Los santos son grandes maestros. Cada uno a su estilo, con su carisma, con su forma de vivir el Misterio y reconocer la Presencia de Aquel que llena la vida y la colma de belleza, es un maestro de vida cristiana que nos puede enseñar. San Alfonso es uno de ellos. Sus obras se podrían decir que son divulgativas: su deseo, fomentar una verdadera y sólida piedad cristiana. Convenzámonos: sin una vida de oración seria, sin entrega al Corazón de Cristo en la plegaria, no hay santidad posible, ni apostolado, ni compromiso, ni transformación de las realidades seculares según el plan de Cristo; ni es posible un matrimonio cristiano, ni una familia que sea Iglesia doméstica, ni santificación del trabajo... ¡porque estaríamos indefensos y el mundo nos arrastraría con él! Sin esta vida interior, el catolicismo será muy tibio, muy débil y apagado. Sin esta vida espiritual -con sólida formación y doctrina- la secularización nos invadiaría hasta ser una luz que no arde, una sal que no sazona: ¡no serviríamos de nada!
Dos ideas en las obras de San Alfonso para hoy:
1. La visita al Santísimo –diaria, tranquila, reposada, fervorosa- es unión con Cristo:
“Dice Jesucristo que nuestro corazón estará donde esté nuestro tesoro. Por esto los Santos, que no estiman ni aman otro tesoro que a Jesucristo, tienen su corazón y todo su amor en el Santísimo Sacramento.
Amabilísimo Jesús mío Sacramentado, que, por el amor que me tenéis, estáis de noche y día encerrado en ese Sagrario; atraed, os lo ruego, todo mi corazón de tal suerte que no piense sino en Vos, ni ame, ni busque, ni espere otro bien que poseeros. Hacedlo por los méritos de vuestra pasión, en cuyo nombre os lo pido y lo espero.
Ah, Salvador mío Sacramentado y amante divino, ¡cuán amables son las tiernas invenciones de vuestro amor para lograr que las almas os amen! Oh, Verbo eterno, no os habéis contentado con haceros hombre y morir por nosotros, sino que nos habéis dado además este Sacramento por manjar, por compañía y por prenda de gloria...
¡Oh, amabilidad infinita! ¿Cuándo empezaré a corresponder de veras a tantas finezas de amor? Señor, no quiero vivir sino para amaros a Vos solo. ¿De qué me sirve la vida, si no la empleo toda en amaros y complaceros a Vos, amado Redentor mío, que empleasteis vuestra vida entera en mi bien? ¿Y a quién he de amar sino a Vos, que sois todo hermoso, todo afable, todo bueno, todo amoroso y todo amable?
Viva mi alma sólo para amaros; inflámese en amor con sólo recordar el amor vuestro; y al oír mencionar el Pesebre, la Cruz, el Sacramento, arda toda en deseos de hacer grandes cosas por Vos, oh Jesús mío, que tanto habéis hecho y sufrido por mí” (Visita 6ª al Stmo. Sacramento).
2ª idea: La santidad es amar a Jesucristo: ¡amarlo mucho, amarlo cada vez más!
“Toda la santidad y perfección del alma consiste en amar a Jesucristo, Dios nuestro, sumo bien y Salvador.
¿Acaso no merece Dios todo nuestro amor? Él nos amó desde toda la eternidad... Hombre, dice el Señor, mira que fui el primero en amarte. Aun no habías nacido, ni siquiera el mundo había sido creado, y yo ya te amaba. Te amo desde que soy Dios: desde que yo me amo, te he amado también a ti” (Práctica de amar a Jesucristo, I, 1. 2).
No hay comentarios:
Publicar un comentario