sábado, 25 de julio de 2009

Santiago Apóstol o la pedagogía que usa Cristo (I)


La Compañía y la Presencia de Cristo son transformadoras de la vida. Quien se une al Señor y le sigue, va siendo transformado poco a poco, casi sin que se dé cuenta. Es lo humano –la personalidad, la mentalidad, los afectos, la sensibilidad...- que queda educado por Cristo. La totalidad de la persona es afectada por la Presencia de Cristo. Ya no se es lo mismo: ¡surge algo nuevo!, una personalidad cristiana.

Santiago Apostól. Conocemos dos rasgos de él: era generoso, pero impulsivo y de carácter fuerte. Generoso, porque no dudó en seguir a Cristo a su invitación; impulsivo, porque Jesús -¡qué le gustaba poner apodos!, ¡qué fino humor!- lo llamaba cariñosamente “Hijo del Trueno” (con su hermano Juan) ya que en un arrebato quería que bajase fuego del cielo y devorase a la aldea samaritana que no quiso recibir a Jesús (Lc 9,54-55). Éste era el material humano... ¡y cómo lo transformó Cristo!

Santiago trabajaba con su hermano Juan en el “negocio” familiar de su padre Zebedeo junto a los jornaleros: pescar, volver a la orilla, clasificar el pescado, repasar las redes. Pasa Jesús, y a una palabra, lo dejan todo para lanzarse a lo desconocido: “Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres”. Cristo dejó impactado a Santiago. No dudó (Mt 4,21-22). En Cristo su mirada, su voz, su Presencia, denotaban algo singular y único excepcional. Se produjo la gracia del encuentro que Santiago guardará como un tesoro. ¡Éste sí que es Único!, ¡Éste sí que responde a mi corazón, a sus exigencias más profundas de Verdad!

Escuchaba a Cristo predicar, cuando desgranaba los secretos del Reino, cuando los iniciaba con parábolas y a los apóstoles les enseñaba abiertamente en privado; palabras que seducían el corazón, aunque no se captasen de golpe su profundidad. Es la tarea de un maestro: volver sobre un tema una y otra vez, con suavidad, con distintos modos de acercamiento, despertando el interés y la curiosidad. Cristo corregía a sus apóstoles cuando era necesario, rompiendo sus seguridades humanas, enseñándoles a mirar la realidad con otra perspectiva. Asimismo, compartir la vida de Cristo: su oración, sus curaciones, sus encuentros personales... Todo era educador, todo era pedagogía divina.


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