La catequesis de hoy, en el marco del Año de la Fe, ofrece más bien un tema relacionado y con la fe, o una consecuencia de la fe, según se prefiera. Es la catequesis de Pablo VI sobre la renovación y la fidelidad en la Iglesia.
La pronuncia en 1967, con las primeras convulsiones fuertes del postconcilio, marcando pautas y ofreciendo puntos de reflexión que sólo lentamente pueden ser asimilados. Para nosotros, hoy, son igualmente principios que deben servirnos en nuestra vida eclesial para contrarrestar las claves de la secularización interna de la Iglesia que tan fuerte, como una tormenta, golpean la nave eclesial.
La fe es un principio de renovación y fidelidad, y la vida de la Iglesia -semper reformanda, siempre reformándose- se renueva por hombres profundamente creyentes, imbuidos de la vida sobrenatural. Los principios de renovación de la Iglesia no son la adaptación al mundo, ni el plagio de las estructuras sociales y democráticas de la sociedad trasvasadas al seno de la Iglesia. Muchos intentos de renovación no han sido realizados ni con fe ni por hombres creyentes, sino por ideólogos felices y encantados con la secularización que el mundo vivía y que quisieron introducir en la Iglesia para que ésta no fuese tan disonante ni distinta de la sociedad. Sin fe, hicieron una renovación para que la sal no salase tanto y la luz no iluminase deslumbrando los ojos secularizados.
La renovación de la Iglesia es necesaria, y mucho y bien se ha ido renovando; pero el criterio es la fe y no la concepción secular; el criterio es la fe y no la asimilación acrítica del mundo; el criterio es la fe y no las ideologías de diverso cuño. Tanto es así, que toda verdadera renovación se sostiene por la fidelidad a Cristo, a la Iglesia misma y a la Tradición, siempre renovada, siempre más profunda, cual corriente de vida.
"Hoy se habla mucho, se escribe, incluso fuera los ambientes eclesiásticos, de temas religiosos, de discusiones teológicas, de movimientos espirituales. Se intenta atribuir al Concilio toda clase de novedades, especialmente en el modo de concebir la fe y de presentarla al mundo contemporáneo, poniendo con frecuencia en tela de juicio doctrinas fundamentales del catolicismo, declarando opinables verdades definidas por la Iglesia y reivindicando para la libertad de conciencia y para la inspiración del Espíritu Santo el juicio arbitrario y personal sobre principios importantes y a veces constitucionales del pensamiento y de la disciplina eclesiástica. Una especie de fervor crítico parece justificar esta inquietud espiritual y proporcionar esperanza de renovación cristiana al nerviosismo intencionado de una impaciente incomodidad con respecto a la norma tradicional de la vida católica y con respecto a las formas autorizadas, que la recomiendan y la promueven.
No vamos a hablar ahora de las manifestaciones que estas tendencias innovadoras están asumiendo. Dejamos este examen para otro momento y lugar. A vosotros os vamos a decir, en cambio, unas sencillas palabras sobre las actitudes que han de asumir ante estas fermentantes opiniones quienes, como vosotros, quieran ser siempre fieles a la Iglesia, y fieles, sobre todo, cuando serlo exige un acto consciente de firme y amorosa voluntad.
¿Qué actitudes asumir? ¿Estupor? ¿Dolor? ¿Defensa? ¿Espectativa? ¿Adhesión? ¿Gregarismo? Estas primeras y espontáneas relaciones se dan en la mentalidad postconciliar, que para algunos estaba llena de confianza en el alborear primaveral de las energías espirituales de la Iglesia y de un mayor sentido de su misterio de unidad y caridad; para otros, en cambio, los efectos del Concilio tenían que consistir en un mayor rigor doctrinal e institucional.
Vigilancia atenta y serena
Por ejemplo, una de las observaciones que obliga a los fieles (siempre hablamos de ellos) a darse cuenta de estas inesperadas corrientes de opiniones en el seno de la Iglesia es aquella que advierte que se suscitan algunos problemas inquietantes por obra de algunos miembros de la Iglesia, los cuales más que nadie deberían, por su formación, por sus compromisos, por las funciones a ellos confiadas, ser mantenedores y devotos de la Iglesia misma.
¿Qué deben hacer, pues, los hijos fieles?
