miércoles, 28 de julio de 2021

Virtud teologal de la fe (y III)



5. Pero la fe queda incompleta si se reduce sólo a la entrega confiada y a saber interpretar y mirarlo todo con los ojos de Dios; hay que añadir que la fe es aceptación y profesión de la fe católica, de la Verdad revelada. Tiene, pues, un contenido dogmático, de recta Verdad.



Lo más razonable, lo que mejor se acomoda al espíritu humano y su inteligencia, es la fe. Ésta no es algo irracional, ni mágico. La fe, por ser lo más razonable para el hombre, puede ser pensada, formulada; se puede indagar: ésta es la tarea de la teología, esto es algo irrenunciable al hombre: pensar y comprender la fe. Predicaba S. Agustín: “cree para entender; entiende para creer”. 

La razón y la fe, dice Juan Pablo II, son las dos alas del espíritu humano para comprender la Verdad. La fe tiene que ser pensada, estudiada, ¡es la fe misma la que lo pide!, sabiendo siempre que de Dios podemos conocer muchas cosas, pero siempre serán más las que no conozcamos, porque estamos ante el Misterio que es siempre mayor que nosotros y nuestra inteligencia. 

La fe ilumina la inteligencia en este camino, pero sabiendo siempre que Dios es mayor y si pensamos la fe –la teología lo hace- es para amar y adorar más a Dios.

 
De ahí nace la necesidad de comprender y conocer mejor el Misterio de la fe: el recurso a la lectura, la formación, el estudio y uno de los mejores instrumentos es el Catecismo de la Iglesia Católica. A él los católicos deben acudir, manejarlo, profundizar en la fe que han recibido. O, lo que es lo mismo, ir conociendo la Verdad de nuestra fe. Es una tarea que no acaba nunca, ni depende de la edad.

El Credo supone la formulación exacta de la fe en breves artículos. Es el signo, el símbolo de la fe. La fe, como tal, abarca todo el conjunto, recibiendo la Verdad. 

La selección, el coger y aceptar unas cosas y otras rechazarlas, el sustituir la Verdad por opiniones, o el coger cosas contradictorias (por ejemplo, creer en la resurrección de Cristo y “creer” en la reencarnación) es destruir la fe, apartarse de la fe católica. O, en el mismo plano, decir que se cree en Dios, pero no en la Iglesia, es una afirmación que revela la confusión doctrinal, lo parcial e incompleto de esa fe.

En materia de doctrina hemos de tener mucha claridad, fiel a lo que la Iglesia enseña, y recibir la fe en su pureza, íntegra. La Carta a los Hebreos ya advertía a los cristianos: “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre. No os dejéis arrastrar por doctrinas complicadas y extrañas” (Hb 13,8-9). La exhortación paulina constante es “guardar íntegro el depósito de la fe” (cf. 1Tm 6,20; 2Tm 1,12.14). Y la Iglesia, Maestra y Madre, es la que recibe el depósito de la fe, tiene el carisma de la enseñanza y es la que puede interpretar.

6. Esta fe se va haciendo carne en el alma del creyente. ¿Cómo actúa la fe? “La fe actúa por el amor” (Gal 5,6). Entonces la fe deja de peligrar: ya no será una idea, unas creencias; tampoco será un sentimiento, una emoción subjetiva. La fe –tal como la venimos describiendo- se hace vida, opera por el amor, se vuelve actuación. Según se cree, así se vive y así serán las obras. 

Ahora bien, la fe católica actúa por el amor. El criterio siempre serán las obras, nuestro actuar: aquí está entonces la reflexión de la carta del apóstol Santiago: “¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: “Tengo fe”, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Porque así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (St 2,14.26). El Señor mismo en el Evangelio lo señalaba: “No hay árbol bueno que dé fruto malo y, al revés, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto” (Lc 6,43-44a). Las obras, la vida, serán las que den la señal de la fe.

¿Cuáles son estas obras según el Espíritu? San Pablo dice: “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (Gal 5,22). ¿Cuáles son estas obras? Las que Cristo señala al hablar del juicio (Mt 25,31ss), las obras de misericordia: “dar de comer al hambriento y al sediento de beber; acoger al forastero; vestir al desnudo; acompañar y visitar al que está enfermo o en la cárcel”.

Por el contrario, las obras de la carne, tan lejos de la fe, que a veces brotan en nuestro corazón pero podemos, con la Gracia, vencer. Estas obras son: “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes” (Gal 5,19-21).

La fe sin obras está muerta. La fe reducida a unos rezos, pero luego viviendo como vive el mundo y con los criterios del mundo, es un cadáver. La fe que sabe de verdades pero luego no inciden en la vida se convierten en ideología. Vivir según la fe es nuestro deseo. Señor, “creo, pero ayuda mi fe”.

7. Para terminar, la fe se hace apostolado, evangelización. Su raíz está clara: la fe es eclesial, se vive y se da en la Iglesia, que se concreta en la parroquia, y queremos que muchos otros vivan y participen de la fe de la Iglesia, se unan a nosotros. 

Todo apostolado, toda evangelización es para aumentar el número de los creyentes que se agregan a la Iglesia. 

Nuestro mayor tesoro es Jesucristo, el encontrar a Cristo y que sea nuestro centro, nuestra unidad, nuestro ideal, nuestra belleza; pero no es un tesoro para nosotros; el celo por el Evangelio, por la gloria de Dios nos impulsa a que muchos otros conozcan, amen y sigan a Cristo en su Iglesia. Esto es lo que hace que la fe conlleve el apostolado y la evangelización. ¡Ser apóstoles!, porque, enseña Juan Pablo II, “¡la fe se fortalece dándola!” (en la encíclica Redemptoris missio).

Aquí en favor del apostolado, y la evangelización, que los enfermos ofrezcan sus dolores al Señor; aquí, que todos oren para que el Evangelio se siga propagando y la Iglesia crezca; aquí la tarea de evangelización en el primer campo propio de los laicos, la familia; aquí la palabra y el testimonio ante amigos, vecinos y compañeros de trabajo. Aquí la perseverancia en ganar almas para Cristo, un consejo en un momento oportuno, según el Evangelio, una palabra de fe, una invitación a participar de algo de la parroquia... La fe nos convierte en apóstoles. Es una urgencia del Señor en estos tiempos de increencia.

Meditemos sobre estas realidades de fe, pidamos la gracia del Señor, supliquemos a Cristo, que, por su Gracia, aumente nuestra fe.

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