Un principio de profundización e interiorización de la liturgia para nuestras parroquias, Monasterios, comunidades cristianas y cada Iglesia doméstica que es la familia: el domingo, la fiesta primordial de los cristianos. El domingo es la señal de identidad del cristiano, porque el cristiano “no puede vivir sin el domingo”, no puede pasar la Iglesia sin reunirse en asamblea del Señor el domingo, gloriándose en la resurrección de su Esposo y Señor. ¡Cristo ha resucitado!, y por una tradición que se remonta al mismo día de la Resurrección de Cristo, siempre en domingo la Iglesia se ha convertido en verdadera asamblea eucarística, en Pueblo de Dios que de la dispersión en el mundo y en los afanes de santificar las realidades cristianas, pasa a ser un Pueblo unido en la confesión del nombre de Jesucristo.
El domingo es la liberación de todo, el anticipo del tiempo escatológico que ya se ha inaugurado, el descanso como memorial de la libertad otorgada por el Espíritu y preludio del descanso de la vida eterna, sin luchas ni concupiscencia... Es el domingo, día de la Pascua, día de la creación renovada, día de fiesta... ¡Todo invita a celebrar solemnemente el domingo! Juan Pablo II escribió una bella carta, la “Dies Domini”, explicando lo hermoso y específico del domingo cristiano. Su lectura es reconfortadora y va a marcar pautas para resituar el domingo, cada vez más perdido en la vida social y cultural por el “fin de semana”, y creándose casi un “vacío” el domingo, en el que no se sabe bien qué es, para qué sirve y ni qué hacer. Vivir el domingo a fondo es fomentar y preservar la identidad del cristiano en medio del mundo.
La Iglesia de Dios, que durante la semana está como Marta, trabajando y afanada en múltiples cosas y “combates por el Evangelio” (en expresión paulina), el domingo se convierte en María, pasando a sentarse a los pies del Señor para estar con Él. De la intensidad del domingo vivido va a depender la vida espiritual de toda la semana, su tono cristiano. Esto plantea y cuestiona: ¿cómo son las celebraciones litúrgicas dominicales? ¿Cómo se cuida y se mima la Eucaristía del domingo? ¿Se ponen velas y adornos en el altar sólo para el domingo, un mantel más bello? ¿Y la Liturgia de las Horas? ¿Se distingue por la solemnidad progresiva y gradual, o todo se canta y se hace como cualquier feria del Tiempo Ordinario? El domingo también puede ser perfectamente día de la Palabra orada, celebrada y meditada en la lectio divina: ¿Se practica algún tipo de celebración de la lectio? ¿Se realiza en común? También es día eucarístico: día muy adecuado para la adoración al Santísimo, sosegada, silenciosa y amante: ¿se cuida esa adoración? ¿Hacemos algo especial, distinto, orante los domingos en nuestras parroquias?
El domingo es día de la comunidad; la fraternidad cristiana brota casi espontánea del amor de Cristo resucitado. Por ello, los domingos son santificados por la concordia, la caridad fraterna y la solidaridad con pobres y enfermos. En comunidad hay que buscar el modo de celebrar el domingo con un toque festivo. “¡Ved qué hermoso y dulce convivir los hermanos unidos!” (Sal 132). En las parroquias hay que buscar una creatividad para recuperar el domingo y educarse en su vida interior; también los Monasterios deben reforzar su vivencia dominical, a lo mejor recuperando costumbres que había en la comunidad para los domingos y que se han perdido o buscar formas nuevas de vivir la comunidad el domingo.
En el domingo nos jugamos la identidad cristiana. ¡Vamos a recuperarlo! Aquí se cabe el lema: ¡la imaginación al poder!
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