martes, 4 de agosto de 2009

La Gracia modelando a un sacerdote: ¡el Cura de Ars!


La santidad es vocación para todos; tan de todos es la santidad, que todos los santos son diferentes entre sí, y cada uno de ellos es una obra maestra de la gracia, con sello de autenticidad. Cristo llenó la existencia de cada santo, a cada uno le otorgó una misión eclesial y le asistió amorosamente.

Cada santo representa, es decir, hace presente, un aspecto del Misterio de Cristo; cada uno de ellos es una teología viva y vivida; es una “existencia teológica” digna de estudiar, contemplar y amar por encima de los aspectos anecdóticos o maravillosos que las vidas de santos solían destacar. Un gran teólogo del siglo XX, Balthasar, afirmaba: “Tiene razón Martin Buber cuando dice: “La vida de estos hombres necesita un comentario teológico, al cual representan una contribución -pero sólo una contribución fragmentaria- sus propias palabras”. A nosotros nos está reservado el completar ese comentario. La existencia de los santos es teología vivida... pero cuando se trata de misiones cualificadas, el contemplador debe suponer siempre que en ellas se muestra algo más que sólo un ejemplo cualquiera, un ejemplo más, de una cosa conocida ya sin ellas... ¿Por qué habían de ser distintas las cosas con la actualización de la existencia teológica del Señor en la existencia de sus fieles y santos?” (Teología y santidad en Verbum Caro, Madrid, 1965, pp. 262-63).

Juan María Vianney no era especialmente inteligente, ni apto para los estudios, ni agraciado físicamente. No fundó una gran Orden religiosa, ni un movimiento laical. Tampoco se destacó por sus escritos. Fue, sencillamente, un sacerdote cabal. Los tiempos que le tocaron fueron difíciles: tras la Revolución Francesa y el Imperio, la gran descristianización de Francia y la pobreza de todo (¡hubo tantísimos mártires que las parroquias estaban sin sacerdote!). ¿Qué hizo? Ser sacerdote en su parroquia, ser pastor como Cristo Pastor. Presidir los sacramentos, celebrar la Santa Misa con unción y lágrimas, dedicar muchísimas horas al confesionario completando él la penitencia pequeña que ponía a quienes se confesaban, impartir catequesis a los niños y predicar –mal, pero ¡con qué convicción!- desde el púlpito a los mayores, señalando muchas veces al Sagrario y emocionándose de que Él estuviera allí. Visitar a las familias, la atención a los enfermos, la Casa de la Providencia como orfanato... y sus horas de oración de rodillas al pie del altar ante el Sagrario, sus penitencias y mortificaciones pidiendo la conversión de su parroquia.

Es la Gracia obrando en un sacerdote que se asemejó a Cristo. Nada le distraía de su misión. Nada le hacía perder el tiempo. El sacerdocio para él no consistía en planes pastorales (elaborados uno tras otro), ni en reuniones y más reuniones, en revisiones y encuentros, en estadísticas y estudios sociológicos, en movimientos contestatarios (esos que se proclaman a sí mismos “proféticos”) para “reformar” o “actualizar” la Iglesia. Él, sencillamente, fue sacerdote, presencia de Cristo entre los suyos: ¡una parroquia! Ese fue el camino de la Gracia en él, marcando así caminos de santificación para los sacerdotes que no son de nada, sino de Cristo y entregados en sus parroquias; ocultos, y tantas veces olvidados de todos. Su Compañía fue el Sagrario, la Presencia de Cristo que sostenía su vida. ¡Así renovó la vida cristiana en Francia, como un venero de santidad invisible pero fecundo!

Como él, hoy pedimos en la liturgia: “ganar para Cristo a nuestros hermanos”. Éste será el mejor camino de santidad para los sacerdotes, pero también para todos los fieles cristianos.

3 comentarios:

  1. Pedro Arroyo Gómez05 agosto, 2009 11:47

    El Cura de Ars, un impresionante ejemplo a seguir.
    Este Sacerdote, con su vida, nos ofrece una verdadera catequesis.
    Un abrazo a todos.

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  2. La vida de un sacerdote ha de ser elocuente testimonio.
    Vida de oración, ante el Sagrario, con la Liturgia de las Horas; sacrificios y mortificaciones que nadie vea; rectitud en el obrar y actuar, aun cuando eso supongo molestias e inconvenientes; un corazón libre sin crear grupúsculos en torno a su persona, sino conducir a todos a Jesucristo. ¡Un hombre de Dios con un gran sentido de Iglesia!

    ¡Ay!, oremos por los sacerdotes.

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  3. Hola Javier y demás blogeros. Este año debería ser fundamental para la vida de cualquier sacerdote, tener como ejemplo al Santo Cura de Ars es algo sublime y a la vez de una gran responsabilidad. Debemos segir su ejemplo de oración, de piedad y de trabajo pastoral infatigable. Si todos los saced+rdotes de nuestra diócesis rezásemos, trabajásemos y ofreciésemos sacrificios la mitad que el Santo Cura de Ars, nuestra diócesis sería ejemplo de santidad y su pueblo sería una luz en la oscuridad de este mundo

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