Sin lugar a dudas, la celebración más popular y populosa (en el número de asistentes) es el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, pero ésta, que rememora la entrada de Jesús en Jerusalén en la primera parte de la liturgia, se convierte luego en una gran contemplación de la Pasión del Señor que disponga el espíritu de los fieles para participar plena, consciente y activamente, en las grandes celebraciones del Triduo pascual: la Misa in Coena Domini el Jueves santo, la Acción litúrgica del Viernes Santo, la solemnísima e imprescindible Vigilia pascual y la Misa del día santo de Pascua.
Estos días siguen un proceso de mímesis o imitación cronológica, repitiendo, incluso en coincidencia de horario, los misterios últimos de la vida de Jesucristo. Y el primer momento es su entrada en Jerusalén para sufrir la Pasión. Entra aclamado hoy quien luego será condenado a gritos.
La entrada de Jesús en Jerusalén se conmemora en la primera parte de la liturgia con la lectura del Evangelio, la bendición de los ramos y palmas (que todos tienen ya en sus manos) y la procesión alegre y festiva hasta el templo (por cierto, sin ningún canto con “Aleluya”).
La carta de la Congregación para el Culto divino sobre las fiestas pascuales recuerda el modo de realizar esta parte y su sentido:
“La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, que comprende a la vez el presagio del triunfo real de Cristo y el anuncio de la Pasión. La relación entre los dos aspectos del misterio pascual se ha de evidenciar en la celebración y en la catequesis del día. La entrada del Señor en Jerusalén, ya desde antiguo, se conmemora con una procesión, en la cual los cristianos celebran el acontecimiento, imitando las aclamaciones y gestos que hicieron los niños hebreos cuando salieron al encuentro del Señor, cantando el fervoroso “Hosanna”.
La procesión sea única y tenga lugar antes de la misa en la que haya más presencia de fieles; puede hacerse también en las horas de la tarde, ya sea del sábado ya del domingo. Para ello hágase, en lo posible, la reunión de la asamblea en otra iglesia menor, o en un lugar apto fuera de la iglesia hacia la cual se dirigirá la procesión. Los fieles participan en esta procesión, llevando en las manos ramos de palma o de otros árboles. Los sacerdotes y los ministros, llevando también ramos, preceden al pueblo.
La bendición de ramos o palmas tiene lugar en orden a la procesión que seguirá. Los ramos conservados en casa recuerdan a los fieles la victoria de Cristo, que se ha celebrado con la procesión. Los pastores hagan todo lo posible para que la preparación y la celebración de esta procesión en honor de Cristo Rey pueda tener un fructuoso influjo espiritual en la vida de los fieles.
Para la conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén, además de la procesión solemne que se acaba de describir, el Misal ofrece otras dos posibilidades, no para fomentar la comodidad y la facilidad, sino en previsión de las dificultades que puedan impedir la organización de una procesión.
La segunda forma de la conmemoración es una entrada solemne, que tiene lugar cuando no puede hacerse la procesión fuera de la iglesia. La tercera forma es la entrada sencilla, que ha de hacerse en todas las misas de este domingo en las que no ha tenido lugar la entrada solemne.
Donde no se puede celebrar la misa, es conveniente que se haga una celebración de la palabra de Dios sobre la entrada mesiánica y la Pasión del Señor, ya sea el sábado por la tarde, ya el domingo a la hora más oportuna. Donde no se puede celebrar la misa, es conveniente que se haga una celebración de la palabra de Dios sobre la entrada mesiánica y la Pasión del Señor, ya sea el sábado por la tarde, ya el domingo a la hora más oportuna.
Durante la procesión, los cantores y el pueblo cantan los cantos indicados en el Misal Romano, como son el salmo 23 y el salmo 46, y otros cantos apropiados en honor de Cristo Rey” (nn. 28-33).
Los ramos y las palmas sirven para rememorar como drama litúrgico lo que en Jerusalén ocurrió. Pero no deben ser objeto de superstición, como si lo fundamental hoy fuera coger –del modo que sea y a costa de lo que sea- un ramo. El Directorio de piedad popular y liturgia lo advierte:
“La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos “de la Pasión del Señor”, que comprende a la vez el triunfo real de Cristo y el anuncio de la Pasión. La procesión que conmemora la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén tiene un carácter festivo y popular.
