es que Dios estaba ahí, en la historia personal, y escarbando en la memoria hallamos al Señor:
Un modo sugerente, parece, incluso, que eficaz, es tomar el salmo 135 y personalizarlo de forma litánica en el siguiente modo: Escribirlo entero (“Dad gracias al Señor porque es bueno: porque es eterna su misericordia. Dad gracias al Dios de los dioses, porque es eterna su misericordia...”). Terminado el salmo que canta la gloria del Éxodo, se prosigue por el misterio pascual (“Se encarnó el Verbo, porque es eterna su misericordia. Y nació en Belén, porque es eterna su misericordia”), desde el nacimiento e infancia, a la pasión, cruz, descenso a los infiernos, resurrección y ascensión, Pentecostés y nacimiento de la Iglesia. El último paso es ir recordando paso a paso la propia vida, saneando los recuerdos, y una vez saneados, escribirlos uno a uno, añadiendo en cada uno “porque es eterna su misericordia”. Duro al principio, es un ejercicio de salud espiritual que debe realizarse despacio, empleando el tiempo que hubiese menester, hasta sentir y poder escribir todos los acontecimientos de la propia vida –también los dolorosos- “porque es eterna su misericordia”.
Es que Dios estaba ahí, en la historia personal, y escarbando en la memoria hallamos al Señor:
“¿Pero en cuál lugar de mi memoria estás presente Señor? ¿Qué morada, qué santuario te has construido en ella? Tú me has concedido la dignación de habitar en mi memoria” (S. Agustín, Confesiones, X, 25, 36).
“Guárdate bien de olvidar los hechos que vieron tus ojos; no se aparten de tu memoria mientras vivas” (Dt 4,9).
Arduo trabajo nos propone, don Javier.
ResponderEliminarMe parecen unos consejos muy prácticos y seguro de gran utilidad. Procuraré ponerlos en práctica.
ResponderEliminarotra cosa: la frase:
“¿Qué santuario te has edificado, Señor? Tú has concedido a mi memoria este honor de residir en ella "
no debería decir más bien:
“¿Qué santuario te has edificado, Señor? Tú has concedido a mi memoria este honor de residir en él ? "
Muchas gracias.
Un saludo cordial.
Felicitas:
ResponderEliminarHe copiado la cita de otra traducción y queda más clara.
Aprendiz:
Como es catequesis de adultos este blog, también hay trabajos interiores que hacer... En la dinámica de los Ejercicios ignacianos hay mucho trabajo en la memoria. Aquí, como formación de adultos, se ofrece el trabajo interior para quien lo quiera hacer, sabiendo que es arduo, que no es de un día para otro.
Puf, no lo había entendido.
ResponderEliminarGracias.
D. Javier, confieso que en una primera lectura del post de hoy , se me ha hecho un mundo " los deberes " que nos ha puesto, pero en fin, la catequesis no es solo leer cosas interesantes y bonitas y me he dicho : pediré a la Virgen María que me acompañe en esta tarea y al Espíritu Santo que me " eche una mano " . Ahora releyéndolo , creo que no es para tanto ya que en el fondo , desde hace un tiempo y sin darme cuenta lo venía haciendo de forma algo atropellada en el sentido de darme cuenta , al venirme a la memoria cosas de mi vida como siempre en ellas ha estado el Amor y la Gracia de Dios . En mi matrimonio, en mis hijos ... en todo . En fin , como quiero ser buena alumna , cogeré el Salmo 135 y sin agobios ni prisas me pondré manos a la obra
ResponderEliminarMaria M.
Gradecerle D. Javier su interés y sus letras.
ResponderEliminarDe la mano de la Virgen he vuelto reconfortada.
Hoy mi paso por aquí, es solo para darle las gracias y si puede, rece un poquito por una intención mía.
Que el Señor le bendiga. Gracias.
Hola D. Javier: Voy a hacer el ejercicio del Salmo 135."La gracia sana y asume todo", tenemos en nuestra vida a Dios totalmente, totalmente inmerecido y bueno.¡Qué alegría!.
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