La siguiente catequesis es muy navideña, lo cual no querrá decir nunca sentimental, sino al hilo de lo que estamos celebrando.
Pablo VI, partiendo de la historia del Belén y de los nacimientos, ofrece una reflexión sencilla y práctica: hemos de conocer a Jesús, hemos de conocerlo mejor, cada día más, un poco mejor.
Jesucristo no se agota en lo poco o en lo mucho que ya sepamos de Él; es tan inefable, tan insondable, su Persona, que siempre habremos de volver, con estudio, con piedad y con fe, a penetrar un poco en su Misterio.
Sí, la Navidad es tiempo de estudio, del estudio nunca acabado de nuestro buen Señor Jesús.
"El primer biógrafo de San Francisco de Asís, fray Tomás de Celano, en Abruzzo, narra en el capítulo XXX de la primera vida del santo, escrita por él (1228), por orden del Papa Gregorio IX, el origen del Belén, es decir, de la representación escénica del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, según el Evangelio de San Lucas, con la adición convencional del buey y del borriquillo, Isaías (1,3) nos ha dado ocasión y San Ambrosio, con otros, lo recuerda en su expositio Evang. (Luc 2,42; PL 15, 568). Escribe fray Tomás que el supremo propósito de San Francisco era el de observar en todo y siempre el Santo Evangelio. “Especialmente –escribe- la humildad de la Encarnación y la caridad de la Pasión estaban siempre en su memoria, de modo que raramente quería pensar en otra cosa. Se recuerda a este propósito y se celebra con reverencia cuanto él hizo, tres años antes de morir, cerca del pueblo que se llama Greccio, por el día del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo (en 1226). Vivía por aquellos lugares un cierto Juan, de buena fama y de vida mejor, al que el beato Francisco amaba particularmente porque siendo aquél noble y muy estimado, menospreciaba la nobleza de la sangre y ambicionaba tan sólo la nobleza del espíritu. El beato Francisco, como a menudo venía haciendo, casi quince días antes de Navidad lo llamó y le dijo: Si te agrada que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor ve tú delante y prepara lo que te voy a decir. Quiero celebrar la memoria de aquel Niño que nació en Belén y, cierto modo, ver con los ojos del cuerpo las incomodidades en que se encontraba por la falta de cuanto necesita un recién nacido; cómo fue colocado en un pesebre y cómo yacía sobre el heno, junto al buey y al borriquillo. Oído esto, aquel hombre bueno y piadoso se fue corriendo y preparó en el lugar indicado todo lo que el Santo había dicho” (Vita prima, c. 30, Analecta Franciscana X, p. 63).
Éste es el origen de nuestro Belén.
Ahora que esta popular representación de la historia evangélica está en la mente de todos, surge espontáneamente la reflexión sobre cómo el Señor quiso hacerse conocer y cómo el primer deber que nosotros los hombres tenemos hacia este misterioso hermano, que vino en medio de nosotros, es conocerle. El primer conocimiento es el sensible, el que san Francisco quiso concederse a sí y a los demás, por la composición del Belén, el de contemplar de algún modo con los ojos del cuerpo “utcumque corporis oculis pervidere”. Y es una forma naturalísima de conocimiento que Cristo quiso conceder a aquellos afortunados que pudieron estar cerca de él durante su vida temporal, “in illo tempore” en aquel tiempo, como nos instruye la lectura evangélica de la santa misa; y es una forma hermosísima que todos quisiéramos gozar y los santos más que todos. ¿Recordáis lo que dicen los pastores después del anuncio del ángel: “Vamos a verle” (Lc 2,15) y el deseo de los gentiles presentes en la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén: “Queremos ver a Jesús”? (Jn 12,21). ¿Y el testimonio de los apóstoles: “…aquello que hemos visto con nuestros ojos, aquello que hemos contemplado y que nuestras manos han tocado…”? (Jn 20,25).
Pero este conocimiento sensible ha tenido su función inicial, parcial y pasajera para dar certeza concreta, positiva, histórica a aquellos que tuvieron después la misión de predicar el testimonio acerca de la realidad humana y prodigiosa de Jesús y de suscitar aquella nueva forma de conocimiento sobre la cual está fundado todo el edificio religioso establecido por Cristo: la fe. Fue Él el que nos advirtió: “Bienaventurados aquellos que creerán sin haber visto” (Jn 20,29). “Por fe, escribe San Pablo, caminamos nosotros, no por visión” (2Co 5,7).
