El Martirologio romano es el libro de la Iglesia en el cual figuran las celebraciones y los santos que se conmemoran, con distinto rango, cada día del año.
El día anterior se anuncia lo que se celebra al día siguiente. No tendría sentido anunciarlo en el mismo día en que ya se ha inaugurado el Oficio divino y se ha cantado el Oficio de lecturas o las Laudes. Su proclamación -y algunos no lo entienden- se refiere al día siguiente como un aviso: "Los elogios de los santos de cualquier día han de leerse siempre el día precedente" (MR 35).
El momento ritual en que se lee es al final de las Laudes, como se lee en el Ordinario del Martirologio: "En el coro, como de costumbre, la lectura se hace en las Laudes, después de la oración conclusiva de la Hora" (n. 1). Pero, "si se considera oportuno por alguna razón, nada impide que la lectura del Martirologio tenga lugar, de modo similar, en cualquier Hora menor. En la Hora menor, la lectura se hace siempre después de la oración conclusiva" (nn. 5-6). Igualmente se puede hacer la lectura del Martirologio fuera de la celebración de la Liturgia de las Horas, en cuyo caso, "reunida la asamblea, bien en el coro, bien en capítulo o bien a la mesa, el lector comienza inmediatamente por la mención del día en curso" (n. 13).
Sabiendo esto, aterricemos en la Calenda de Navidad.
"En la vigilia de la Natividad del Señor, después de anunciar el día 25 de Diciembre, se canta el anuncio de la Solemne Navidad de modo especial" (n. 9). El propio Martirologio ofrece la musicalización del texto de la Calenda realzando así la solemnidad y el gozo de la Iglesia ante la Natividad del Señor.
En los monasterios y en los Cabildos catedrales ha resonado hoy, en la mañana del 24 de diciembre, el canto
de la Calenda, el anuncio de que mañana, ya, mañana mismo, viene el
Salvador esperado miles y miles de años.
Así anuncia gozosa la Iglesia tal solemnidad:
Pasados innumerables siglos desde la creación del mundo,
cuando en el principio Dios creó el cielo y la tierra
y formó el hombre a su imagen;
después también de muchos siglos,
desde que el Altísimo pusiera su arco en las nubes,
acabado el diluvio, como signo de alianza y de paz;
veintiún siglos después de la emigración de Abrahán,
nuestro padre en la fe, de Ur de los Caldeos;
trece siglos después de la salida del pueblo de Israel de Egipto
bajo la guía de Moisés;
cerca de mil años después que David fue ungido como rey;
la semana sesenta y cinco según la profecía de Daniel;
en la Olimpiada ciento noventa y cuatro,
el año setecientos cincuenta y dos de la fundación de la Urbe;
el año cuarenta y dos del impero de César Octavio Augusto;
estando todo el orbe en paz,
Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre,
queriendo consagrar el mundo con su piadosísima venida,
concebido del Espíritu Santo,
nueve meses después de su concepción,
nace en Belén de Judá,
hecho hombre de María Virgen:
la Natividad de nuestro Señor Jesucristo.
Se ha hecho común que, para el pueblo cristiano, que no participa de Laudes en común la mañana del 24, se le hiciera partícipe de esta perla de espiritualidad, proclamando la Calenda a modo de solemne monición cantada o pregón en la Misa de medianoche, tras el saludo inicial de la Misa. ¡Cuántas veces lo habremos visto en la Misa presidida por Juan Pablo II en la medianoche, en la Basílica Vaticana! Desde hace unos cuatro años, en San Pedro de Roma, sin embargo, se hace antes de la Misa y del canto inicial, quedando un tanto extraño, pues son dos cantos seguidos (primero la Calenda y luego el canto de entrada), y queda aislado de todo rito.
La belleza de la Calenda es la concreción histórica, es decir, el Acontecimiento de la venida de nuestro Señor Jesucristo naciendo en carne mortal de Santa María Virgen, es datable, y en Él se resume el sentido de la historia porque Él lo va a recapitular todo.
Dios ha entrado en la historia. Se ha hecho hombre. Nos salva.
¡Gozo y paz de la Navidad!
Pasados los siglos, Dios cumplió su más excelsa promesa: venir a la Tierra a salvarnos, y esta Noche, profundamente emocionados y agradecidos, haremos memoria trayendo a nuestro presente la Encarnación, nuestra Salvación.
ResponderEliminarSanta (Feliz) Navidad a todos.
Esta familia le desea una Santa Navidad, don Javier ¡que el Niño Jesús le colme de sus bendiciones!
(Me sigue faltando el cuadrito ¡¡¡Excelente!!!...)
Julia María:
EliminarCorrespondo a su amable felicitación... y la hago extensiva a todos porque ni siquiera recuerdo si mañana hay algo programado.
A todos y cada uno...
¡¡FELIZ Y SANTÍSIMA NAVIDAD!!
Hermosisimas palabras, Padre, pero mucho más hermoso contenido. Muchas gracias por todo. Feliz Nochebuena, y feliz NAVIDAD.
ResponderEliminar