"Moisés
no podía entrar en la tienda del encuentro, porque la nube estaba encima de
ella, y la gloria del Señor llenaba su morada." La gloria
del Señor es infinita, terrible y majestuosa y nadie puede entrar en la tienda
porque sería, en definitiva, entrar en la presencia directa del Señor.
Asimismo, tenemos que hacer notar que la nube es entendida como algo que tiene
consistencia, ocupa un lugar, un volumen; no es simplemente aire. La nube es
algo tangible que ocupa el arca; por estas dos razones -presencia del Señor,
"volumen" de la nube- no es posible el acceso al interior de la
tienda. Se destaca con esto la presencia del Misterio, inaccesible por parte
del hombre, ya que éste nunca lo podrá abarcar ni conocer su Nombre.
De pronto toma un giro el relato sobre la gloria del Señor:
recuerda cómo la gloria del Señor que ahora llena la morada, haciéndose así
presente y solidario con su pueblo, es la misma que guiaba al pueblo de Israel
en su largo éxodo por el desierto tras la Pascua. Dice así: "Durante el tiempo que
duró su caminar, los israelitas se ponían en marcha cuando la nube se levantaba
de la morada. Si la nube no se levantaba, no partían hasta el día en que se
levantaba, porque la nube del Señor se posaba de día sobre la morada, y de
noche brillaba como fuego a la vista de todo Israel, durante todas las etapas
de su camino."
La nube es identificada ciertamente, con la gloria
del Señor, según el pasaje que estamos analizando (Ex 40,38). Una gloria que se
manifiesta en forma de luz que va guiando. Es la presencia consoladora del
Señor, que es providente con su pueblo y lo dirige en su caminar hacia la
tierra prometida. Esta nube del Señor los acompañaba "durante el tiempo que
duró su caminar", poniendo de relieve que el Señor nunca los
abandonó, sino que siempre estuvo con ellos. Esto cobra fuerza y vigor si,
situando esta redacción del sacerdotal en el destierro, nos damos cuenta del
valor teológico que esta afirmación reviste: el Señor, a los desterrados, no
los abandona nunca, como no abandonó a sus padres en su salida de Egipto.
Conecta este pensamiento perfectamente con el libro de Isaías: "El Señor te guiará
siempre, te saciará en el desierto y te fortalecerá. Serás como un huerto
regado, como un manantial inagotable; reconstruirás viejas ruinas, edificarás
sobre los antiguos cimientos" (Is 58,11-12a), ya que
Dios nunca se olvida de su pueblo, como una madre no olvida a su hijo: "Sión decía: 'Me ha
abandonado Dios, el Señor me ha olvidado'. ¿Acaso olvida una mujer a su hijo y
no se apiada del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te
olvidaré" (Is 49,14-15). Es el sentido tan profundo que tiene
el pueblo de Israel de ser propiedad personal del Señor por la alianza del
Sinaí, sabiendo que el Señor nunca los podrá abandonar. Es lo que se afirma en
Ex 19,5s: "Ahora
bien, si me obedecéis y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi
propiedad entre todos los pueblos, porque toda la tierra es mía; seréis para mí
un reino de sacerdotes, una nación santa." Así, todo el tiempo
que Israel tenga que caminar, sea durante el éxodo, sea en el destierro y la
vuelta a Jerusalén, el Señor estará con ellos "durante el tiempo que dure su
caminar."
Afirma el libro de Isaías: "el espíritu del Señor los condujo al
reposo" (Is 63,14b), leído esto en la clave de aliento y
esperanza que el profeta suscite en los desterrados que volverán a su patria.
Este espíritu hace alusión a la gloria de Yahvé, aunque directamente no lo
mencione, mas sigue presentando la gloria de Yahvé como presencia que guía, es
providente, enlazando perfectamente con la temática que estamos analizando del
libro del Éxodo. Este espíritu del Señor que leemos en el tercer Isaías parece
que incluye la idea del anan, proyectando su sombra sobre el pueblo. En
definitiva el Señor que guiaba a su pueblo[1].
"Los
israelitas se ponían en marcha cuando la nube se levantaba de la
morada..." Se destaca la idea de guía del Señor, juntamente
con la obediencia del pueblo de Israel que solamente se pone en camino cuando
el Señor, por medio de la nube, se lo va indicando. Israel por siempre guardará
recuerdo de la protección del Señor cantando en sus salmos: "De día los guiaba con la
nube y cada noche con resplandor de fuego" (Sal 77,14) y
relatarán su historia recordando que "para cubrirlos desplegó una nube, un
fuego para alumbrarlos por la noche" (Sal 104,39). La nube
que les indica el camino es para el pueblo escogido un prodigio del Señor que
nunca podrán olvidar, ya que sintieron cómo el Señor nunca los abandonó. Y de
ahí, toda una teología en la que Israel va viendo cómo el Señor "es mi luz y mi
salvación, ¿a quién temeré?" (Sal 26,1), indicando
cómo el Señor, que manifiesta su poder por medio de la luz es, ciertamente,
salvación. Es la columna de fuego que los salva.
"De una lectura atenta... surgen tres ideas: 1) la nube
es la señal de la venida o de la presencia de Yahvé; 2) la nube desempeña la
función de guía para el pueblo de Israel en marcha; 3ª) es nube y fuego,
tinieblas y luz"[2]. Es el balance que hace
Auzou de este pasaje que hemos ido analizando, y con el que pretendemos
sintetizar los datos que han ido surgiendo. La nube es un elemento clave y
configurante de la historia del pueblo de Israel, errante durante cuarenta años
por el desierto. La nube para ellos[3] encierra una serie de
valores y de contenidos dignos de tener en cuenta para la teología del A.T. Son
en resumidas cuentas, un preludio teológico magnífico, para comprender cómo
Jesús es el Dios-con-nosotros, la gloria del Señor en medio de su pueblo, la Luz que ilumina. La nube en el
Éxodo es el signo primordial de la gloria del Señor que cubre la tienda
del encuentro, la morada, revelando su poder y majestad. Es el Señor que se
manifiesta en medio de su pueblo. También la nube para el sacerdotal es luz,
una columna de nube durante el día, convertida en fuego por la noche, que ilumina
el camino de Israel y, finalmente, como hemos visto brevemente, es la
guía providente y fiel que les va mostrando el camino en su duro caminar.
La nube era el signo evidente de la presencia de Dios en
medio de su pueblo, que veía como la gloria del Señor, en forma de nube, cubría
la tienda. En una lectura cristiana tiene un sentido profundo. La nube culmina
todo el ritual litúrgico que, desde la perspectiva del sacerdotal en el
destierro, manda el Señor construir a Moisés. Mediante la liturgia, el pueblo
de Israel sabe que el Señor está presente.
Diremos finalmente, con Auzou, que "la nube [es]
manifestación de la intervención y presencia de Dios entre los suyos, a la vez
que velo de su misterio. En efecto, con la evocación de esta manifestación
termina el libro del Éxodo: 40,34-48. La Nube será la morada de Dios en medio de sus
fieles mientras duren sus marchas. Este misterio del 'Dios-con-nosotros', el
Emanuel, la Biblia
nos está invitando sin cesar a meditarlo: Am 5,14; Is 7,14; Dt 2,7; Nm
23,21"[4]. Ésta
será la meta de nuestro trabajo: descubrir la presencia de Dios en Jesús de
Nazaret, según las categorías que estamos manejando: la nube, la luz, la
tienda.
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