El hecho es que la venida de Cristo al mundo engendra para nosotros el problema y el deber de conocerlo. ¿Y cómo conocerlo? He aquí la pregunta que cada uno debe hacerse a sí mismo: ¿conozco yo a Jesucristo? ¿Lo conozco de verdad? ¿Lo conozco bastante? ¿Cómo puedo conocerlo mejor? Nadie está en condiciones de responder de modo satisfactorio a estos interrogantes, no sólo porque el conocimiento de Cristo plantea tales problemas y esconde tales profundidades, que sólo la ignorancia, no la inteligencia, puede decirse pagada de una determinada noción sobre Cristo; pero también porque cada nuevo grado de conocimiento que de Él adquirimos, en vez de calmar el deseo del conocimiento de Cristo más bien lo despierta; la experiencia de los estudiosos, y todavía más la de los santos, nos lo dice.
La obligada búsqueda de Jesús
Así pues, hijos carísimos, es necesario que nos pongamos a buscar a Jesús, es decir, a estudiar cuanto podemos saber sobre Él, y he aquí que retorna la imagen del Belén, es decir, el recuerdo de la narración evangélica. El primer conocimiento que debemos tener de Cristo es el documentado por los Evangelios. Si no hemos tenido la fortuna del conocimiento directo y sensible del Señor, debemos tratar de tener un conocimiento histórico, una memoria de Él, dando la debida importancia a la forma humana mediante la cual el Verbo de Dios se ha revelado.
Surgen aquí en seguida grandes discusiones, grandes dificultades, grandes elucubraciones de estudios y de interpretaciones que intentan disminuir el valor histórico de los Evangelios mismos, especialmente aquellos que se refieren al nacimiento de Jesús y a su infancia. Apuntamos apenas esta postura desvalorizadota del contenido histórico de las admirables páginas evangélicas, a fin de que sepáis defender, con el estudio y con la fe, la seguridad consoladora de que aquellas páginas no son invenciones de la fantasía popular, sino que dicen la verdad. “Los Apóstoles –escribe el cardenal Bea- tienen un auténtico interés histórico. No se trata, evidentemente, de un interés histórico en el sentido de la historiografía greco-latina, es decir, de la historia razonada y cronológicamente ordenada, que es fin en sí misma, sino de un interés por los acontecimientos pasados como tales y por la intención de referir y transmitir fielmente hechos y dichos pasados.
Alimentar la fe con la lectura del Evangelio
De ello es reiterada prueba el concepto mismo de “testimonio”, “prestar testimonio”, “testimoniar”, que, en sus varias formas, se repite en el Nuevo Testamento más de 150 veces (La storicità dei Vang. sin, in Civ. Catt. 1964, II, 417-436 y 526-545). No de otro modo la autoridad del Concilio se ha pronunciado: “Los autores sagrados escribieron los Cuatro Evangelios, escogiendo algunas cosas entre las muchas que habían sido transmitidas de viva voz o también por escrito, sintetizando algunas de ellas, explicando otras con referencia a la situación de las Iglesias, conservando por último el carácter de predicación, pero siempre referidas a Jesús con sinceridad y verdad” (Dei verbum, 19).
Refirmados así, los fieles deben dedicarse ante todo con devota pasión a la lectura y al estudio de las fuentes de las Sagradas Escrituras que nos hablan de Jesús. La fe debe ser alimentada con esta sagrada doctrina. Si hemos celebrado bien la Navidad, si nos hemos detenido también nosotros, con sabia sencillez, ante el Belén, debemos también desear aquella “eminente ciencia de Jesucristo” (Flp 3,8) que San Pablo anteponía a toda otra cosa.
Conocer a Jesucristo: ésta es hoy nuestra exhortación”.
(Pablo VI, Audiencia general, 28-diciembre-1966)
Amén. Aprender las palabras, la melodía, el acento, el ritmo, el estilo, la armonía, la manera... la obediencia de Jesús; “permaneced en mi amor”, afinemos los instrumentos.
