1.Con el paso de los siglos, y
sin tardar mucho, la gran plegaria eucarística o anáfora, recitada por el
obispo o el sacerdote, recibió distintas aclamaciones o intervenciones de los
fieles que se vinculaban así, más estrechamente a la gran y solemne oración de
consagración.
Las
más antiguas intervenciones, según nos consta, fueron las palabras del diálogo
inicial (“y con tu espíritu”, “lo tenemos levantado hacia el Señor”, “es justo
y necesario”) y el gran y solemne “Amén” final. Éstas son comunes a todos los
ritos y familias litúrgicas. Pronto se incorporó, como vimos ya, el “Santo”
cantado, el Trisagion.
Pero
muchas familias litúrgicas, especialmente orientales o influidas por el estilo
de la liturgia oriental, añadieron más y constantes intervenciones.
2.
La divina liturgia de san Juan Crisóstomo, en el ámbito bizantino, es una buena
muestra de ello.
El
inicio de la plegaria es, ¡cómo no!, el diálogo inicial: “La gracia de nuestro
Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con
todos vosotros”, “-Y con tu espíritu”. “Levantemos el corazón” “-Lo tenemos
levantado hacia el Señor”. “Demos gracias al Señor”, “-Es justo y necesario
(adorar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, la Trinidad Una en esencia e
inseparable)”.
Tras
la alabanza que pronuncia el sacerdote, se canta el “Santo”. A las palabras de
la consagración, tanto sobre el pan como sobre el cáliz, se responde “Amén”.
Así dice el sacerdote: “Tomad, comed, esto es mi cuerpo que se entrega por
vosotros para el perdón de los pecados”, y todos dicen: “Amén”.
Concluida
la consagración, dirá el sacerdote la fórmula memorial: “Así pues, conmemorando
el mandamiento del Salvador, y todo lo que sucedió por nosotros, la cruz, el
sepulcro, la resurrección al tercer día, la ascensión al cielo, la
entronización a la derecha del Padre y la segunda y gloriosa venida, te
ofrecemos estos dones de Tus propios dones, en nombre de todos y por todos”.
Los fieles responden glorificando a Dios: “Te alabamos, te bendecimos, te damos
gracias y te suplicamos, Señor Dios nuestro”.
Prosigue
la solemne anáfora nombrando por quiénes se ofrece el Sacrificio en comunión
con la Iglesia
hasta que dice el diácono interviniendo: “Recuerda también, Señor, a aquellos
que vienen a la mente de cada uno de nosotros y a todo tu pueblo”, y los fieles
lo ratifican repitiendo: “Y a todo tu pueblo”.
Finalmente,
concluirá la larga plegaria con una alabanza trinitaria, o doxología, y el
solemne “Amén” de todos: “Y concédenos que con una sola voz y un solo corazón
glorifiquemos y alabemos tu santísimo y majestuoso nombre, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos”, y todos
concluyen: “Amén”.
Vemos
cómo en el rito bizantino los fieles intervienen en distintos momentos en la
plegaria eucarística, haciéndola suya, viviéndola.
3.
Otro tanto ocurre en nuestro venerable rito hispano-mozárabe, tan dado
igualmente a la participación de los fieles con respuestas y aclamaciones, con
el influjo oriental que asimiló.
Desde
la sede (o choros) dirá el sacerdote: “Me acercaré al altar de Dios”, “-A Dios
que es nuestra alegría”. Y sube al altar.
El
diácono advierte: “Oídos atentos al Señor”, “-Toda nuestra atención hacia el
Señor”. El sacerdote, ya en el altar, prosigue: “Levantemos el corazón”, “-Lo
tenemos levantado hacia el Señor”. “A Dios y a nuestro Señor Jesucristo, Hijo
de Dios, que está en el cielo, demos debidas gracias y alabanzas”, “-Es justo y
necesario”.
El
sacerdote eleva una extensa acción de gracias que se concluye con el Sanctus:
“Santo, Santo, Santo… Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el
cielo. Hagios, Hagios, Hagios, Kyrie o Theos”.
Al
llegar las palabras de la consagración, como en muchos ritos orientales, el
pueblo responderá: “Amén”. Dirá el sacerdote: “Tomad y comed: esto es mi cuerpo
que será entregado por vosotros. Cuantas veces lo comáis, hacedlo en memoria
mía”, y se responde: “Amén”.
Terminada
la consagración, el sacerdote con las manos extendidas, dice: “Cuantas veces
comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor hasta que
venga glorioso desde el cielo”, y todos aclaman: “Así lo creemos, Señor Jesús”.
Prosigue
la plegaria con una oración, variable en cada Misa, llamada “post-pridie”, a la
que nuevamente se responde “Amén”, y la gran doxología con una bendición sobre
los dones eucarísticos ya consagrados. Así dice el sacerdote: “Concédelo, Señor
santo, pues creas todas estas cosas para nosotros, indignos siervos tuyos, y
las haces tan buenas, las santificas, las llenas de vida +, las bendices y nos las das, así bendecidas por ti, Dios nuestro,
por los siglos de los siglos”, y los fieles sellan la gran plegaria eucarística
respondiendo: “Amén”.
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