Creemos que la primera postura ha de ser la de vigilancia; una vigilancia atenta y serena, que no cede a la rutina, a la indiferencia, al optimismo convencional, sino que mira a la realidad de los hechos y la realidad de los espíritus; de ordinario la juventud es un índice instintivo e instructivo de esta actitud. Una vigilancia no sospechosa, sino humilde y buena, que sabe encontrar motivo de examen de conciencia y estímulo para mejores propósitos en todos los hechos que observamos, incluso cuando presentan aspectos desagradables y nada justificados. Y, finalmente, una vigilancia que sabe reconocer los aspectos positivos de estos movimientos espirituales y lo que en ellos puede haber de bueno; como nos enseña el Apóstol: "examinadlo todo y quedaos con lo bueno" (1Ts 5,21).
Cómo comportarse ante la renovación de la Iglesia
Otra actitud, o mejor orientación, se refiere a la decisión interior que el hijo de la Iglesia tiene el deber de tomar ante la renovación que en ella, en estos momentos históricos, tiene que acontecer y en la cual todos los creyentes tienen que participar, incluso contribuir. Esta decisión tiene dos formas posibles de expresarse, dos direcciones a escoger. La primera es la que vamos a llamar, hablando con mucho empirismo, del abandono: para renovar la Iglesia, piensan algunos, es preciso abandonar muchas y graves cosas, que, aunque suyas, parecen ahora embarazar y enlentecer su paso, si es que quiere andar con los nuevos tiemos, y llegar al mundo contemporáneo: tradición, autoridad, filosofía, cultura, derecho canónico, instituciones y hasta ciertos dogmas, ciertas formas de interioridad y culto; en una palabra, se dice, es preciso liberarse de las "estructuras" y acercarse a la vida vivida, a la forma de pensamiento y costumbres de la moda actual, hasta renunciar a lo sagrado, al aspecto confesional del catolicismo, etc.
Esta dirección parece seductora; y ciertamente que nadie puede negar, siguiendo al Concilio, que muchas formas contingentes de la vida de la Iglesia pueden y deben ser, con prudencia y coraje, abandonadas y sustituidas por otras mejores. Pero si esta operación de abandono, en la que los responsables de la jerarquía y del laicado en la Iglesia de Dios están atendiendo laboriosamente, se lleva a cabo de forma suficiente teniendo en cuenta las iniciativas de todos, puede suceder que el católico sustituya su conciencia genuina por la del que no es católico, y puede suceder que sustituya la presencia del misterio de Cristo, como un supuesto casi obsesivamente buscado, la presencia mítica de ese mundo al que se quería llevar el mensaje de la salvación, y del cual se toma, en cambio, como de un nuevo y profano maestro, la norma y el estilo de la vida cristiana, con la probable y desoladora consecuencia de de errar, en la metamorfosis peligrosa, la fe, su seguridad, su fuerza, su paz.
Amor humilde e incansable perfección
¿Y la segunda dirección?
La segunda es la que llamaríamos de descubrimiento. Sí, del descubrimiento o del hallazgo de las maravillosas razones, que justifican las formas concretas en que se realiza la vida de la Iglesia, que las demuestran como sus fenómenos vitales, como la oblación de la Iglesia, preparada con laboriosa experiencia y gran amor, por Cristo, su místico esposo; como tentativas de adecuar en el pensamiento, en la palabra, en las costumbres, en la institución, en el desarrollo histórico, la idea germinal del Señor para su Iglesia. Con esto no se dice que todo sea perfecto y definitivo en las famosas "estructuras"; al contrario, esta búsqueda y descubrimiento de sus raíces interiores aumentan la necesidad y agudizan el genio de su progresivo y coherente mejoramiento; pero su dirección, más que externa, es interna; más que sugerida por las faltas de la Iglesia, está persuadida por su indefectible fecundidad; más que movida por el enojo o la crítica de la vida eclesiástica, o por alguna presunción carismática, está guiada por el amor humilde, incansable, gozoso de su perfeccionamiento.
Por tanto, hijos carísimos, si de verdad queréis dar un testimonio sincero de la santa Iglesia de Dios en sus vicisitudes actuales y queréis contribuir a hacer eficaz su misión salvadora en el mundo, procurad nunca separar con relación a ella este binomio: renovación y fidelidad.
Es lo que os recomendamos por el bien de la Iglesia y vuestro: renovación y fidelidad"
(Pablo VI, Audiencia general, 9-agosto-1967).