ResponderEliminarHoy como entonces, Cristo reviste con su manto de gloria a los niños inocentes.
"Irán en mi cortejo vestidos de blanco, pues son dignos de ello, dice el Señor" (Salmodia Laudes)
Me ha sorprendido gratamente esta Catequesis por su profundidad y por la profusión de datos y argumentos. Enhorabuena D. Javier.
ResponderEliminarEl mérito es de Pablo VI. Es un gran maestro. Aquí, sencillamente, he traído sus sabias palabras: toda una exhortación para acercarnos a conocer a Jesús, cada día más, mejor, con más amor, con más estudio, con más piedad...
EliminarNos sobran muchas cosas, muchas "organizaciones" y "actos", y nos falta conocimiento interior de Cristo.
Un gran abrazo!!
"..., es necesario que nos pongamos a buscar a Jesús, es decir, a estudiar cuanto podemos saber sobre Él,... "
ResponderEliminarQue bien lo indica Pablo VI. Cuando tenemos una necesidad, tenemos que buscar aquello que la sacie. Por desgracia hay muchas personas que sesgan la figura de Cristo a su conveniencia. Hay quien lo hace revolucionario comunista o quien lo deja en una figura decorativa. Otros dicen que fue rico, mientras que otros hablan de fue pobre de solemnidad.
Hace pocos días leía un artículo en que se decía que Cristo pisó por primera vez el templo de Jerusalén para denunciar la opresión de los pobres. Decía que Cristo repudiaba el templo, los sacerdotes y todo tipo de religión. Por eso nunca se acercó antes. Leyendo recordaba el episodio de cuando se perdió siendo niño y fue encontrado por sus padres tres días después, precisamente en el templo y rodeados de maestros de la ley.
"los fieles deben dedicarse ante todo con devota pasión a la lectura y al estudio de las fuentes de las Sagradas Escrituras que nos hablan de Jesús. La fe debe ser alimentada con esta sagrada doctrina."
Sin duda tenemos que leer los Evangelios y autores que nos expliquen aspectos interesantes relacionados.
Que Dios le bendiga :D
Néstor:
EliminarSubían al Templo "cada año, según su costumbre"... Pero con tal de ideologizar, se omiten datos evangélicos.
Hay que acudir a los evangelios, estudiarlos amorosamente, y luego completarlo con buenos libros que nos enseñen quién es Jesucristo. ¡Es fascinante su Persona!
Si, lo escrito por Pablo VI, es profundo, preciso, y tan árido como siempre me ha parecido. En fin, habrá que perseverar, hasta familiarizarse mucho más. De nuevo gracias, Padre. Abrazos. DIOS le bendiga.
ResponderEliminar¿Árido? ¿Pablo VI árido?
EliminarReléalo, por favor, es imposible calificarlo de árido. Al revés es exuberante incluso en su adjetivación, siempre ternaria. Posee una belleza literaria patente; ofrece hondura.
Un abrazo.
Es una catequesis realmente estupenda y son fascinantes las palabras de Pablo VI. Es increible lo sencillo que lo hace todo y lo intensa que demuestra que es su fe.
ResponderEliminarDice en mi opinión una cosa esencial y es que debemos acudir a los Evangelios con el objetivo de alimentar la fé.
Esperemos y pidamos al Señor que podamos aprovechar este año de la Fe que el Papa nos regala para poder acrecentarla día a día, acercándonos a los Evangelios.
Gracias don Javier por su trabajo y por facilitarnos el acceso al magisterio de este papa tan esencial.
Que Dios nos conceda el don de la fe para poder creer a pesar de no haber visto.
Coincido, Álvaro, en sus apreciaciones.
EliminarVeremos qué nos aporta a cada uno y a la Iglesia entera el Año de la Fe.
El blog me lleva mi trabajo, mucho, y no todos los días estoy ni siquiera disponbile para contestar los comentarios y dialogar, pero creo que es un servicio sacerdotal. Y en esa línea, seguiré siempre ofreciendo Magisterio de la Iglesia... y con mucho afecto y deuda de gratitud, el Magisterio luminoso y desconocido de pablo VI.
Un saludo cordial.