viernes, 24 de julio de 2009

Elogio de la santidad

La santidad es nuestro único sueño, nuestro único deseo.
La santidad es lo más deseado, lo más alto, la mayor aspiración.
A ella nos llamó el Señor desde antes de la creación del mundo.
¡Ser santos, tender a la santidad!

¿Será acaso una meta imposible?
¿Algo inalcanzable? ¿Imposible quizás?

¡La santidad, nuestro sueño y nuestro deseo, nuestra santa ambición!
Cristo la quiere para nosotros... ¿por qué habremos de rechazarla, desecharla o posponerla para más tarde?
¡Santos! ¡Santos nosotros, con nuestro nombre y apellido, vocación, familia, circunstancias, edad, debilidades y pecados, en el propio barrio o pueblo! ¡Santos!
¡Santos, sí, hay que repetirlo, santos! Es posible porque Cristo se ha comprometido a ello, su Gracia no va a faltar.

¿Por qué reservar la santidad a unos pocos?
¿Por qué pensar que la santidad es para algunos consagrados?
¿Por qué pensar en la santidad como algo meloso, o excesivamente angelical, etéreo, y alejado de nuestro “humano concreto”?
¿Por qué una santidad de escayola y promesas, flores y velas, sin contacto con lo real, sin ser camino válido hoy?
¿Por qué pensar en lo inalcanzable y extraordinario y no en el acceso de una santidad real y cercana, hecha de entrega fiel en lo cotidiano, de amor apasionado aunque frágil?

¡Santos!
Llamados y elegidos antes de la creación del mundo, con un diseño personal y original para cada hijo suyo. Para ello Dios nos llama, ofrece muchas vocaciones, caminos y modos espirituales, complementarios y no excluyentes; ofrece el Señor la mediación de la Iglesia, el amor de su Providencia y su continua Gracia. Sí, es cuestión de Gracia y no de esfuerzos, pero es también respuesta y colaboración con la Gracia con un compromiso personal.

¡Santos, llamados y elegidos! Nuestra vocación es el amor.
Una santidad, manifestada fielmente en lo concreto y ordinario de cada día, viviendo en el alto grado de vida cristiana, a medida alta del Evangelio, sin concesión alguna a la mediocridad o a la dejadez.
Es el camino trazado por Juan Pablo II en la Novo Millennio ineunte, haciendo, ante todo, hincapié en la santidad, proponiéndola a todos. ¡Es momento de santidad, de entregarnos, ya -¿para qué más tarde?- a ser santos!

¡Santos! Ésa es nuestra plenitud cristiana.
¡Santos! Ése, nuestro deseo, nuestro sueño.
El alma humana es muy grande, creada por Dios para cosas grandes, el alma es capaz de Dios.
¡Podemos soñar la santidad, desearla apasionadamente, porque Dios ha soñado la santidad para nosotros!
¡Podemos volar hacia la santidad en el horizonte eterno de Dios!, pues para eso el Señor nos ha dotado, para volar bien alto y "a la caza dar alcance" (S. Juan de la Cruz). ¿Seremos felices si pudiendo volar como águilas hacia la santidad renunciamos a ello –por inconsciencia, miedo, comodidad- quedándonos a ras de tierra como pequeños gorriones?

El Evangelio es posible vivirlo con radicalidad y amor.
Los santos son el Evangelio vivido, reclamos para nosotros hoy; porque es posible vivir según el Evangelio, porque es posible regirse por el sermón de la Montaña, porque es posible hacer carne el Evangelio en nosotros, ¿nos lanzaremos entusiasmados a la santidad vendiendo todos nuestros proyectos y mediocridades por comprar la perla escondida del Evangelio?

Los santos son el Evangelio vivido.
El Evangelio impregnó las fibras más sensibles de sus almas, en sus razonamientos, actitudes, sentimientos y obras; ellos fueron, por su radicalidad evangélica, auténticos reformadores en la Iglesia, más con su santidad de vida que con sus iniciativas y discursos; reformadores en la Iglesia, núcleos de verdadera humanidad en cada época histórica. ¡Como ellos, también nosotros llamados a la santidad, a la vivencia renovada el Evangelio, a la adhesión amorosa y personal a Jesucristo, viviendo con fidelidad el misterio de la Iglesia, sirviendo y amando al hombre, a todo hombre!

