Cristo valoró la amistad, ¡es algo tan humano, tan necesario, tan limpio, tan gozoso! Gozaba de la amistad, descansaba en la experiencia del afecto mutuo de sus amigos. Santificaba así la amistad. La hacía un camino humano gratuito. Él suscitaba la amistad, despertaba el afecto.
Dedicaba tiempo a sus amigos y compartía con ellos, pero –Él siempre es Pedagogo- no centraba la amistad en ningún interés, ni con miras humanas, sino en un afecto tan puro y libre que conducía hacia el Padre, y su conversación –embelesadora, fascinante, seductora- dirigía el corazón hacia un conocimiento nuevo, a una sabiduría escondida a los sabios de este mundo. Pero no era sólo su palabra, su discurso, era todo Él, su Presencia, su Mirada, su Corazón lo que se imponía como una evidencia. En casa de Marta, María y Lázaro pasaba algunos días cuando le era posible, descansando de la actividad misional, pero siendo Maestro en todo momento. María, la hermana de Marta, se queda a los pies del Señor escuchando; Marta, sin duda seguiría la conversación, ¡seguro!, ¡no perdería puntada!, pero ajetreada con preparar la comida y seguir las leyes de la hospitalidad con el amigo. La amistad requiere tiempo mutuo, nunca prisas; la amistad necesita espacio sosegado para la confidencia y la intimidad. La amistad se construye día a día, momento a momento, en fidelidad, en escucha y diálogo, y ese tiempo es el que dedica Cristo a los suyos, mostrando la Belleza de un Amor que es verdadero, de una Amistad fiel. Las veces que paraba en casa de estos tres hermanos, fueron ocasiones de amistad. Y, como siempre, de iniciarlos en los secretos del Reino.
Dedicaba tiempo a sus amigos y compartía con ellos, pero –Él siempre es Pedagogo- no centraba la amistad en ningún interés, ni con miras humanas, sino en un afecto tan puro y libre que conducía hacia el Padre, y su conversación –embelesadora, fascinante, seductora- dirigía el corazón hacia un conocimiento nuevo, a una sabiduría escondida a los sabios de este mundo. Pero no era sólo su palabra, su discurso, era todo Él, su Presencia, su Mirada, su Corazón lo que se imponía como una evidencia. En casa de Marta, María y Lázaro pasaba algunos días cuando le era posible, descansando de la actividad misional, pero siendo Maestro en todo momento. María, la hermana de Marta, se queda a los pies del Señor escuchando; Marta, sin duda seguiría la conversación, ¡seguro!, ¡no perdería puntada!, pero ajetreada con preparar la comida y seguir las leyes de la hospitalidad con el amigo. La amistad requiere tiempo mutuo, nunca prisas; la amistad necesita espacio sosegado para la confidencia y la intimidad. La amistad se construye día a día, momento a momento, en fidelidad, en escucha y diálogo, y ese tiempo es el que dedica Cristo a los suyos, mostrando la Belleza de un Amor que es verdadero, de una Amistad fiel. Las veces que paraba en casa de estos tres hermanos, fueron ocasiones de amistad. Y, como siempre, de iniciarlos en los secretos del Reino.
Esos encuentros no fueron baldíos. Cuando Lázaro ha muerto, Jesús llora por la muerte de su amigo (y la gente comentaba “cómo lo quería”, porque no hay porqué sospechar de la amistad como si estrechase el corazón); de hecho “quería mucho”, “amaba mucho” a Marta, María y Lázaro (Jn 11,5). Marta reconoce con una certeza absoluta que Aquél que es Amigo, que es Maestro, Huésped en su casa tantísimas veces, es el Dueño de la Vida y la Salud: “si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano” (Jn 11,21). Pero la amistad con Cristo le había servido para descubrir, y ahora confesar, que Cristo, es la resurrección y la vida. ¡Cree, cree en Cristo! ¡Qué feliz es Marta!, ha descubierto en Jesús, progresivamente, al Señor.
Esa experiencia también puede ser nuestra. Basta con albergar a Cristo en el hogar de nuestra existencia, en el recinto del corazón, y emprender una relación de amistad, de trato asiduo, constante, fiel, con Jesucristo. Él nos conducirá, con mucho amor, al reconocimiento de su Misterio. Y, estando con Él, aprenderemos a servirle y atenderle, con delicadeza, al igual que Marta sirvió al Señor.
Esa experiencia también puede ser nuestra. Basta con albergar a Cristo en el hogar de nuestra existencia, en el recinto del corazón, y emprender una relación de amistad, de trato asiduo, constante, fiel, con Jesucristo. Él nos conducirá, con mucho amor, al reconocimiento de su Misterio. Y, estando con Él, aprenderemos a servirle y atenderle, con delicadeza, al igual que Marta sirvió al Señor.
Que bonitas son las frases que acabo de leer,
ResponderEliminarLa amistad requiere tiempo mutuo, nunca prisas; la amistad necesita espacio sosegado para la confidencia y la intimidad. La amistad se construye día a día.
Que grande es la amistad y que poco la cultivamos.
Hoy voy a hacer el propósito de ser mas amigo de mis amigos y a valorar la amistad como Cristo nos enseñó.
Sin olvidarnos del contenido de post. La amistad de Cristo es educativa de nuestras almas. Es su modo de educarnos...
ResponderEliminarle doy gracias a mi dios todo poderoso a jesus a santa marta por enseñarnos lo que significa la verdadea amistad que cristo tiene para nosotros ,el nos enseña que la familia son nuestros verdaderos amigos la mama el papa los hermanos y buscar verdaderos amigos que confien en dios que crean en el y asi seremos felices en la vida haciendo buenas cosas para agradar mas a jesus y evitar amigos que solo nos quieren llevar por caminos malos y quieran apartarnos de dios. amen
ResponderEliminarMuy buen comentario...
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