domingo, 19 de diciembre de 2010

Esperamos: la dinámica del deseo

Vigilad. Velad. Lo escuchábamos el primer domingo de Adviento que, tal vez, queda ya lejano. Ese era el tono constante para todo el Adviento como una síntesis muy vital de nuestra existencia.

Sólo espera quien necesita algo y saben que se lo van a dar, o quien ama a alguien con el que ha quedado para verse. 

Es decir: esperamos en una tienda, en una oficina, en una consulta médica, porque realmente lo necesitamos y, ante la necesidad, aguantamos allí... porque si no fuera necesario, lo aplazaríamos, lo dejaríamos, nos iríamos de allí diciendo: "ya vendré otro día, total no es urgente". 

También esperamos a quien amamos; si no amásemos nos daría igual si el otro viene o no, no modificaría ni nuestro deseo ni nuestro tiempo. Pero, ¡ay si esperamos a alguien muy querido! La espera genera esperanza, se desea que llegue el ser querido, y cuanto más se dilata la espera, más aumenta el deseo, más se ensancha el corazón y más se disfruta cuando se puede abrazar a la persona querida.

Hoy, Adviento de Dios, Adviento divino, esperamos si reconocemos nuestra necesidad y si reconocemos nuestro afecto.

La gran necesidad y el gran deseo es solamente Cristo. Todas las necesidades y carencias, todos los afectos también, las esperanzas humanas son sólo un paso y una señal indicativa hacia la verdadera espera-esperanza, la de Cristo. La reconozcamos o no.

La felicidad que tú y yo ansiamos... en último término tiene un nombre: Jesucristo.

La soledad que nos amenaza sólo la vence una Compañía amada, con nombre concreto: Jesucristo.

La paz y estabilidad que deseamos, y que a veces fabricamos artificialmente apagando el corazón, se hallan en una única Persona: Jesucristo.

Esa plenitud que a veces sentimos y que confundimos con los logros humanos, apunta a la plenitud de infinito que tu corazón y el mío desea, y esa plenitud de infinito, que colma de sentido lo que somos y hacemos, es Jesucristo.

¡A Él esperamos y amamos!... ¿No?

La espera dilata el deseo para acoger mejor el Don. Pero, ¿lo esperamos? Además, ¿el mundo lo espera? Tal vez no porque se cree satisfecho y no reconoce la gran necesidad: la Persona de Cristo.

Adviento refleja muy bien lo que somos, lo existencial de nuestros días.

Sobre este sugestivo tema de la “espera” quisiera ahora detenerme brevemente, porque se trata de un aspecto profundamente humano, en el que la fe se convierte, por así decirlo, en un todo con nuestra carne y nuestro corazón. 
La espera, el esperar es una dimensión que atraviesa toda nuestra existencia personal, familiar y social. La espera está presente en mil situaciones, desde las más pequeñas y banales hasta las más importantes, que nos implican totalmente y en lo profundo. Pensemos, entre estas, en la espera de un hijo por parte de dos esposos; a la de un pariente o de un amigo que viene a visitarnos de lejos; pensemos, para un joven, en la espera del éxito en un examen decisivo, o de una entrevista de trabajo; en las relaciones afectivas, en la espera del encuentro con la persona amada, de la respuesta a una carta, o de la acogida de un perdón... Se podría decir que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza. Y al hombre se le reconoce por sus esperas: nuestra “estatura” moral y espiritual se puede medir por lo que esperamos, por aquello en lo que esperamos.
Cada uno de nosotros, por tanto, especialmente en este Tiempo que nos prepara a la Navidad, puede preguntarse: yo, ¿qué espero? ¿A qué, en este momento de mi vida, está dirigido mi corazón? Y esta misma pregunta se puede plantear a nivel de familia, de comunidad, de nación. ¿Qué es lo que esperamos, juntos? ¿Qué une nuestras aspiraciones, qué las acomuna? En el tiempo precedente al nacimiento de Jesús, era fortísima en Israel la espera del Mesías, es decir, de un Consagrado, descendiente del rey David, que habría finalmente liberado al pueblo de toda esclavitud moral y política e instaurado el Reino de Dios. Pero nadie habría nunca imaginado que el Mesías pudiese nacer de una joven humilde como era María, prometida del justo José. Ni siquiera ella lo habría esperado nunca, pero en su corazón la espera del Salvador era tan grande, su fe y su esperanza eran tan ardientes, que Él pudo encontrar en ella una madre digna. Del resto, Dios mismo la había preparado, antes de los siglos. Hay una misteriosa correspondencia entre la espera de Dios y la de María, la criatura “llena de gracia”, totalmente transparente al designio de amor del Altísimo. Aprendamos de Ella, Mujer del Adviento, a gestionar los gestos cotidianos con un espíritu nuevo, con el sentimiento de una espera profunda, que solo la venida de Dios puede colmar (Benedicto XVI, Ángelus, 28-noviembre-2010).

1 comentario:

  1. "Aprenda el ángel ya su "avemaría"
    y encienda el aire blanco de su velo.
    Dios del venir, ¡mi corazón te ansía!"

    Preciosa la espera en el Señor, toda ella vestida de Esperaza, como la Macarena.

    ResponderEliminar