La fe se ha formulado con precisión mediante los dogmas: éstos no son fórmulas caprichosas, arbitrarias o al vaivén de las modas y los tiempos, sino definiciones precisas de la Verdad. A ellos ha llegado la Iglesia mediante la acción del Espíritu Santo que desvela la verdad completa, nos lleva a una comprensión mayor de lo que ya estaba contenido en lo revelado. Así pues, no son la suma de nuevas verdades que se añaden, sino la precisión de lo que ya estaba dicho, que se comprende mejor y que se fija como una verdad absoluta y no relativa.
Mediante los dogmas, la fe ha recibido una formulación precisa, exacta, que pone límites entre la verdad y el error. Nada que ver entonces con el dogmatismo que es un fanatismo irracional, ni con la arrogancia de quien arroja la verdad a la cara de los demás -facientes veritatem in caritate!-, sino con la Verdad misma, absoluta, eterna, revelada en Cristo y por Cristo.
El lenguaje del dogma nos preserva del error, de la confusión, de confundir la Verdad con opiniones o ideologías cambiantes. Son la Verdad, por tanto eterna e inmutable, formulada con las mejores palabras humanas, formuladas por la Iglesia a la luz del Espíritu Santo; en palabras de la Constitución Dei Verbum:
"Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios" (DV 9).
170 No creemos en las fórmulas, sino en las realidades que estas expresan y que la fe nos permite "tocar". "El acto [de fe] del creyente no se detiene en el enunciado, sino en la realidad [enunciada]" (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 2-2, q.1, a. 2, ad 2). Sin embargo, nos acercamos a estas realidades con la ayuda de las formulaciones de la fe. Estas permiten expresar y transmitir la fe, celebrarla en comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más.
171 La Iglesia, que es "columna y fundamento de la verdad" (1 Tm 3,15), guarda fielmente "la fe transmitida a los santos de una vez para siempre" (cf. Judas 3). Ella es la que guarda la memoria de las palabras de Cristo, la que transmite de generación en generación la confesión de fe de los apóstoles. Como una madre que enseña a sus hijos a hablar y con ello a comprender y a comunicar, la Iglesia, nuestra Madre, nos enseña el lenguaje de la fe para introducirnos en la inteligencia y la vida de la fe.
El dogma (o los dogmas) es el lenguaje de la fe, la norma del hablar de la Iglesia sobre la Verdad; ni han pasado de moda ni hay que reformularlos:
"La norma, pues, de hablar que la Iglesia, con un prolongado trabajo de siglos, no sin ayuda del Espíritu Santo, ha establecido, confirmándola con la autoridad de los concilios, norma que con frecuencia se ha convertido en contraseña y bandera de la fe ortodoxa, debe ser religiosamente observada, y nadie, a su propio arbitrio o so pretexto de nueva ciencia, presuma cambiarla "(Pablo VI, Enc. Mysterium fidei, 3).
El dogma, en este sentido, es intemporal: sus palabras quieren definir la verdad, y no está sometido a ninguna escuela, a ninguna época, como si la Verdad fuese distinta según las palabras o los lenguajes:
"esas fórmulas, como las demás usadas por la Iglesia para proponer los dogmas de la fe, expresan conceptos no ligados a una determinada forma de cultura ni a una determinada fase de progreso científico, ni a una u otra escuela teológica, sino que manifiestan lo que la mente humana percibe de la realidad en la universal y necesaria experiencia y lo expresa con adecuadas y determinadas palabras tomadas del lenguaje popular o del lenguaje culto. Por eso resultan acomodadas a todos los hombres de todo tiempo y lugar" (ibíd.).
Quienes pretenden cambiar los dogmas y trasvasarlos a otros lenguajes, están jugando con la Verdad que siendo inmutable, puede ser alterada; es decir:
"aunque se salve la integridad de la fe, es también necesario atenerse a una manera apropiada de hablar no sea que, con el uso de palabras inexactas, demos origen a falsas opiniones —lo que Dios no quiera— acerca de la fe en los más altos misterios. Muy a propósito viene el grave aviso de San Agustín, cuando considera el diverso modo de hablar de los filósofos y el de los cristianos: «Los filósofos —escribe— hablan libremente y en las cosas muy difíciles de entender no temen herir los oídos religiosos. Nosotros, en cambio, debemos hablar según una regla determinada, no sea que el abuso de las palabras engendre alguna opinión impía aun sobre las cosas por ellas significadas»" (ibíd.).