Estos dos principios que expone el papa Pablo VI, y que con fe hemos de vivir y aplicar, corresponden a la enseñanza de la misma Iglesia; y aunque la catequesis de hoy ya se larga, es conveniente recordar lo que el Concilio enseña. En efecto, la Iglesia necesita renovación porque sus propios hijos introducen sus propios pecados y arrastran con ellos mundanidad:
"La plenitud de los tiempos ha llegado, pues, a nosotros (cf. 1 Co 10, 11), y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y en cierta manera se anticipa realmente en este siglo, pues la Iglesia, ya aquí en la tierra, está adornada de verdadera santidad, aunque todavía imperfecta. Pero mientras no lleguen los cielos nuevos y la tierra nueva, donde mora la justicia (cf. 2 P 3, 13), la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, pertenecientes a este tiempo, la imagen de este siglo que pasa, y ella misma vive entre las criaturas, que gimen con dolores de parto al presente en espera de la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 19-22)" (LG 48).
Así la Iglesia, santa por su Señor y su Santo Espíritu, en este peregrinar histórico no está exenta del pecado de sus hijos e imperfecciones y condicionamientos históricos:
"Pues mientras Cristo, «santo, inocente, inmaculado» (Hb 7,26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5,21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2,17), la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8).
Los principios que la Constitución Sacrosanctum Concilium señalan para la divina Liturgia son igualmente aplicables a todo el cuerpo eclesial:
"La Liturgia consta de una parte que es inmutable por ser la institución divina, y de otras partes sujetas a cambio, que en el decurso del tiempo pueden y aun deben variar, si es que en ellas se han introducido elementos que no responden bien a la naturaleza íntima de la misma Liturgia o han llegado a ser menos apropiados.En esta reforma, los textos y los ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan" (SC 21).
Entendemos así que es la Iglesia, el único sujeto Iglesia, y no los sujetos particulares a su libre arbitrio o subjetiva inspiración, los que realizan esta renovación con fidelidad. La fe mueve a ello. Pero, como se ve fácilmente con estos textos, renovación no significa revolución; ésta hace tabula rasa de todo lo anterior, arrasa, destruye y edifica algo totalmente nuevo y distinto; la renovación, en cambio, guiada por la misma Iglesia, mantiene el mismo edificio, incluso lo hace más sólido, remozándolo, limpiándolo, adecentándolo. Hay una continuidad sustancial.
Con estos criterios bien asimilados, jamás admitiremos como medida de una renovación la medida de la secularización, sino solamente la medida de la fe.
Padre, este texto me parece sublime y maravilloso. Me parece una declaración de intenciones modélica. Unas pautas a seguir; unas indicaciones absolutamente necesarias, claras y contundentes. La he leído en total concentración. Retrocediendo para releer pasajes que con comprendía bien. La he leído absorto, tanto que casi se me carbonizan las patatas en la sartén.
ResponderEliminarMe recuerda algo a la declaración de intenciones de los preliminares de la logse, y también de la loe. Y con todo, al final, los chavales llegan a bachillerato sin saber leer y ni escribir correctamente.
Reconozco que no es momento de quejas, llantos y pataletas. La cosa está como está y hay que coger el toro por los cuernos. No es tiempo de lamentaciones. Hay que arremangarse y cada uno ponerse a trabajar. En mi caso a formarme lo más que pueda. Empollarme los documentos del cvii, y asimilarlos de la primera letra a la última. Y por supuesto rezar, y acudir al corazón eucarístico de JESÚS.
Reconozco que las magistrales palabras del Su Santidad Pablo VI, no dejan lugar a dudas, ni equívocos. Muchas gracias, Padre, por enseñarnos. Abrazos en CRISTO. DIOS le bendiga. Feliz domingo. Sigo rezando.
Antonio Sebastián:
EliminarRubrico, subrayo, aplaudo sus palabras. Totalmente de acuerdo... excepto en almorzar patatas carbonizadas por leer este blog.
El Papa Pablo VI fue claro siempre. Su delicadeza hizo que las medidas de gobierno no fueran tajantes, prefería convencer antes que vencer... Esa fue su grandeza y su límite. Por eso no es precisamente amado por ciertos sectores.
Un abrazo.