¡Santos, llamados la santidad! ¡Ahora nos toca a nosotros!
En esta etapa histórica, ya iniciado el tercer milenio, ¡nos toca a nosotros ser los santos de este milenio!
Ahora, ya, no más tarde, ni mañana, ni dentro de unos años, ahora nos toca ser los santos que Dios espera para los hombres y el mundo de nuestra época.
¿Qué responderemos al Dueño de la Viña? Él sigue llamando, con paciencia y misericordia, para que acudamos a la viña de la santidad, a trabajar con Él y para Él. ¿Qué responderemos, qué haremos?

¡Santos, llamados a la santidad!
Todo bautizado, viviendo en santidad. Los fieles laicos –en los muchos modos y caminos espirituales- viviendo en santidad e impregnando las realidades temporales del espíritu evangélico. Los matrimonios santos, en el mutuo amor, entrega y sacrificio, engendrando hijos para Dios y entregándoles el depósito de la fe. Los religiosos, que sean santos, en la renovada vivencia de los votos y la fidelidad a su carisma y misión. Los contemplativos santos, abiertos al Misterio, entregados a la liturgia, la oración y el estudio. Los sacerdotes santos, configurados con Cristo Buen Pastor, santificando, enseñando y rigiendo... ¡Santos, llamados a la santidad! ¡Todos, todos con un mismo deseo y vocación, la santidad! ¡Santos o fracasados, no hay término medio!

Es bueno considerar despacio qué es la santidad para así desearla más fervientemente. Que sean las palabras del Papa las que guíen la consideración:

“Nos llama para que seamos “suyos”: quiere que todos sean santos... ¡Tened la santa ambición de ser santos como Él es santo! Me preguntaréis: ¿Acaso es posible ser santos hoy en día? Si tan sólo pudiéramos contar con los recursos humanos, semejante hazaña parecería justamente imposible. Bien conocéis, de hecho, vuestros éxitos y derrotas; sabéis que cargas oprimen al hombre, cuántos peligros lo amenazan y cuáles consecuencias provocan sus pecados. A veces puede verse invadido por el desaliento y llegar a pensar que no es posible cambiar nada, ni en el mundo ni en sí mismo. Si es verdad que es arduo el camino, también lo es que todo lo podemos en aquél que es nuestro Redentor. No os dirijáis, pues, a nadie, sino a Jesús. No busquéis en otro lugar lo que sólo Él puede daros... Con Cristo, la santidad –proyecto divino para todo bautizado- se hace posible. Contad con Él: creed en la fuerza invencible del Evangelio y poned la fe como cimiento de vuestra esperanza. Jesús camina con vosotros, renueva vuestro corazón y os refuerza con el vigor de su Espíritu... ¡No temáis ser los santos del nuevo milenio! Sed contemplativos, amantes de la oración; coherentes con vuestra fe y generoso en el servicio a los hermanos, miembros activos de la Iglesia y artífices de paz. Para realizar tan exigente programa de vida, seguid escuchando su Palabra, sacad fuerzas de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y de la Penitencia. El Señor quiere que seáis apóstoles intrépidos de su Evangelio y constructores de una Humanidad nueva” (JUAN PABLO II, Mensaje para la XV Jornada Mundial de la Juventud del año 2000, 29-junio-1999).

La santidad: ¿hay algo más hermoso?
La santidad: ¿algo más apetecible?
La santidad: ¿un proyecto más apetecible?
Lo mejor es la santidad.
Lo más alto y bello.
Lo más necesario, lo único imprescindible.
¿Cuándo lo veremos con claridad y lo amaremos con pasión?
¿Cuándo?
¡Y todo sin retrasos! El Señor tiene prisa por hacernos santos.
Tiene prisa por suscitar santos para esta generación.
¡Santos!, porque son la respuesta de Dios en cada momento, en cada etapa histórica, en cada necesidad y circunstancia. ¡Santos! ¿No arde nuestro corazón al sabernos llamados para esta alta vocación y misión? ¡Santos! Ésos son los verdaderos héroes de la historia, los grandes genios aun en su sencillez, los creadores de la verdadera cultura. ¡Santos!, porque el mundo se cambia con la santidad.