Mientras que la fórmula dogmática es fija e inalterable por su relación con la Verdad, distinto es el caso de la explicación del dogma, es decir, el lenguaje de la teología, de la predicación y de la catequesis, que intentarán, salvando siempre la sustancia del dogma, hacerlo comprensible, sabiendo que nunca lo agotará y que toda explicación siempre será parcial e insuficiente.
Con estas perspectivas, fundamentales como cualquiera puede advertir, veremos el valor que Pablo VI da a los dogmas y cómo son inalterables para la integridad de la fe. Esta es nuestra catequesis de hoy.
"Hemos celebrado estos días la festividad de los santos apóstoles Pedro y Pablo y evocamos los motivos que han dado especial interés a esta celebración; hablamos del centenario decimonono de su martirio; de este martirio hemos hablado también como del hecho culminante, sintético y memorable, entre todos de su vida, por haber corroborado toda la obra apostólica precedente realizada por ellos y por haberle conferido, en sumo grado, el de la sangre, el carácter que quiso Cristo: el testimonio. "Eritis mihi testes", seréis mis testigos (Hch 1,8), había dicho Jesús a los apóstoles antes de despedirse para siempre del escenario de su vida temporal, y en análogos términos había predicho la misión de Pablo: "...debe llevar mi nombre a los gentiles, a los soberanos y príncipes de Israel" (Hch 9,5). Por esto la conmemoración que se quiere hacer de estos apóstoles mayores se centra principalmente en el aspecto que los define mejor: ser maestros de la fe. Ésta fue su misión: anunciar a Cristo y hacer que naciese la fe en Él.
La fe es la herencia de los apóstoles. La fe es el don de su apostolado, de su caridad. Aceptando la fe, nos ponemos en comunión con ellos, entramos en su escuela, participamos en el plano de salvación que Jesucristo les confió para que lo desarrollasen e instaurasen en la humanidad. Por eso hemos calificado como "Año de la Fe" la memoria que durante doce meses nos proponemos dedicar a estos grandes anunciadores de Cristo: los apóstoles Pedro y Pablo. El hecho de que ellos, junto con los demás apóstoles y anunciadores autorizados del Evangelio, sean los intermediarios entre nosotros y Cristo, caracteriza el cristianismo de manera esencial y engendra un sistema de relaciones indispensables en la comunidad de los creyentes que no pueden prescindir de la función docente que los hace como tales.
Vicario de Cristo
Recordamos como ejemplo unas palabras significativas del mismo San Pedro, consciente de ser instrumento vivo, generador de la fe de los primeros cristianos. Así habla el primer Concilio de la Iglesia naciente: "Varones hermanos: ya sabéis que Dios, desde los primeros tiempos, dispuso entre nosotros que los gentiles oyesen la palabra del Evangelio de mi boca y creyesen" (Hch 15,7). Mirad, el apóstol es Maestro; no es simplemente el eco de la conciencia religiosa de la comunidad; no es la expresión de las opiniones de los fieles, como la voz que la precisa y acredita, como decían los modernistas (cf. Dz-S 3406 (2006)), y como todavía hoy osan afirmar algunos teólogos. La palabra del apóstol es generadora de la fe; del mismo modo que trae el primer anuncio del Evangelio, así también defiende su sentido genuino, define su interpretación, orienta la aceptación de los fieles, denuncia las erróneas deformaciones.
