Dos
tipos de comunión reseña el papa Juan Pablo II en la encíclica Ecclesia de Eucharistia: la visible y la invisible. Consideremos la primera nota: la visibilidad de la comunión eclesial significada y realizada en el sacramento eucarístico.
Es la comunión dentro de la Iglesia con la jerarquía
eclesiástica, la vertebración jerárquica, es decir, comunión con el Sucesor de
Pedro, comunión con el propio obispo, comunión con el Magisterio y enseñanza de
fe y moral de la Iglesia,
un profundo sentido de amor y obediencia a la Iglesia (Pablo VI definía
bellamente a la Iglesia
como “Misterio de obediencia”).
Quien pretenda ir por libre en la Iglesia, o quien rechace o
rompa la comunión con Pedro o con su obispo, quien niegue algunas de las
verdades de la fe o viva al margen de la moral católica, él mismo se está
excomulgando, es decir, saliéndose de la comunión visible de la Iglesia. ¿Cómo comer el
Pan de la unidad cuando esa unidad se ha roto?
El Catecismo de la Iglesia Católica
expone este precioso Misterio de la comunión visible de la Iglesia dentro de un
amplio marco: lo que la
Iglesia es en sí misma o “el Sagrado Misterio de la Unidad de la Iglesia” (UR 2):
La Iglesia
es una debido a su origen:
“El modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de un solo Dios
Padre e Hijo en el Espíritu Santo en la Trinidad de personas” (UR 2). La Iglesia es una debido a su Fundador: “Pues el mismo
Hijo encarnado, Príncipe de la Paz,
por su cruz reconcilió a todos los hombres con Dios... restituyendo la unidad de
todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo” (GS 78,3). La Iglesia es una debido a su “alma”: el Espíritu Santo
que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa
admirable comunión de fieles y une a todos en Cristo tan íntimamente que es el
Principio de la unidad de la
Iglesia” (UR 2). Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una:
¡Qué
sorprendente misterio! Hay un solo Padre del universo, un solo Logos del
universo y también un solo Espíritu Santo, idéntico en todas partes: hay
también una sola virgen hecha madre, y me gusta llamarla Iglesia (Clemente de
Alejandría, paed. 1,6,42).
Desde
el principio, esta Iglesia una se presenta, no obstante, con una gran diversidad que procede a la vez de la
variedad de los dones de Dios y de la multiplicidad de las personas que los
reciben. En la unidad del Pueblo de Dios se reúnen los diferentes pueblos y
culturas. Entre los miembros de la
Iglesia existe una diversidad de dones, cargos, condiciones y
modos de vida; “dentro de la comunión eclesial, existen legítimamente las
Iglesias particulares con sus propias tradiciones” (LG 13). La gran riqueza de
esta diversidad no se opone a la unidad de la Iglesia. No obstante,
el pecado y el peso de sus consecuencias amenazan sin cesar el don de la
unidad. También el apóstol debe exhortar a “guardar la unidad del Espíritu con
el vínculo de la paz” (Ef 4,3).
¿Cuáles son estos vínculos de la unidad?
“Por encima de todo esto revestíos del amor, que es el vínculo de la
perfección” (Col 3,14). Pero la unidad de la Iglesia peregrina está asegurada por vínculos visibles de comunión:
-la profesión de una misma fe
recibida de los apóstoles;
-la celebración común del culto
divino, sobre todo de los sacramentos;
-la sucesión apostólica por el
sacramento del orden, que conserva la concordia fraterna de la familia de Dios
(cf. UR 2; LG 14; CIC, can. 205).” (CAT 813-815).
Esta comunión visible se expresa de diversos modos en la misma liturgia puesto
que las rúbricas –aunque esto parece que hoy no se lleva- están transidas de
teología y por ello no se pueden modificar, alterar o ignorarlas:
1.
Comunión con el
Sacramento Ordenado: Hay una sede desde la cual preside el ministro ordenado
como Cabeza, distinta de los asientos de los concelebrantes que lo puedan
rodear (especialmente en el caso del Obispo).
2.
El rezo del Credo los
domingos y solemnidades expresa con claridad la unidad de fe a la que se une
esa asamblea celebrante concreta.
3.
La mención explícita
del nombre del Papa y del Obispo diocesano (solamente: no de un prior o superior religioso o...) en el interior de la
plegaria eucarística, no tanto para pedir por ellos, cuanto para manifestar la
comunión con ellos.
4.
El fermentum o trozo
de Pan consagrado que se echa en el cáliz tras la fracción del Pan (o
inmixtión) es un gesto antiquísimo en rito romano de comunión con el Papa –y
por extensión, con el propio Obispo-.
5.
