En los monasterios y en los Cabildos catedrales ha resonado hoy el canto de la calenda, el anuncio de que mañana, ya, mañana mismo, viene el Salvador esperado miles y miles de años. Tras el rezo de Laudes, o de una de las Horas menores, tomando el Martirologio romano, se entona este anuncio feliz.
En la Misa de medianoche en parroquias y comunidades cristianas se ha introducido la costumbre de cantar la calenda como un bello anuncio de lo que la Eucaristía va a celebrar actualizando; en lugar de una monición de entrada, un canto gozoso como éste -ya sea cantado o muy bien recitado-. Lo hemos visto muchas veces: tras el saludo inicial del sacerdote, el diácono un cantor entona el texto creando el clima festivo y solemne, sagrado, de la Noche santa de Navidad.
Tomo el texto castellano del Calendario Litúrgico-Pastoral de la Conferencia episcopal española -no tengo el martirologio a mano en su edición castellana-:
Pasados innumerables siglos desde la creación del mundo,
cuando en el principio Dios creó el cielo y la tierra
y formó el hombre a su imagen;
después también de muchos siglos,
desde que el Altísimo pusiera su arco en las nubes,
acabado el diluvio, como signo de alianza y de paz;
veintiún siglos después de la emigración de Abrahán,
nuestro padre en la fe, de Ur de los Caldeos;
trece siglos después de la salida del pueblo de Israel de Egipto
bajo la guía de Moisés;
cerca de mil años después que David fue ungido como rey;
la semana sesenta y cinco según la profecía de Daniel;
en la Olimpiada ciento noventa y cuatro,
el año setecientos cincuenta y dos de la fundación de la Urbe;
el año cuarenta y dos del impero de César Octavio Augusto;
estando todo el orbe en paz,
Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre,
queriendo consagrar el mundo con su piadosísima venida,
concebido del Espíritu Santo,
nueve meses después de su concepción,
nace en Belén de Judá,
hecho hombre de María Virgen:
la Natividad de nuestro Señor Jesucristo.
O la traducción que ofrece el Libro de la Sede, aunque recortando el final que no concuerda plenamente con el original latino:
Pasados innumerables siglos desde la creación del mundo,
cuando en el principio Dios creó el cielo y la tierra
y formó el hombre a su imagen;
después también de muchos siglos,
desde que el Altísimo pusiera su arco en las nubes,
acabado el diluvio, como signo de alianza y de paz;
veintiún siglos después de la emigración de Abrahán,
nuestro padre en la fe, de Ur de los Caldeos;
trece siglos después de la salida del pueblo de Israel de Egipto
bajo la guía de Moisés;
cerca de mil años después que David fue ungido como rey;
la semana sesenta y cinco según la profecía de Daniel;
en la Olimpiada ciento noventa y cuatro,
el año setecientos cincuenta y dos de la fundación de la Urbe;
el año cuarenta y dos del impero de César Octavio Augusto;
estando todo el orbe en paz,
Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre,
queriendo consagrar el mundo con su piadosísima venida,
concebido del Espíritu Santo,
nueve meses después de su concepción,
nace en Belén de Judá,
hecho hombre de María Virgen:
la Natividad de nuestro Señor Jesucristo.
O la traducción que ofrece el Libro de la Sede, aunque recortando el final que no concuerda plenamente con el original latino:
Millones de años después de la creación, cuando la tierra era materia incandescente, rotando sobre su eje;
millones de años después de brotar la vida sobre la faz de la tierra;
miles y miles de años después de que aparecieran los primeros humanos,
capaces de recibir el Espíritu de Dios;
unos mil novecientos años después de que Abrahán, obediente a la llamada de Dios, partiera de su patria sin saber a dónde iba;
unos mil doscientos años después de que Moisés condujera por el desierto hacia la tierra prometida al pueblo hebreo, esclavo de Egipto;
unos mil años después de que David fuera ungido rey de Israel por el profeta Samuel;
unos quinientos años después de que los judíos, cautivos en Babilonia, retornaran a la patria por decreto de Ciro, rey de los persas;
en la ciento noventa y cuatro Olimpiada de los griegos;
el año setecientos cincuenta y dos de la fundación de Roma;
el año cuarenta y dos del reinado del emperador Octavio César Augusto;
estando el universo en paz:
El Hijo de Dios Padre, habiendo decidido salvar al mundo con su venida,
concebido por obra del Espíritu Santo,
transcurridos los nueve meses de su gestación en el seno materno,
en Belén de Judá, hecho hombre, nació de la Virgen María, Jesús, Cristo.
¡Es el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo según la carne!
Pues nace ya el Salvador. Aleluya.
Y felicidades para quienes durante este año,
con perseverancia y fidelidad,
hemos compartido formación, teología, liturgia, espiritualidad,
experiencias de vida cristiana,
en este blog,
en este salón virtual de catequesis.
¡¡Gracia y paz a todos!!
Felicidades D. Javier. Muchas gracias por su incansable labor de paciente catequesis. El Señor ya le ha adelantado el regalo con esas más de 100.000 visitas, que son germen de esperanza.
ResponderEliminarUn abrazo lleno de agradecimiento :)
¡¡¡Felicidades don Javier!!!.
ResponderEliminarQue el Niño que hoy nos nace lo colme de bendiciones :)))
D. Javier, estoy en la misma onda que "desde Sevilla" y le deseo lo mejor pero siempre, siempre, bendecido por el Niño Dios.
ResponderEliminarMe acordaré especialemente por todos los sacerdotes que cenan en soledad pero con el Niño en su corazón.
¡¡¡Felicidades también para todos los comentaristas!!!.
ResponderEliminar¡¡¡Hoy nos nace el Salvador!!!
"Cuando estaba esperando, llegaste Señor. ¡Te necesitaba en mi corazón!"
ResponderEliminarFeliz y Santa Noche de Navidad. Un abrazo
Dominus dixit ad me: Filius meus es tu, ego hodie genui te.
ResponderEliminarQuare fremuerunt gentes et populi meditati sunt inania.
Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto, sicut erat in principio et nunc, et semper et in saecula saeculorum Amen.
Dominus dixit...
Bastante que adelantamos que se cante la Calenda si se omiten sistemáticamente los Introitos, Graduales, Offertoria et Communiones.
Quiera Dios que en este 2011 de Nuestro Señor veamos rehabilitada la Liturgia de la Iglesia, abolidas por decreto las pseudoliturgias y damnata la memoria del Novus Ordo.