3. Ser hombre de fe, o como dice la Escritura, “el justo vivirá de la fe” (Rm 1,17) es,
simplemente, una entrega confiada a Dios.
La fe es creer que Dios existe, sí,
pero creyendo que existe, entregarse con amor a Él. Creer que existe,
solamente, no basta; escribe el apóstol Santiago: “también los demonios creen y tiemblan” (St 2,19c). Son
los demonios los que señalan a Jesús: “¿Qué
tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios?” (Mt 8,29).
Sabiendo que Dios existe, no por eso tienen fe, pues la fe incluye el matiz de
entregarse confiadamente al Señor.
Se reconoce a Dios como Señor de la
propia vida, como lo mejor que ha podido ocurrirnos nunca: ¡conocerle!
Entonces, la respuesta de fe es entregarse al Señor: “mi vida ya no es mí, es
toda tuya. Haz lo que quieras”, o, vivido marianamente: “hágase en mí según tu palabra”. Ya la vida no nos pertenece, se la
hemos entregado al Señor porque sabemos que nos ama.
Desde ese momento la fe se
hace abandono en la
Providencia, sencillez de niños, vivir como hijos. Se disipa
el temor y el miedo al futuro, la angustia, el querer acapararlo todo y a todos
siendo dioses pequeños de nosotros mismos. Cuando todo eso se abandona uno vive
de fe, entregado al Señor en auténtica y sencilla infancia espiritual, y su
oración preferida será recitar muy lentamente el Padrenuestro, porque ahí experimenta
que uno es pequeño e indefenso ante Dios, que será santo si Dios lo santifica y
toda la vida –en fe- nos la entrega el Señor en el “cada día”, haciendo su
voluntad, recibiendo el Pan de la
Eucaristía y el pan material, poniendo el Señor su mano para
librarnos del Maligno y guardando nuestros pasos para que no resbale nuestro
pie en la tentación.
Vivir de fe “descomplica” la vida, la hace más sencilla,
más libre, mucho más gratuita.
Vivir de fe es entregarse a Dios. Ya
provocaría cierto pudor decir “yo creo mucho en Dios”, porque sabemos que
nuestra fe es pequeña y frágil, acosada y a veces perseguida. También irá cambiando
nuestro modo de orar. Normalmente, cuando se dice “yo rezo mucho a Dios, yo soy
muy cristiano”, se suele dar a entender que uno está siempre pidiendo a Dios
cosas, aunque uno no viva la vida de la Iglesia ni celebre los sacramentos.
Para el que
vive de fe, pocas veces hablará de “rezar”, hablará de “oración”, y su oración
no consistirá en pedir a Dios a todas horas (como si Dios sólo existiera para
arreglar nuestros problemas), sino en hablar con Él con amor, con amistad; la
oración, en vez de pedir, será ofrecernos: “Aquí
estoy, oh Dios para hacer tu voluntad” (Sal 39; Hb 10), y
será una oración en amor que alaba a Dios, que adora en silencio a Dios. Ese
trato orante con Dios es fruto y alimento del vivir de la fe.
4. El que es de Dios, tiene “la mente de Cristo” (1Co 2,16), la
inteligencia de Cristo, y así, los hombres y mujeres de Dios ven todas las cosas
a la luz de Dios. La fe es su guía. Todas las cosas las transfiguran con una
mirada sobrenatural. ¿Qué quiere decir esto?
Quien vive de la fe, todo lo que
le ocurre, todos los acontecimientos, la cruz, la propia historia, lo
interpreta desde Dios como un plan de la Providencia de Dios sobre cada uno. Las cosas no
ocurren por casualidad, sino por Providencia. Hay que saber leerlo todo desde
la fe; cuestionarse: “¿Por qué el Señor ha permitido que me ocurriera esto?
¿Cuál es la voluntad de Dios en esto?”
Es la Providencia de Dios, y
si miramos atrás en la vida, con mirada de fe, descubriremos que Dios ha hecho
con nuestra vida una historia de salvación, con mucho amor, aunque no lo
entendimos en su momento. TODO ES GRACIA. Así vive el que se deja guiar por la
fe, aquel cuya inteligencia es asistida por la luz de la fe. El Espíritu Santo,
si lo invocamos, nos hará saber interpretarlo todo en la fe. Esto es “caminar a la luz de la fe” (cf. 2Co 5,7).
Y aún más: el que vive de la fe sabe
oír a Dios. Dios tiene su lenguaje, su modo de hablar y comunicarse, y el que
vive de fe, sabe escuchar a Dios, tiene una sensibilidad especial para
descubrir a Dios manifestándose.
¿De qué modo nos habla Dios, el
Señor?
-Habla por la Iglesia, por su Magisterio
(el Papa, junto con los obispos), por la predicación y las orientaciones de sus
sacerdotes que por la gracia de estado del sacramento del Orden son instrumentos
de Cristo. Esto es lenguaje de Dios al que prestar obediencia y agradecimiento.
-Habla el Señor por su Palabra; en
cualquier frase de las lecturas de la
Misa de cada día, o de los salmos de Laudes o Vísperas, o en
un texto litúrgico, puede que el Señor esté esperándote para comunicarse. Se
reconoce como mensaje del Señor por su claridad, por una especial luz donde uno
piensa: “Esto lo dice el Señor para mí”, y porque deja gran paz al alma,
serenidad y alegría. La condición –mariana- será estar receptivo a lo que la Palabra pueda decir ahora,
hoy, en cada celebración, a tu corazón.
-Dios se comunica elocuentemente en
la oración personal, cuando estamos en silencio de oración, de corazón a
corazón con el Señor, sea en el Sagrario, sea ante la Custodia, sea en un
aposento a solas, y sentimos que el Señor da a nuestra alma una luz, una
gracia, una palabra. Ese es el toque suave de Dios al alma que deja un sabor
indescriptible.
-Además, estos mensajes de Dios,
este hablarnos Dios, el hombre de fe los reconoce en los acontecimientos, en
las cosas que nos van ocurriendo, o en lo que nos dijo tal persona, porque el Señor
va haciendo nuestra historia, va hablando en la historia, en lo que vivimos. La
oración, y el consejo de alguien, pueden ayudarnos a descubrir con claridad qué
es lo que el Señor quiere decirnos.
Dicho de otro modo, la
mirada sobrenatural de la fe nos permite descubrir y encontrar a Dios en todas
las cosas, y esto es un sentido más pleno de la realidad y de nuestra vida.
TODO ES GRACIA. TODO ES PROVIDENCIA. ¿Cómo dejar de vivir en la acción de
gracias y en la alabanza?
No hay comentarios:
Publicar un comentario