Y san Pablo no es menos dogmático; afirma: "...Si alguno os predica otro evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema", es decir, condenado, maldito (Gal 1,9). La verdad religiosa que se deriva de Cristo no se difunde entre los hombres de manera incontrolada e irresponsable; necesita de un canal exterior y social, existe un magisterio autorizado, y sólo con la ayuda de este servicio (la caridad en la verdad) conserva su unívoco significado divino y su valor salvífico. Sí, este sistema obliga, pero no se opone a la profundización, al estudio, a la meditación, a la aplicación vital de la verdad religiosa -que en esto más bien nos educa y estimula-, ni tampoco por sí obliga a la expresión verbal de dicha verdad religiosa -aunque las fórmulas dogmáticas están íntimamente ligadas a su contenido, que todo cambio oculta o provoca una alteración del mismo contenido-; pero no consiente en lo que agrada a tantos hombres de hoy y de ayer: en un libre examen de la Palabra divina, en una separación firme entre la Sagrada Escritura y la Palabra hablada, vivida, fiel y actual del magisterio eclesiástico, y, por ende, en una interpretación caprichosa. San Agustín advierte: "Vosotros, que en el Evangelio creéis en lo que os agrada y no en lo que os desagrada, creéis más bien a vosotros mismos que al Evangelio" (Contra Faustum, 17,3; PL 42,342). En este terreno el Concilio nos ha enseñado bastante bien los principios, métodos, amplitud de miras consentida y el reconocimiento de los valores doctrinales y espirituales en las Iglesias y Comunidades cristianas separadas (cf. LG 20, 23, etc.; UR 3, 11, 21, etc.). Haremos bien en conocerlas.
Los verdaderos hijos de la Iglesia
Para terminar, trataremos de unir nuestra devoción a los santos apóstoles, al don que nos hicieron con su palabra y su sangre, el testimonio de Cristo, que engendra la fe en nosotros y restablece relaciones eclesiales particulares con la jerarquía docente y la comunidad creyente.
Tributaremos homenaje de amorosa devoción a los santos Pedro y Pablo. También en este aspecto nos enseña el doctor africano: "Celebremos la fiesta consagrada para nosotros por la sangre de los apóstoles; amemos su fe, su vida, sus fatigas, sus sufrimientos, sus confesiones, sus predicaciones; este amor nos aprovechará espiritualmente: "proficimus enim amando"" (Serm. 295; PL 38, 1352).
Y aprovecharemos conservar la integridad de la fe, de su pureza, de su ortodoxia, esa adhesión, esa pasión que debe ser el signo, la fuerza, el gozo de los verdaderos hijos de la Iglesia apostólica"
(Pablo VI, Audiencia general, 5-julio-1967).
Buenos días don Javier. Lo maravilloso de esos límites exactos, rigurosos en los dogmas es que nos permiten meditarlos, reflexionarlos, pensarlos con seguridad. Un afe razonable que eleva al hombre a la compañía de su creador que permanece siempre fiel. De hecho, casi todas las herejías que circulan hoy son las de siempre camufladas de modernidad.Un abrazo.
ResponderEliminarReconozco que me encantan párrafos como el de la Encíclica: “una manera apropiada de hablar no sea que, con el uso de palabras inexactas, demos origen a falsas opiniones” y, para rematar, mi amigo Agustín: “no sea que el abuso de las palabras engendre alguna opinión impía aun sobre las cosas por ellas significadas".
ResponderEliminarEs cierto que la entrada se refiere a los dogmas pero, en mi experiencia: en todo, en todo, en todo… siempre, siempre, siempre (¿he dicho en todo y siempre?) cuidado con el lenguaje ¡Qué rigidez! Precaución, más bien. No debería ser pero, con bastante frecuencia, la explicación del dogma y la que "salpica" el dogma se caracteriza por originar opiniones falsas e impías y por ser testimonio de quien la realiza y no de Quien dijo “Eritis mihi testes".
Genial Agustín, como siempre: "Vosotros, que en el Evangelio creéis en lo que os agrada y no en lo que os desagrada, creéis más bien a vosotros mismos que al Evangelio"
En oración ¡qué Dios les bendiga!
Me da por pensar que querer explicar lo divino con palabras humanas pudiera ser como la cuadratura del círculo. ¿Acaso DIOS puede caber en las palabras humanas, lo infinito en lo finito? Comprender, comprender, comprender. Si la razón diera para tanto, ¿para que necesitaríamos la FE?. También me da por pensar que el equilibrio necesario solo se puede dar en el interior de cada uno a partir de la relación personal, única e intransferible con CRISTO. También me surgen dentro unas preguntas. ¿Hemos de comprender los dogmas o amarlos como VERDAD. ¿La VERDAD se vive o se comprende? ¿En DIOS todo ha de ser comprensible con la razón?. Lo que escribe me da que pensar.
