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lunes, 24 de agosto de 2009
Comenzó hoy la reforma teresiana
Santa Teresa de Jesús comienza la Reforma el 24 de agosto de 1562. Se inaugura su palomarcico de San José de Ávila, después de muchas oposiciones, muchas consultas, mucho discernimiento. Hay que encuadrar la obra de Nuestra Madre en su contexto histórico. Se ha celebrado el Concilio de Trento que es un Concilio de Reforma para la Iglesia Católica. Se quiere volver, una vez más, a las fuentes.
El Espíritu Santo ha suscitado movimientos de reforma y Órdenes religiosas con ímpetu evangelizador, espíritu penitente, instituciones formativas, para renovar la Iglesia: El Oratorio de San Felipe Neri, la Compañía de Jesús de San Ignacio de Loyola, los frailes alcantarinos de San Pedro de Alcántara, los Teatinos con San Cayetano, y un largo etcétera.
Recibe Santa Teresa una inspiración clara del Señor, una moción a la que no podrá resistirse: “Haviendo un día comulgado, mandóme mucho Su Majestad lo procurase con todas mis fuerzas, haciéndome grandes promesas de que no se dejaría de hacer el monesterio, y que se serviría mucho en él, y que se llamase San Josef… y que sería una estrella que diese de sí gran resplandor, y que, aunque las relisiones estavan relajadas, que no pensase se servía poco en ellas; que qué sería de el mundo si no fuese por los relisiosos” (V 32,11). Volver a la Regla primitiva, vivir sin renta, en estricta clausura según los decretos de Trento, contemplación y penitencia, y que fuere convento y no monasterio grande, cuidando mucho la oración mental, sirviendo a Dios en esos “tiempos recios” que le tocó vivir, con gran sed por la redención de las almas, por la inmolación, llamémosla “misionera”, del Carmelo descalzo, como se despertó en Santa Teresa después de escuchar al franciscano Fray Alonso Maldonado la situación evangelizadora en las Américas.
El deseo de Teresa de Ávila, su ímpetu ardiente, debe ser modelo a seguir: “Determiné… seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas, que están aquí, hiciesen lo mismo” (C 1,2). Marca un estilo de vida: “Procuremos ser tales que valgan nuestras oraciones para ayudar a estos siervos de Dios” (C 3,2); “estando encerradas peleamos por Él” (C 3,5); “Pedir a Su Majestad mercedes, y rogarle por la Iglesia” (V 15,7).
Muchos frutos de la Reforma teresiana son palpables; pero los más abundantes, son invisibles: el bien de las almas, la inmolación y la cruz, la penitencia que se vuelve fecunda por la Comunión de los Santos. Y todo comenzó un 24 de agosto de 1562, con un pequeño convento de San José, en la mística ciudad de Ávila.
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