A los fieles les gusta conservar en sus hogares, y a veces en el lugar de trabajo, los ramos de olivo o de otros árboles, que han sido bendecidos y llevados en la procesión. Sin embargo, es preciso instruir a los fieles sobre el significado de la celebración, para que entiendan su sentido. Será oportuno, por ejemplo, insistir en que lo verdaderamente importante es participar en la procesión y no simplemente procurarse una palma o ramo de olivo; que éstos no se conserven como si fueran amuletos, con un fin curativo o para mantener alejados a los
malos espíritus y evitar así, en las casas y los campos, los daños que causan, lo cual podría ser una forma de superstición.
La palma y el ramo de olivo se conservan, ante todo, como un testimonio de la fe en Cristo, rey mesiánico, y en su victoria pascual” (Directorio sobre liturgia y piedad popular, n. 139).
Pensemos, al portar estos ramos en la procesión, cantando y aclamando a Cristo, que serán estos mismos ramos de victoria los que luego se quemarán para la Ceniza del Miércoles de Ceniza: el triunfo o la aclamación humana es fugaz, pasa pronto: todo se vuelve polvo.
Llegados al templo, tras incensar el altar, se canta la Oración colecta y la Misa
prosigue como de costumbre destacando, sobre todo, la lectura de la Pasión del Señor que es la mejor catequesis que Cristo nos ofrece para acompañarle a Él en el Triduo pascual.
“La historia de la Pasión goza de una especial solemnidad. Es aconsejable que se mantenga la tradición en el modo de cantarla o leerla, es decir, que sean tres las personas que hagan las veces de Cristo, del narrador y del pueblo. La Pasión ha de ser proclamada por diáconos o presbíteros, o, en su defecto, por lectores, en cuyo caso la parte correspondiente a Cristo se reserva al sacerdote. Para la proclamación de la Pasión no se llevan ni luces ni incienso, ni se hace al principio el saludo al pueblo como se hace de ordinario para el evangelio, ni se signa el libro. Tan sólo los diáconos piden la bendición al sacerdote. Para el bien espiritual de los fieles, conviene que se lea por entero la narración de la Pasión y que no se omitan las lecturas que la preceden” (Carta..., n. 34).
Las notas sobre la espiritualidad para vivir este día ya se han ido viendo antes. Vayamos a los textos eucológicos que eduquen el espíritu y la inteligencia.
La Monición sacerdotal que señala el Misal nos descubre qué hacemos en este día:
“Ya desde el principio de la Cuaresma nos venimos preparando con obras de penitencia y caridad. Hoy, cercana ya la Noche santa de Pascua, nos disponemos a inaugurar, en comunión con toda la Iglesia, la celebración anual de los misterios de la pasión y resurrección de Jesucristo, misterios que empezaron con la solemne entrada del Señor en Jerusalén. Por ello, recordando con fe y devoción la entrada triunfal de Jesucristo en la ciudad santa, le acompañaremos con nuestros cantos, para que, participando ahora de su cruz, merezcamos un día tener parte en su resurrección”.
Se señala y sitúa la meta: desde la Cuaresma a la Noche santa de Pascua (¿es que alguien puede olvidar la meta de la Pascua después de tan largo camino cuaresmal?). La celebración, aun siendo popular, debe ir acompasada de la fe y de la devoción: vamos con Cristo, vamos detrás de Cristo. El orden mismo de la procesión lo marca: incensario, cruz adornada con ramos de olivo, sacerdote y ministros, cantores y fieles. Todos detrás de Cristo, todos detrás de la Cruz, todos siguiendo al Maestro. Es la invitación diaconal para iniciar la procesión la que apunta la perspectiva cristiana del seguimiento: “Como la muchedumbre que aclamaba a Jesús, acompañemos también nosotros con júbilo al Señor”.
La oración colecta al iniciar la Misa nos lleva a mirar el Calvario y la espera de la Pascua. La Misa es Misa en la Pasión del Señor, un prólogo solemne para vivir el Triduo pascual. Por eso oramos diciendo:
Dios todopoderoso y eterno, tú quisiste que nuestro Salvador
se hiciese hombre y muriese en la cruz,
para mostrar al género humano el ejemplo de una vida sumisa a tu voluntad;
concédenos que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio,
y que un día participemos en su gloriosa resurrección
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