jueves, 30 de diciembre de 2021

La virtud de la justicia (I)



5. La segunda virtud cardinal es la virtud de la justicia; consiste en la voluntad constante, habitual y perpetua de dar a cada uno lo que le corresponde, guardando el derecho, lo establecido, y la palabra dada. Ser justo es rectitud de vida y hoy es bien difícil practicarla por el materialismo que ha creado toda una cultura, los modos de vivir, y el individualismo, donde sólo importa el “yo”.



La justicia es de absoluta necesidad, tanto en el orden individual como social, pues sin justicia no hay caridad, ni concordia, ni la paz puede existir. ¡Qué sabiduría tiene la Palabra: “Amad la justicia, los que regís la tierra” (Sb 1,1)! 

Los salmos cantan a menudo la justicia alabándola. Ante Dios en su monte santo, sólo puede hospedarse “el que procede honradamente y practica la justicia; el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua; el que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino, el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor; el que no retracta lo que juró aun en daño propio, el que no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente. El que así obra nunca fallará” (Sal 14). Con mucha razón exclama S. Juan de la Cruz: “Bienaventurado el que ha dejado aparte su gusto e inclinación mira las cosas en razón y justicia para hacerlas” (A 1, 42).

 
La virtud de la justicia pone orden en nuestras relaciones con Dios y con el prójimo; la justicia induce a respetar los derechos de Dios y los derechos del prójimo (que ése es el sentido de “dad al César lo que es del César” (Mt 22,21), tributos, impuestos legales, “y a Dios lo que es Dios”, entregarle la vida, amarle sobre todo, orar y celebrar); a respetar los derechos del prójimo, y, por tanto, se guardan el mutuo respeto y legitimidad de los derechos de cada uno. 

La justicia evita el fraude, por pequeño que sea, y el aprovecharse de  los demás (bien sea de su poder, o aprovecharse de su bondad, o de su falta de inteligencia). Por eso esta virtud regula las relaciones entre las personas y con la sociedad, y de ahí nace la paz, el orden de la tranquilidad.

En la justicia la ordenación de sí mismo y esto reside en la rectitud de la voluntad. Es la misma virtud de la justicia la que impele a no hacer a otro lo que no se desea para sí e implica temer y amar a Dios y al prójimo. La justicia exige no pecar y, si se ha caído, reparar el pecado. La justicia ama y busca el término medio (la rectitud, no la mediocridad), y nunca admite la justicia la parcialidad.

Hoy día, practicar la justicia, andar en rectitud, ser recto, coherente, consecuente, supone la valentía de ir contracorriente, ser calumniado, en un ambiente de pecado, materialista, que presenta como ideal el tener, el aprovecharse, relativizando los valores morales y éticos, y autojustificando posturas y actos injustos. En este orden social y cultural, estamos llamados a practicar la justicia, a ser justos.

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