Finalmente, para celebrar bien, el camino es la mistagogia de la misma liturgia, es decir, la comprensión espiritual de sus ritos, el conocimiento de la liturgia en sí.
La formación litúrgica es una tarea constante.
b)
El segundo camino es la necesaria
formación o mistagogia, la introducción espiritual y teológica a los Misterios
celebrados en la liturgia.
Sólo
parece complicada y extraña si, viéndola celebrar mal o descuidadamente, nadie
la explica. Es conveniente una mayor y más amplia mistagogia para todos,
ministros y fieles, que conduzca a entender qué significa cada parte, cada
gesto o rito, cómo se realiza, qué implicaciones espirituales conlleva.
Así
como en Derecho o en Teología moral escuchamos a los expertos y no opinamos, en
materia litúrgica todos creen ser expertos, y todos opinan e inventan. Sin
embargo, la formación litúrgica es imprescindible, conociendo las rúbricas, la
espiritualidad y la teología de la liturgia.
Los
pastores de almas, sacerdotes, diáconos y ministros deben ser los primeros en
tener un conocimiento amplio de la liturgia; el mismo Concilio Vaticano II lo
pedía, con razón, en bien de los fieles:
“Al reformar y fomentar la sagrada Liturgia hay que tener muy en cuenta esta plena y activa participación de todo el pueblo, porque es la fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano, y por lo mismo, los pastores de almas deben aspirar a ella con diligencia en toda su actuación pastoral, por medio de una educación adecuada. Y como no se puede esperar que esto ocurra, si antes los mismos pastores de almas no se impregnan totalmente del espíritu y de la fuerza de la Liturgia y llegan a ser maestros de la misma, es indispensable que se provea antes que nada a la educación litúrgica del clero” (SC 14).
Y también:
“A los sacerdotes, tanto seculares como religiosos, que ya trabajan en la viña del Señor, se les ha de ayudar con todos los medios apropiados a comprender cada vez más plenamente lo que realizan en las funciones sagradas, a vivir la vida litúrgica y comunicarla a los fieles a ellos encomendados” (SC 18).
Con
ese conocimiento, los pastores podrán educar al pueblo cristiano e iniciar a
los fieles a una vida litúrgica más plena, consciente, activa, interior y
fructuosa. “Los pastores de almas fomenten con diligencia y paciencia la
educación litúrgica y la participación activa de los fieles, interna y externa”
(SC 19). Esa formación catequética, mistagógica, conducirá a una verdadera
participación interior y exterior, del corazón, y se hará a través de los ritos
mismos de la liturgia, bien celebrados, y de la formación y catequesis[1].
Así
se ha de abordar y establecer canales y vías de formación e introducción a la
liturgia en la diócesis y en las parroquias, no sólo para los sacerdotes y
diáconos, sino también para el pueblo cristiano entero:
“El cometido más urgente es el de la formación bíblica y litúrgica del pueblo de Dios: pastores y fieles. La Constitución ya lo había subrayado: «No se puede esperar que esto ocurra (la participación plena, consciente y activa de todos los fieles), si antes los mismos pastores de almas no se impregnan totalmente del espíritu y de la fuerza de la Liturgia y llegan a ser maestros de la misma». Esta es una obra a largo plazo, la cual debe empezar en los Seminarios y Casas de formación y continuar durante toda la vida sacerdotal. Esta misma formación, adaptada a su estado, es también indispensable para los laicos” (Juan Pablo II, Vicesimus Quintus annus, n. 15).
“Desde esta perspectiva, sigue siendo más necesario que nunca incrementar la vida litúrgica en nuestras comunidades, a través de una adecuada formación de los ministros y de todos los fieles, con vistas a la participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que recomendó el Concilio” (Juan Pablo II, Spiritus et Sponsa, n. 7).
La
catequesis mistagógica, en la que se explican sus ritos y las consecuencias
personales para quienes participan en la liturgia, adentrándonos más en el
misterio de Cristo celebrado en la liturgia, comprendiéndola mejor.
Esta
tarea formativa y de catequesis mistagógica es función de una pastoral
litúrgica verdadera. Las distintas diócesis ofrecerán cursos de liturgia,
cursillos sobre temas concretos, escuelas de liturgia, etc., así como material
formativo específicamente litúrgico en sus revistas y hojas diocesanas, páginas
webs, etc. Pero las distintas parroquias ganarán en vida cristiana si ofrecen
los recursos necesarios para una iniciación litúrgica seria, permanente:
escuela de catequistas, catequesis de adultos, retiros parroquiales, charlas
cuaresmales, formación litúrgica del coro parroquial, formación litúrgica en la Adoración Nocturna,
grupos, asociaciones de fieles, artículos en boletines, catequesis mistagógicas
a quienes se preparan para vivir algún sacramento (Bautismo, Confirmación,
Unción de Enfermos), etc.
Lo
que no se puede afirmar gratuitamente es que “la liturgia es complicada y
extraña”. Es diáfana cuando se celebra bien, expresivamente y con unción y
sentido de Dios y luego es apoyada por una formación que abarque a los
ministros y a los fieles.
[1] “la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los
cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores,
sino que
comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen
conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la
palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a
Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo
por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por
Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea
todo en todos” (SC 48).
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