Totalmente de acuerdo, don Javier. No le extrañará que resalte una frase: “Una vigilancia no sospechosa, sino humilde y buena, que sabe encontrar motivo de examen de conciencia y estímulo para mejores propósitos en todos los hechos que observamos, incluso cuando presentan aspectos desagradables y nada justificados.”
ResponderEliminarSólo hay una palabra que no me gusta (ya está la pelma del lenguaje): “renovar”, porque, como toda palabra que tiene varias acepciones, se emplea con frecuencia en acepciones, a mi juicio, erróneas aunque no exista para ello ningún apoyo en las palabras e intención del Papa, así cuando se utiliza en la acepción de cambiar o sustituir, es decir como novedad.
Hoy celebramos a Cristo como Señor de todo y de todos, incluso de quienes lo rechazan, Rey del universo ¡Cristo Rey!
Señor, que Tú reines en nosotros.
Julia María, a mi tampoco me gusta nada la palabra "renovar". Bueno, tampoco me gustan otras palabras, pero creo que renovar es una palabra muy confusa, caben demasiadas cosas diferentes en esa palabra y me suscita muchos recelos.
EliminarSigo rezando. Abrazos en CRISTO. Alabado sea DIOS
Antonio, aunque siempre se ha producido un reduccionismo de la realidad a través del lenguaje en función de intereses de poder, una de las situaciones a enfrentar por nosotros en el hoy de cada día es, no ya el reduccionismo, sino la manipulación del lenguaje en la absurda pretensión de cambiar la realidad a través del mismo, siempre a favor de intereses, ideologías de todo tipo o de la utopía de una imposible autonomía del hombre respecto a Dios.
EliminarEsto es lo que más me preocupa: la pretensión de cambiar la realidad a través del lenguaje y la pasividad o complicidad de nosotros católicos.
Don Adolfo, más abajo, nos da una explicación en relación a las palabras del Papa con las que estoy totalmente de acuerdo.
Un saludo
¡Qué despistada! Se me olvidó precisar que yo no malinterpreto las palabras del Papa y Antonio tampoco lo hace dado el contenido de su comentario.
EliminarSimplemente observo, y Antonio amablemente coincide conmigo que, cuando se utilizan términos ambivalentes, parte de los católicos aprovechamos que "el Pisuerga pasa por Valladolid" para intentar modificar la realidad de lo sagrado, siendo jaleados, animados, en su pretensión por "el mundo".
Yo no tendría prevención alguna contra la palabra "renovar" y "renovación". Es más, me gusta, desde que Cristo dice en el Apocalipsis "he aquí que todo lo hago nuevo" (Ap 21,5).
EliminarOtra cosa será que algunos confundan renovación con revolución, o renovación con tirarlo todo.
Así que yo seguiré usando la palabreja con toda tranquilidad.
Saludos!!!
Muy bueno el texto de Pablo VI. Me quedo con la frase "renovación y fidelidad", que creo que resume bien la intención del concilio. Una cosa no se puede dar sin la otra.
ResponderEliminar'Renovación' creo que la usa el Papa en vez de 'reforma', que alguno le puede sonar más en plan ruptura. También me recuerda la frase de Ap 21,5: "Mirad que hago nuevas todas las cosas". Renovar, hacer nuevo algo que ya existe, sin destruirlo.
De todas formas, Javier que es un gran conocedor de la obra de Pablo VI nos puede dar más pistas.
Adolfo:
Eliminar¡Qué piropo más enorgullecedor para mí! Pero no, no soy tan gran conocedor de Pablo VI como debería.
Es verdad: Pablo VI sí emplea muchas veces 'renovación' y también sin problema alguno 'reforma'. Pero jamás en sus discursos se ve una línea de ruptura o discontinuidad (palabra ésta de moda ahora), sino de puesta al día con fidelidad para servir al hombre contemporáneo, para repristinar la Casa de Dios y presentarla embellecida a Cristo.
Él asumió los planteamientos del hombre moderno, incluso lo mejor de la época moderna, pero siempre en él hay una nota de continuidad con la Tradición a la que valoraba muchísimo y conocía (conocía de verdad, ávido lector de los Padres, en épocas en que no se conocía apenas la patrística o se veía como rareza arqueologizante).
Veo que citas Ap 21,5: en mi tesina dedico amplio espacio a esa cita para argumentar la novedad de la Pascua y por tanto la novedad de los óleos y del crisma, como instrumentos de la gracia del Kyrios.
Un grandísimo abrazo!!!!!!!!!