Más que ser un cauce para
expresar sentimientos y tener momentos emotivos, más que ser un espacio para
adquirir unos valores sociales y tomar conciencia de la realidad para comprometerse,
la liturgia expresa otras realidades más altas, más nobles, más elevadas.
Aquí
entra en juego otro aspecto más de su naturaleza teológica que nos permite
comprender mejor qué es la liturgia, celebrarla correctamente y vivirla con
hondura espiritual. Porque ésta es, y no otra, la perspectiva de la liturgia
que buscó el Concilio Vaticano II con la Constitución sobre
liturgia. Tal cual: ¡sólo hace falta leerla, estudiarla y aplicarla de verdad,
sin suponer que hay un “espíritu” de la liturgia que cada cual recrea a su
antojo!
Siendo
la liturgia hoy la obra de la redención de Cristo, el modo en que Cristo
comunica su redención, la constitución Sacrosanctum Concilium continúa
afirmando: “Contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida, y
manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la
verdadera Iglesia” (SC 2).
1.
Los fieles cristianos, cuando se sumergen en la liturgia y participan de verdad
(interiormente) son transformados y sus vidas cambian. Es una transformación real que se produce por la gracia de los sacramentos,
por la gracia con el encuentro con Cristo Redentor, y que se produce de día en
día, avanzando de gracia en gracia, de celebración en celebración. Así, de
forma amplia, se puede entender el concepto “ex opere operato”: la gracia actúa
siempre en los sacramentos, transformando al hombre. Con palabras del
Catecismo:
“Los sacramentos obran ex opere operato (según las palabras
mismas del Concilio: "por el hecho mismo de que la acción es realizada"),
es decir, en virtud de la obra salvífica de Cristo, realizada de una vez por
todas. De ahí se sigue que "el sacramento no actúa en virtud de la
justicia del hombre que lo da o que lo recibe, sino por el poder de Dios"
(Santo Tomás de Aquino, S. Th., 3, q. 68, a.8, c). En consecuencia,
siempre que un sacramento es celebrado conforme a la intención de la Iglesia, el poder de
Cristo y de su Espíritu actúa en él y por él, independientemente de la santidad
personal del ministro” (CAT 1128).
La disposición y cooperación provechosa del fiel, movido por la
gracia de Dios, hace que la gracia sacramental dé mucho fruto. Esto es
el “ex opere operantis”: la parte humana que debe estar bien dispuesta para la
liturgia con la conversión, arrepentimiento, estar en estado de gracia,
devoción, recogimiento, disponibilidad, escucha, ofrecimiento, adoración. De
nuevo, con palabras del Catecismo: “los frutos de los sacramentos dependen
también de las disposiciones del que los recibe” (CAT 1128).
La
transformación del hombre se realiza por la gracia, con esa conjunción, de
distinto nivel, del “ex opere operato” y del “ex opere operantis”. En la
liturgia es donde los fieles son realmente transformados.
Pero
sin la liturgia, sin la gracia, no hay transformación posible. Sería soñar, y
equivocarse, que el hombre se baste a sí mismo, que él pueda cambiarse mediante
sus esfuerzos, buenos propósitos y compromisos apostólicos y sociales (esto es
lo que se llama pelagianismo)… y que la liturgia sería un añadido, algo
superpuesto pero no imprescindible ni realmente importante.
2.
La liturgia, dice SC 2, transforma a los fieles (“expresen en su vida”) y
conduce a un testimonio real, apostólico (“manifiesten a los demás”). La
transformación interior del fiel en la liturgia es tan profunda que se hace
palpable a los demás.
La
liturgia, obra de la redención y de la gracia, conduce a los fieles cristianos
a una vida nueva hasta el punto de ser apóstoles y testigos, manifestando lo
que han vivido ante los demás.
No
hay mayor empuje ni convicción apostólica que la de quien ha sido tocado por la
gracia de la liturgia. Vive de otro modo, no se guarda lo oído y recibido sino
que lo proclama desde las azoteas (cf. Mt 10,27). Su vida es un testimonio, su
palabra va reforzada por su vida nueva y es ya testigo y apóstol. La liturgia
no nos encierra en nosotros mismos, ni nos adormece, ni nos aísla, ni es un
anestésico ante el mundo circundante. La gracia transforma, y al transformar,
envía apostólicamente al mundo.
La
liturgia bien celebrada, participando con unción, adquiere una gran eficacia y
fuerza apostólica. Sobran palabras y discursos moralizantes, sobran las
moniciones repetitivas y cansinas. En la liturgia, por la fuerza de la liturgia
misma, vuelve a ocurrir la transformación que Cristo realizó en la mujer
samaritana y el testimonio que ésta dio a sus paisanos al conocer y gustar el
don de Dios.
3.
Los fieles son transformados y van a manifestar “el misterio de Cristo y la
naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia” (SC 2).
Los
fieles en la liturgia no sólo van conociendo mejor el misterio de Cristo a lo
largo del año litúrgico (como sería el fin de la catequesis, o la formación,
que busca conocer), sino que van cristificándose: uniéndose a Cristo, viviendo
en comunión con Él, unidos a Él, amando, trabajando, pensando, sintiendo como
Él. La liturgia convierte al cristiano en otro Cristo en el mundo. Toma la
forma interior de Cristo, crece por la liturgia “a la medida de Cristo en su
plenitud” (Ef 4,13), Cristo “toma forma” en ellos (cf. Gal 4,19).
La
liturgia, que es eclesial, va descubriendo a los fieles “la naturaleza
auténtica de la verdadera Iglesia” (SC 2), que es santa y ámbito de santidad.
Permite que los fieles cristianos descubran cada vez mejor el misterio de la Iglesia, se sientan
Iglesia, adquieran un gran sentido de Iglesia en sus almas, sabiéndose miembros
pequeños y humildes, tal vez dolientes, de este gran Cuerpo.
Es
más, mucho más, que sentir la pertenencia afectiva a un grupo concreto, a una
parroquia, a una comunidad determinada, asociación o Movimiento, sino descubrir
la amplitud y catolicidad de la
Iglesia santa. Una verdadera y continuada experiencia
litúrgica conduce a entrar y amar el Misterio de la Iglesia. Entonces
el fiel cristiano vivirá y estará dondequiera con un alma eclesial.
4.
Hallamos entonces otro aspecto de la naturaleza teológica de la liturgia; es la
obra de la redención de Cristo y es el lugar de la transformación por gracia de
los fieles, configurándose con Cristo y con la verdadera Iglesia.
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