12ª Estación: Jesús muere en la cruz
El Señor está muerto en la cruz, muerto como una gran ofrenda que expía los pecados del mundo, de la humanidad y de cada hombre; el Cordero inocente ha sido sacrificado, su sangre derramada, el cáliz de la pasión apurado, la redención lograda, la reconciliación alcanzada, las profecías cumplidas, la pasión culminada, el Verbo enmudecido, los brazos extendidos para abrazar y acoger a todo hombre herido y pecador... y el amor manifestado. Sí: el amor manifestado, concreto, tangible. Y desde entonces, cada cual puede llegar a decir con verdad: “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).
¡Brote del corazón una alabanza al amor de Cristo crucificado! Los Padres de la Iglesia y los místicos nunca cesaron de cantar el amor del Crucificado:
“Visitando la tierra embriagaste los corazones terrenos. ¡Oh amantísimo Señor, suavísimo, benignísimo, hermosísimo, clementísimo! Embriaga nuestros corazones con ese vino, abrásalos con ese fuego, hiérelos con esa saeta de tu amor...
No solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes nos llama dulcemente a amor. La cabeza tienes reclinada para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados. Los brazos tienes tendidos para abrazarnos. Las manos agujereadas para darnos tus bienes, el costado abierto para recibirnos en tus entrañas, los pies enclavados para esperarnos y para nunca poderte apartar de nosotros.
De manera que, mirándote, Señor, en la cruz, todo cuanto vieren mis ojos, todo convida a amor: el madero, la figura y el misterio, las heridas de tu cuerpo. Y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y nunca te olvide mi corazón” (S. Juan de Ávila, Trat. del amor de Dios, n. 14).
Y tras el momento contemplativo, siempre embriagador, se impone reflexionar y ser prácticos, realistas, para que la vida diaria se transforme. Así, ahora, aquí, estando ante el Señor crucificado, habremos de plantearnos seriamente: ¿qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo? (cf. San Ignacio, EE.EE, 53), empezando un coloquio con Jesús.
Si miro atrás, y recorro mi vida, ¿qué obras, trabajos, apostolado, he hecho por Cristo?
Miro a mi presente, al hoy en que vivo, ¿y qué estoy haciendo por Cristo?
Si no me engaño, ¿mi vida hoy es un regalo para el Señor? ¿Hago todo lo que Él me pide y espera de mí o vivo mi catolicismo torpemente, con mediocridad, con tibieza?
Y un último momento; después del Viacrucis, de acompañar a Cristo en su pasión, ¿qué debo hacer por Cristo? ¿Qué me está pidiendo? ¿Qué compromiso concreto con la Iglesia, con mi parroquia, qué acción apostólica, qué tarea? Pues el Señor te está esperando; es más, el Señor espera mucho de ti: ¿qué respuesta de amor y de vida le vas a dar hoy, no mañana, hoy, ahora y aquí?
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