Internet ha irrumpido con una
fuerza enorme en el campo de la comunicación, modificando la conducta, creando
un nuevo rostro para la cultura, siendo un lugar de encuentro para el hombre
contemporáneo.
Se ha constituido como una plaza en medio de la aldea global donde
los hombres se reúnen, discuten, intercambian puntos de vista, piensan,
dialogan.
“El areópago representaba entonces el centro de la cultura del docto pueblo ateniense, y hoy puede ser tomado como símbolo de los nuevos ambientes donde debe proclamarse el evangelio” (Juan Pablo II, Redemptoris missio, n. 37).
Hoy el areópago no es una plaza abierta donde deambular encontrándose con unos y otros bajo un pórtico, sino más bien un ordenador con acceso a un mundo virtual donde se “navega”.
Hoy el mundo de la comunicación ha evolucionado
velozmente por nuevas técnicas al alcance de todos:
“Los nuevos medios de comunicación, en particular la telefonía e internet, están modificando el rostro mismo de la comunicación y, tal vez, esta es una magnífica ocasión para volver a diseñarlo, para hacer más visibles... las líneas esenciales e irrenunciables de la verdad sobre la persona humana”[1].
No se puede vivir de espaldas a esta realidad que crean una nueva mentalidad,
sino ver, mejor, qué uso se le puede dar, qué beneficios reporta, cuál puede
ser su empleo evangelizador.
[1] BENEDICTO XVI, Mensaje para la XLII Jornada mundial
de las comunicaciones sociales, 4-mayo-2008, n. 5.
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