martes, 30 de marzo de 2010

Viernes Santo: acción litúrgica de la Pasión del Señor (Catequesis)

El Viernes Santo, la Iglesia-Esposa nace del costado abierto de Cristo, su Esposo, dormido en la cruz. Es el primer gran Acto de la Pascua, el drama, la lucha entre Cristo y Satanás, entre Jesucristo y la fuerza del pecado. ¡Es Pascua!, la Pascua de nuestro Señor Crucificado. La Iglesia se recoge en silencio, contemplación y amor. No se reviste de luto, con tonos sentimentales, sino se viste de Pascua. El Cordero de Dios se entrega y su Sangre lava nuestros pecados.

La celebración consta de tres momentos fundamentales: la Palabra proclamada, la Adoración de la Cruz, la sagrada comun
ión como alimento durante el ayuno pascual a la espera de poder celebrar la Eucaristía en la gran Vigilia pascual. Todos los fieles se reúnen, nadie se ausenta, para celebrar la Pascua del Señor en el primer gran acto de este drama supremo. (Incomprensiblemente, la participación después del Jueves Santo, ¡disminuye!). Recordemos además que posee indulgencia plenaria con las condiciones acostumbradas la participación en esta Acción litúrgica adorando la Cruz (Cf. Manual de indulgencias, 13, 1; no tiene porqué ser con un beso ya que si son muchos los asistentes y se va a prolongar en exceso, se adora en silencio estando todos de rodillas algunos momentos).

La descripción litúrgica y el desarrollo ritual de esta celebración pascual nos vienen por la Carta de la Congregación para el culto divino sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales; a la par que señala có
mo se realiza, nos va introduciendo en el sentido:

“La celebración de la Pasión del Señor ha de tener lugar después del mediodía, cerca de las tres (15 horas). Por razones pastorales, puede elegirse otra hora más conveniente para que los fieles puedan reunirse más fácilmente: por ejemplo, desde el mediodía hasta el atardecer, pero nunca después de las nueve de la noche (21 horas).

El orden de la acción litúrgica de la Pasión del Señor (liturgia de la palabra, adoración de la Cruz y sagrada comunión), que proviene de la antigua tradición de la Iglesia, ha de ser conservado con toda fidelidad, sin que nadie pueda arrogarse el derecho de introducir cambios.
El sacerdote y los ministros se dirigen en silencio al altar, sin canto alguno. Si hay que decir algunas palabras de introducción, debe hacerse antes de la entrada de los ministros.

El sacerdote
y los ministros, hecha la debida reverencia al altar, se postran rostro en tierra; esta postración, que es un rito propio de este día, se ha de conservar diligentemente por cuanto significa tanto la humillación del “hombre terreno”, cuanto la tristeza y el dolor de la Iglesia. Los fieles, durante el ingreso de los ministros, están de pie, y después se arrodillan y oran en silencio.

Las lecturas han de ser leídas por entero. El salmo responsorial y el canto que precede al E
vangelio cántense como de costumbre. La historia de la Pasión del Señor según san Juan se canta o se proclama del mismo modo que se ha hecho en el domingo anterior. Después de la lectura de la Pasión hágase la homilía, y al final de la misma los fieles pueden ser invitados a permanecer en oración silenciosa durante un breve espacio de tiempo.

La oración universal
ha de hacerse según el texto y la forma establecida por la tradición, con toda la amplitud de las intenciones, que expresan el valor universal de la Pasión de Cristo, clavado en la Cruz para la salvación de todo el mundo...

En la ostensión de la Cruz úsese una cruz suficiente, grande y bella... Este rito ha de hacerse con un esplendor digno de la gloria del misterio de nuestra salvación; tanto la invitación al mostrar la Cruz como la respuesta del pueblo háganse con canto, y no se omi
ta el silencio de reverencia que sigue a cada una de las postraciones, mientras el sacerdote celebrante, permaneciendo de pie, muestra en alto la Cruz. Cada uno de los presentes del clero y pueblo se acercará a la Cruz para adorarla, dado que la adoración personal de la Cruz es un elemento muy importante de esta celebración...

Úsese una única cruz para la adoración, tal como lo requiere la verdad del signo. Durante la adoración de la Cruz cántense las antífonas, los “improperios” y el himno que evocan con lirismo la historia de la salvación, o bien otros cantos adecuados.