ResponderEliminarPor favor, Padre, dígame si en lo que he escrito hay herejía. Sigo rezando. DIOS le bendiga.
Antonio, yo creo que se pueden distinguir dos tipos de “petición de comprender” diferentes en la Virgen María y en Zacarías. Cuando el arcángel Gabriel le anuncia a la Virgen que va a ser madre, ella recibe a Dios con todo su ser, también con su inteligencia, y pregunta ¿cómo será eso? En el anuncio a Zacarías, él pregunta ¿en que lo conoceré yo?, es decir ¿cómo estaré seguro? María es imagen del comprender cristiano que implica la evangelización de la inteligencia, y Zacarías representa la pura desconfianza, la comprensión destructiva, que pone en primer lugar el yo, la subjetividad. Dios quiere que creamos pero no dijo que no pensáramos.
Eliminar¿Tenemos el derecho o el deber, la posibilidad, de saberlo todo sobre Cristo? La respuesta será sí, en todo lo que se refiera a la salvación, no, en todo lo que se refiera a la curiosidad o al propio interés. Cualquier científico que se precie reconoce hoy la existencia de límites absolutos en el conocimiento humano, incluso en la reina de las ciencias, la Matemática; en Filosofía también hay límites absolutos, como por ejemplo la paradoja de las definiciones que nos lleva a calificar a nuestros niños como “locos socráticos” (y por qué, y por qué…).
Distinguir entre limite absoluto y artificial (interés personal, pereza…) es un tema apasionante. Nuestra hermenéutica se encuentra en la voz de la conciencia, conciencia del propio interés porque nadie se acerca desinteresadamente a Cristo, un fraile dominico me dijo una sabia frase: descubre tu interés y critícalo; conciencia de la propia vocación; conciencia de la Doctrina de la Iglesia, de lo común creído, vivido y celebrado.
Desde el punto de vista práctico, en nuestra época, cuyos únicos dogmas son la ciencia experimental y la subjetividad, no es posible, a mi juicio, anunciar la fe sin más explicación. Parece que le preocupan las herejías, y aun siendo cierto que éstas suelen reaparecer después de un estado larvario, no es menos cierto que muchas de las afirmaciones al uso más que herejías son reduccionismos de la fe.
No sé si le servirá esta reflexión, en todo caso, don Javier podrá corregirnos al tiempo a los dos.
Un saludo.
Si, Julia María, si me sirve de mucho su reflexión. Me da por pensar que el análisis que haces es muy preciso, muy intelectual para mi. Intuyo que mi relación con DIOS es mucho más visceral, muy de DIOS se encarga de todo y me hace actuar. Todo sale de DIOS. EL lo hace todo. Si, EL quiere usarme el me pondrá las palabras. DIOS me hará hacer algo para que otro vea, y yo ni tan siquiera me daré cuenta. También es verdad que mis vivencias personales respecto a DIOS han sido en ese sentido. En mi presente personal, a lo largo de mi vida, me he enterado de bien poco. He comprendido escasamente y con bastante poca nitidez. Y a día de hoy, me preocupa muy poco la cuestión de comprender o no. Los dogmas son inalterables para la integridad de la fe, es cierto, y personalmente no me preocupa mucho comprenderlos. Mi intelecto no da para mucho, y menos para abarcar lo infinito. Por otra parte mi formación es precaria. De hecho lo que escribe el Padre Javier, me cuesta, a veces, entenderlo. Reconozco que capto muy mal las sutilezas intelectuales. Muchas gracias, Julia María, sigo rezando por todos. Abrazos en CRISTO. DIOS la bendiga.
ResponderEliminarMe vais a disculpar, pero no puedo entrar en comentarios serios ni dar respuestas sensatas. Hay semanas que son larguísimas y que me dejan exhausto, y ésta es una de ellas.
ResponderEliminarMe inclino más bien a subrayar la respuesta de Julia María. Es volver a Razón y Fe, inteligencia y corazón siempre unidos, porque cuando se separan y se vive una sola dimensión, rechazando la otra, vamos muy mal. Los extremos son malísimos.
Abrazos a todos.