La vida cobra sabor, forma, luz y calor, cuando se vive en santidad. Esto no es inalcanzable, es posible y real; además, si es para todos, a todos habrá que impulsar y estimular, acompañar y orientar, ¡nada de mínimos!, todo a lo grande, a lo grande de la santidad. Las parroquias y monasterios serán los hogares eclesiales y cálidos donde se genera la santidad, se la cuida en su crecimiento y se le entregan los frutos al Señor de la Viña.

¡La santidad es lo único importante!, y todo debe estar enfocado a la santidad eliminando lo superfluo que ya hoy puede que no sirva para nada, tan sólo rutina y costumbre...

La santidad es el gran reto, la propuesta ilusionante, el verdadero y renovado trabajo pastoral, la opción primera, el impulso alentador para todo. Ha sonado la hora de la Gracia y es necesario desterrar la mediocridad y la tibieza, presentar con valentía las grandes líneas orientadoras de la santidad, alentar a todos e ilusionarlos con ese precioso proyecto de Dios. “El tiempo apremia”, “el amor de Cristo nos urge”, y la santidad es la mayor urgencia que Dios presenta... ¡para todos!

Es una urgencia para cada fiel bautizado, y brota poderosa cuando se ha llegado a vislumbrar el tremendo y fascinante Amor de Dios en la propia alma. Palpamos el Misterio, adoramos la grandeza de Dios y su santidad de la que nos hace partícipes. Al católico de hoy, con pedagogía amorosa, habrá que llevarlo de la mano para su encuentro personal y único con Cristo y su Amor (¿no parece que esto hace referencia a la adoración eucarística, la plegaria cordial ante Cristo en la custodia o el sagrario? Edith Stein lo llamaba “educación eucarística”). ¡Ahí se producirán maravillas!

¡La santidad!

“La vocación a ser “santos como Él es santo” (Lv 11,44) se realiza cuando se reconoce a Dios el lugar que le corresponde. En nuestro tiempo, secularizado y a la vez fascinado por la búsqueda de lo sagrado, hay especial necesidad de santos que, viviendo intensamente el primado de Dios en su vida, hagan visible su presencia amorosa y providente. La santidad, don que se debe pedir continuamente, constituye la respuesta más valiosa y eficaz al hambre de esperanza y de vida del mundo contemporáneo” (JUAN PABLO II, Mensaje para la XXXVI Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 1-octubre-1998).

No se está solo en el camino, pues no falta la compañía de los santos, “los mejores hijos de la Iglesia”, los frutos maduros de la Redención, la cosecha de toda evangelización. "Quien cree, nunca está solo; no lo está en la vida ni tampoco en la muerte" (Benedicto XVI, Hom. Misa inicio ministerio petrino, 24-abril-2005).

Se mira a los santos –muchedumbre inmensa- y se encuentra en ellos estímulo y su intercesión; de ellos se recibe luz con sus escritos, enseñanza con sus vidas, ya que son obra de la Gracia, obras artísticas del Espíritu.

¡Los santos! Hermanos y amigos, compañeros de Jesús y nuestros... modelos e intercesores.
¡Nuestra familia! ¡Familia de Dios!, y nosotros conciudadanos de los santos.
¡Cuánto bien hacen al alma el influencia de la santidad y el contacto con ellos!

Es, además, delicioso, el cariño y la familiaridad con los santos más allegados, por una especial afinidad y común sensibilidad espiritual; entonces esos santos tan familiares nos enseñan y educan con su vida, su respuesta a la Gracia y sus escritos.

¡La santidad! ¡Santos, llamados a la santidad! Es horizonte de vida, deseo eterno de Dios, plenitud de lo humano en Cristo.

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