El sacerdote canta la invitación al “Padre nuestro”, que es cantado por toda la asamblea. No se da el signo de la paz. La comunión se desarrolla tal como está descrito en el Misal.
Durante la comunión, se puede cantar el salmo 21 u otro canto apropiado. Terminada la distribución de la comunión, el píxide o copón se lleva a un lugar preparado fuera de la iglesia.

Terminada la celebración, se despoja el altar, dejando la Cruz con cuatro candelabros. Dispónganse en la iglesia un lugar adecuado (por ejemplo, la capilla donde se colocó la reserva de la Eucaristía el Jueves Santo), para colocar allí la Cruz, a fin de que los fieles puedan adorarla, besarla y permanecer en silencio y meditación”.

(Carta sobre las fiestas pascuales, nn. 63-71).

Los cantos
de esta celebración deben ser cuidados; recordemos que son:


-el Salmo responsorial, meditativo, contemplativo
-Aclamación a la lectura de la Pasión
-Las oraciones que el sacerdote canta en la oración solemne de los fieles
-La invitación al mostrar la Cruz: “Mirad el árbol de la cruz... Venid, a adorarlo”

-Cantos durante la adoración: “Pueblo mío que te he hecho” (los improperios), “Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección...” (antífona pascual bizantina), el “Stabat Mater” (como sugiere la 3ª edición del Misal romano)
-El Padrenuestro
-Canto de comunión, por ejemplo, el salmo 21 (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”)

Igualmente, la expresividad ritual de la celebración:


-el silencio inicial y la postración del sacerdote

-la postura de rodillas al proclamar la muerte de Jesús en el relato de la pasión, también –si parece oportuno- al enunciar el diácono cada intención de la oración de los fieles y después de cada mostración de la cruz

-el modo de adorar el sacerdote la cruz: despojado de la cruz y, si parece oportuno, caminando descalzo

-el beso (y la genuflexión) al adorar personalmente la cruz.


Los textos eucológicos de esta solemne y austera celebración merecen ser orados con anterioridad para imbuirse de su teología y dar forma a nuestro espíritu para vivir santamente esta celebración.
La oración inicial (ad libitum) que reza el sacerdote enmarca con majestuosidad y precisión el fin del sacrificio pascual del Señor:

“Oh Dios, tu Hijo, Jesucristo, Señor nuestro, p
or medio de su pasión ha destruido la muerte
que,
como consecuencia del antiguo pecado, a todos los hombres alcanza.
Concédenos hacernos semejantes a él.

De este modo, los que hemos llevado grabada,
por exigencia de
la naturaleza humana la imagen de Adán, el hombre terreno,
llevaremos grabada en adelante, por la acción santificadora de tu gracia,

la imagen de Jesucristo, el hombre celestial.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos”.


Cristo en la Cruz es el nuevo Adán de manera que el árbol de muerte del hombre terreno se convierte en Cristo, el hombre celestial, en árbol de vida. De la cruz brota la gracia que suplicamos para que de ahora en adelante llevemos la imagen del nuevo adán en nuestra alma, liberados del pecado de Adán.


La salvación de Cristo crucificado, la Pascua que hoy se celebra, es invocada para todos los hombres, para la humanidad herida. La serie de peticiones de la oración solemne de los fieles revela el sentir de la Iglesia suplicando a su Esposo: se ora por la Iglesia, por el Papa, ministros y fieles, catecúmenos, la unidad de los cristianos, los judíos, los que no creen en Cristo, los que no creen en Dios, los gobernantes y los atribulados. Una serie de 10 peticiones con una invitación diaconal y una oración del sacerdote, con textos dignos de conocerse y asimilarse en el alma.


El fruto ansiado de la participación en esta solemnísima acción litúrgica viene expresado en la oración final, la oratio super populum, donde el sacerdote con las manos extendidas sobre el pueblo pedirá.


Que tu bendición, Señor,
descienda con abundancia sobre este pueblo,
que ha celebrado la muerte de tu Hijo
con la esperanza de su santa resurrección;
venga sobre él tu perdón,

concédele tu consuelo,

acrecienta su fe,

y consolida en él la redención eterna.


¡Seamos perdonados por la muerte de Cristo, recibamos su consuelo!

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