La disposición misma
de la asamblea formando un cuerpo bien diferenciado: el presbiterio para el
Obispo y los presbíteros, los diáconos juntos, los acólitos en otra parte, los fieles
en el aula de la asamblea, el coro (parroquial o monástico), en otra parte pero
integrado y no como parte de un espectáculo, las religiosas de clausura en su
coro o en el sitio en que celebren la Eucaristía pero separadas por un signo visible de
su clausura (sea un muro alto, una reja, una verja, etc, según lo determinan el
Código, la Verbi Sponsa,
y las propias Constituciones de las distintas Órdenes): es un cuerpo en comunión visible, diferenciado,
pero formando parte de un todo. Un ejemplo interesante y elocuente (¡hoy
que todo está mezclado!), lo constituye la didascalía de los apóstoles de la
primera mitad del siglo III:
En vuestras asambleas, en las iglesias santas, haced
vuestras reuniones de modo digno y preparad solícitamente sitios decentes para
los hermanos. Resérvese para los presbíteros un lugar en la parte de la casa
que mira al oriente. Y en medio de ellos esté colocado el solio del obispo, y
siéntense con él los presbíteros; de igual modo, en la otra parte que mira al
oriente, siéntense los varones no clérigos. Pues dice bien que los presbíteros
se sienten con el obispo, en la parte de la casa que mira al oriente, y detrás
de ellos, los clérigos, y después las mujeres, para que cuando os levantáis a
orar se levanten primero los que presiden, después los hombres no clérigos, y
después a su vez, las mujeres. Porque es preciso que vosotros oréis hacia el oriente, como
sabéis que está escrito: Alabad a Dios
que asciende sobre el cielo del cielo hacia oriente. Y uno de los diáconos
asista continuamente a las oblaciones de la Eucaristía, y otro esté
de pie fuera, junto a la puerta, mirando a los que entran, y después, cuando
vosotros hagáis la oblación, sirvan juntamente en la iglesia.
Y si a
alguno se le encontrase sentado fuera de su lugar, que le reprenda el diácono
que está dentro, y le haga levantar y sentar en el lugar a él designado. Porque
Nuestro Señor comparó la iglesia con los apriscos. Y así como vemos que los
animales carentes de razón, por ejemplo, los bueyes, las ovejas y las cabras,
duermen y se levantan, pastan y rumian, según su diversa especie, sin que
ninguno de ellos se separe de sus afines, y lo mismo los animales del campo
andan por los montes cada uno con sus semejantes; del mismo modo en la iglesia
también, los jóvenes siéntense aparte, si hay sitio; si no, estén de pie; los
avanzados en edad, siéntense separadamente; los niños, aparte de pie, o que los
cojan los padres y madres consigo, y estén de pie; las jóvenes que también se
sienten aparte, y si no hay sitio, que estén tras las mujeres; las casadas
jóvenes y con hijos, estén aparte de pie; las ancianas y las viudas se sienten aparte. Y provea el
diácono para que cada uno de los que entran vaya a su sitio y que ninguno de
ellos se siente fuera del sitio a él señalado. Igualmente provea el diácono que
nadie susurre, o dormite, o ría, o haga señas. Pues es necesario estar así
alerta en la iglesia, con disciplina y sobriedad, y tener atento el oído a la
palabra del Señor (cap. 19).
E igual testimonio, siglos después, ofrecer, más
desarrollado, las Constituciones siríacas de los Apóstoles.
6.
Igualmente es signo de
comunión visible el formar una gran asamblea litúrgica (S. León Magno decía que
se celebrase la Eucaristía
tantas veces cuantas se llenase el templo), y no multiplicar Misas ni celebrar
Misas los domingos con grupso aparte. Lodice el mismo Juan Pablo II en la Carta Apostólica
Dies Domini:
El dies Domini se manifiesta así también
como dies Ecclesiae. Se comprende
entonces por qué la dimensión comunitaria de la celebración dominical deba ser
particularmente destacada a nivel pastoral. Como he tenida oportunidad de
recordar en otra ocasión, entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia
“ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración
dominical del día del Señor y su Eucaristía”. En este sentido, el Concilio
Vaticano II ha recordado la necesidad de “trabajar para que florezca el sentido
de comunidad parroquial, sobre todo en la celebración común de la misa dominical”(nº
35).
La asamblea dominical es un lugar
privilegiado de unidad. En efecto, en ella se celebra el sacramentum unitatis que caracteriza profundamente a la Iglesia, pueblo reunido
“por” y “en” la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo... En las Misas dominicales de la
parroquia, como “comunidad eucarística”, es normal que se encuentren los
grupos, movimientos, asociaciones y de las pequeñas comunidades religiosas
presentes en ella. Esto les permite experimentar lo que es más profundamente
común para ellos, más allá de las orientaciones espirituales específicas que
legítimamente les caracterizan, con obediencia al discernimiento de la
autoridad eclesial. Por esto en domingo, día de la asamblea, no se han de
fomentar las Misas de los grupos pequeños: no se trata de evitar que a las
asambleas parroquiales les falte el necesario ministerio de los sacerdotes,
sino que se ha de procurar salvaguardar
y promover plenamente la unidad de la comunidad eclesial (nº 36).
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