domingo, 11 de julio de 2021

La comunión visible de la Iglesia (en la Eucaristía)



Dos tipos de comunión reseña el papa Juan Pablo II en la encíclica Ecclesia de Eucharistia: la visible y la invisible. Consideremos la primera nota: la visibilidad de la comunión eclesial significada y realizada en el sacramento eucarístico.



Es la comunión dentro de la Iglesia con la jerarquía eclesiástica, la vertebración jerárquica, es decir, comunión con el Sucesor de Pedro, comunión con el propio obispo, comunión con el Magisterio y enseñanza de fe y moral de la Iglesia, un profundo sentido de amor y obediencia a la Iglesia (Pablo VI definía bellamente a la Iglesia como “Misterio de obediencia”). 

Quien pretenda ir por libre en la Iglesia, o quien rechace o rompa la comunión con Pedro o con su obispo, quien niegue algunas de las verdades de la fe o viva al margen de la moral católica, él mismo se está excomulgando, es decir, saliéndose de la comunión visible de la Iglesia. ¿Cómo comer el Pan de la unidad cuando esa unidad se ha roto?

El Catecismo de la Iglesia Católica expone este precioso Misterio de la comunión visible de la Iglesia dentro de un amplio marco: lo que la Iglesia es en sí misma o “el Sagrado Misterio de la Unidad de la Iglesia” (UR 2):

            La Iglesia es una debido a su origen: “El modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo en la Trinidad de personas” (UR 2). La Iglesia es una debido a su Fundador: “Pues el mismo Hijo encarnado, Príncipe de la Paz, por su cruz reconcilió a todos los hombres con Dios... restituyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo” (GS 78,3). La Iglesia es una debido a su “alma”: el Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une a todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la Iglesia” (UR 2). Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una:

            ¡Qué sorprendente misterio! Hay un solo Padre del universo, un solo Logos del universo y también un solo Espíritu Santo, idéntico en todas partes: hay también una sola virgen hecha madre, y me gusta llamarla Iglesia (Clemente de Alejandría, paed. 1,6,42).



            Desde el principio, esta Iglesia una se presenta, no obstante, con una gran diversidad que procede a la vez de la variedad de los dones de Dios y de la multiplicidad de las personas que los reciben. En la unidad del Pueblo de Dios se reúnen los diferentes pueblos y culturas. Entre los miembros de la Iglesia existe una diversidad de dones, cargos, condiciones y modos de vida; “dentro de la comunión eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias tradiciones” (LG 13). La gran riqueza de esta diversidad no se opone a la unidad de la Iglesia. No obstante, el pecado y el peso de sus consecuencias amenazan sin cesar el don de la unidad. También el apóstol debe exhortar a “guardar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz” (Ef 4,3).

            ¿Cuáles son estos vínculos de la unidad? “Por encima de todo esto revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección” (Col 3,14). Pero la unidad de la Iglesia peregrina está asegurada por vínculos visibles de comunión:

-la profesión de una misma fe recibida de los apóstoles;
-la celebración común del culto divino, sobre todo de los sacramentos;
-la sucesión apostólica por el sacramento del orden, que conserva la concordia fraterna de la familia de Dios (cf. UR 2; LG 14; CIC, can. 205).” (CAT 813-815).


            Esta comunión visible se expresa de diversos modos en la misma liturgia puesto que las rúbricas –aunque esto parece que hoy no se lleva- están transidas de teología y por ello no se pueden modificar, alterar o ignorarlas:

1.      Comunión con el Sacramento Ordenado: Hay una sede desde la cual preside el ministro ordenado como Cabeza, distinta de los asientos de los concelebrantes que lo puedan rodear (especialmente en el caso del Obispo).
2.      El rezo del Credo los domingos y solemnidades expresa con claridad la unidad de fe a la que se une esa asamblea celebrante concreta.
3.      La mención explícita del nombre del Papa y del Obispo diocesano (solamente: no de un prior o superior religioso o...) en el interior de la plegaria eucarística, no tanto para pedir por ellos, cuanto para manifestar la comunión con ellos.
4.      El fermentum o trozo de Pan consagrado que se echa en el cáliz tras la fracción del Pan (o inmixtión) es un gesto antiquísimo en rito romano de comunión con el Papa –y por extensión, con el propio Obispo-.
5.      La disposición misma de la asamblea formando un cuerpo bien diferenciado: el presbiterio para el Obispo y los presbíteros, los diáconos juntos, los acólitos en otra parte, los fieles en el aula de la asamblea, el coro (parroquial o monástico), en otra parte pero integrado y no como parte de un espectáculo, las religiosas de clausura en su coro o en el sitio en que celebren la Eucaristía pero separadas por un signo visible de su clausura (sea un muro alto, una reja, una verja, etc, según lo determinan el Código, la Verbi Sponsa, y las propias Constituciones de las distintas Órdenes): es un cuerpo en comunión visible, diferenciado, pero formando parte de un todo. Un ejemplo interesante y elocuente (¡hoy que todo está mezclado!), lo constituye la didascalía de los apóstoles de la primera mitad del siglo III:

En vuestras asambleas, en las iglesias santas, haced vuestras reuniones de modo digno y preparad solícitamente sitios decentes para los hermanos. Resérvese para los presbíteros un lugar en la parte de la casa que mira al oriente. Y en medio de ellos esté colocado el solio del obispo, y siéntense con él los presbíteros; de igual modo, en la otra parte que mira al oriente, siéntense los varones no clérigos. Pues dice bien que los presbíteros se sienten con el obispo, en la parte de la casa que mira al oriente, y detrás de ellos, los clérigos, y después las mujeres, para que cuando os levantáis a orar se levanten primero los que presiden, después los hombres no clérigos, y después a su vez, las mujeres. Porque es preciso  que vosotros oréis hacia el oriente, como sabéis que está escrito: Alabad a Dios que asciende sobre el cielo del cielo hacia oriente. Y uno de los diáconos asista continuamente a las oblaciones de la Eucaristía, y otro esté de pie fuera, junto a la puerta, mirando a los que entran, y después, cuando vosotros hagáis la oblación, sirvan juntamente en la iglesia.



            Y si a alguno se le encontrase sentado fuera de su lugar, que le reprenda el diácono que está dentro, y le haga levantar y sentar en el lugar a él designado. Porque Nuestro Señor comparó la iglesia con los apriscos. Y así como vemos que los animales carentes de razón, por ejemplo, los bueyes, las ovejas y las cabras, duermen y se levantan, pastan y rumian, según su diversa especie, sin que ninguno de ellos se separe de sus afines, y lo mismo los animales del campo andan por los montes cada uno con sus semejantes; del mismo modo en la iglesia también, los jóvenes siéntense aparte, si hay sitio; si no, estén de pie; los avanzados en edad, siéntense separadamente; los niños, aparte de pie, o que los cojan los padres y madres consigo, y estén de pie; las jóvenes que también se sienten aparte, y si no hay sitio, que estén tras las mujeres; las casadas jóvenes y con hijos, estén aparte de pie; las ancianas y  las viudas se sienten aparte. Y provea el diácono para que cada uno de los que entran vaya a su sitio y que ninguno de ellos se siente fuera del sitio a él señalado. Igualmente provea el diácono que nadie susurre, o dormite, o ría, o haga señas. Pues es necesario estar así alerta en la iglesia, con disciplina y sobriedad, y tener atento el oído a la palabra del Señor (cap. 19).

E igual testimonio, siglos después, ofrecer, más desarrollado, las Constituciones siríacas de los Apóstoles.

6.      Igualmente es signo de comunión visible el formar una gran asamblea litúrgica (S. León Magno decía que se celebrase la Eucaristía tantas veces cuantas se llenase el templo), y no multiplicar Misas ni celebrar Misas los domingos con grupso aparte. Lodice el mismo Juan Pablo II en la Carta Apostólica Dies Domini:

El dies Domini se manifiesta así también como dies Ecclesiae. Se comprende entonces por qué la dimensión comunitaria de la celebración dominical deba ser particularmente destacada a nivel pastoral. Como he tenida oportunidad de recordar en otra ocasión, entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia “ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del día del Señor y su Eucaristía”. En este sentido, el Concilio Vaticano II ha recordado la necesidad de “trabajar para que florezca el sentido de comunidad parroquial, sobre todo en la celebración común de la misa dominical”(nº 35).

La asamblea dominical es un lugar privilegiado de unidad. En efecto, en ella se celebra el sacramentum unitatis que caracteriza profundamente a la Iglesia, pueblo reunido “por” y “en” la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo... En las Misas dominicales de la parroquia, como “comunidad eucarística”, es normal que se encuentren los grupos, movimientos, asociaciones y de las pequeñas comunidades religiosas presentes en ella. Esto les permite experimentar lo que es más profundamente común para ellos, más allá de las orientaciones espirituales específicas que legítimamente les caracterizan, con obediencia al discernimiento de la autoridad eclesial. Por esto en domingo, día de la asamblea, no se han de fomentar las Misas de los grupos pequeños: no se trata de evitar que a las asambleas parroquiales les falte el necesario ministerio de los sacerdotes, sino que se ha de procurar salvaguardar y promover plenamente la unidad de la comunidad eclesial (nº 36).

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