Reconocer a san Juan de Ávila como doctor de la Iglesia, y proclamarlo así, supone validar toda su enseñanza y doctrina como una aportación digna de ser tenida en cuenta por todo el pueblo cristiano.
Es un Maestro con palabras válidas; es una doctrina teológica, pastoral y mística que posee un sello de eclesialidad y que igualmente para nosotros, lectores hoy, pueden ser una ayuda.
Él ejerció ampliamente su sacerdocio mediante la escritura: escribir y escribir, tratados y libros, avisos y cartas, legando así a la posteridad un magisterio que no puede reducirse a las bibliotecas o a los Seminarios, sino estar otra vez en las manos de los fieles, como en su tiempo estuvieron.
Al reconocerlo como doctor, y aceptarlo así nosotros con alegría, procuremos empaparnos de su figura y de su pensamiento.
Es la propuesta que nos hace la Conferencia episcopal española en su Mensaje ante la proclamación del doctorado:
"3. Maestro y testigo de vida cristiana
Juan
de Ávila se había encontrado con Jesucristo y, en Él, con el profundo
misterio del amor de Dios. Uno de sus primeros biógrafos dice que «vivía
de la oración, en la que gastó la mayor parte de su vida». Antes de
hablar de Dios dedicaba mucho tiempo a profundizar en la Sagrada
Escritura y a dialogar con Él, porque deseaba «ir al púlpito templado».
Centrado
en lo que llamaba “beneficio de Cristo”, misterio que captó con
singular clarividencia, podríamos calificarlo como el Doctor del amor de
Dios a los hombres en Cristo Jesús; el maestro y el místico del
beneficio de la redención. Estas son sus palabras: «Grande misericordia y
grande favor fue sacarnos de las miserias y del captiverio en que
estábamos, y sacarnos para hacernos no siervos, sino hijos. Y no para en
esto. Pudiera hacernos hijos suyos y comunicarnos esta honra, y la
hacienda y el mayorazgo se lo llevara el primogénito, y que nosotros nos
quedáramos pobres. Pero no fue así»[4]. Y toma a continuación el texto
de Col 1, 13: Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino del Hijo de su Amor.
Un
amor misericordioso, vivido en la confianza de que, insertos en la
corriente de amor infinito entre el Padre y el Hijo, en el Espíritu
somos incorporados a una nueva humanidad. Si desde la Encarnación del
Verbo el corazón de Cristo rebosa amor al Padre y solidaridad con los
hombres, la Cruz es expresión más sublime de ese amor.
El
momento más dulce y tierno de la oración en Juan de Ávila es el
dedicado a considerar la pasión de Jesucristo, y mirar a Cristo por la
fe tiene como consecuencia el divino intercambio: Él asume nuestros
males y nosotros recibimos la plenitud de su vida. Lo explica así:
«Cierto, pues su muerte fue poderosa para resucitar a los muertos,
también lo será su vida para conservar en vida a los vivos. Hízonos de
enemigos amigos, pues no nos desamparará siendo amigos. Si nos amó
desamándole, no nos desamará amándole. De manera que osemos decir lo que
dijo san Pablo: Confío que aquel, que comenzó en vosotros el bien, lo acabará hasta el día de Jesucristo (Flp 1, 6)»[5].
Su
profunda experiencia del amor de Dios en Jesucristo es lo que impulsó
su amor a la Iglesia, a la Eucaristía, a María santísima, a los
sacerdotes, así como le alentó en el celo apostólico. La entrega de
Cristo para desposarse con la Iglesia y santificarla es uno de los ejes
de su teología, y la clave para comprender su permanente servicio y sus
deseos de reforma. Escribe dirigiéndose a Jesucristo: «¿Qué te parecería
un día de la cruz por desposarte con la Iglesia y hacerla tan hermosa, que no la quedase mancilla ni ruga? (Ef 5,
27). Este amor te hace morir tan de buena gana; éste te embriaga de tal
manera, que te hizo estar desnudo y colgado de una cruz, hecho escarnio
del mundo»[6].
Porque
estaba convencido de la llamada a la santidad de todos los fieles y
porque quería que resplandeciera en la sociedad una Iglesia santa,
fomentó en ella todas las vocaciones: laicales, a la vida consagrada y
al sacerdocio. Para ello, la Biblia en manos de todos, en primer lugar.
«Sed amigos de la Palabra de Dios leyéndola, hablándola, obrándola»[7],
decía frecuentemente con estas o con parecidas palabras sobre todo a
quienes estaban llamados a difundirla. Porque «la Palabra del Señor, en
boca de sus predicadores, riega la sequedad de las ánimas... les hace
dar frutos de buenas obras»[8]. Y porque la ciencia escriturística es
«la que hace a uno llamarse teólogo»[9].
Cercano
a todas las gentes, que le seguían por doquier, excelente pedagogo de
la fe, supo suscitar el entusiasmo por el Evangelio de Jesús y el
atractivo de la vida santa. Una santidad verdadera. Porque: «Si decís
que haréis y conteceréis por Dios, mirad que unos hijos pobres tiene
Dios, donde se pruebe si es verdadero amor aquel que os hace hacer esos
ofrecimientos a Dios. No digáis al pobre: “Remédiele otro”; que es señal
que el amor que os parece que teníades de Dios, no es tal cual Él
quiere; que ha de ser fuerte como la muerte»[10].
Juan
de Ávila fue instrumento del Señor para clamorosas conversiones, como
la de la joven doña Sancha Carrillo, en Écija, a quien dedicó su
principal obra, Audi, filia; o la del mercader aventurero
portugués, vendedor de libros en la Puerta de Elvira de Granada, Juan
Ciudad —san Juan de Dios—, fundador después de la Orden Hospitalaria; o
la del duque de Gandía y marqués de Llombai, Francisco de Borja, en las
honras fúnebres del cabildo de la catedral de Granada a la emperatriz
Isabel, esposa de Carlos V; ingresó en la Compañía de Jesús, fue su
tercer prepósito general y alcanzó la santidad.
Pero
si en algo centró su particular interés fue en la formación de los
sacerdotes al estilo de Jesucristo, Buen Pastor. Porque, «¿qué pastor
hubo que apacentase sus ovejas con la propia sangre de él?»[11]. Para
él, toda la espiritualidad sacerdotal arranca del significado que tiene
la encarnación del Verbo, y la misión de Cristo Sacerdote —la gloria de
Dios y la salvación de las almas— queda impresa en el sacerdote que
actúa «en persona de Cristo»[12]. Es más: «Ha de ser la representación
tan verdadera que el sacerdote se transforme en Cristo»[13]. O también:
«En la misa nos ponemos en el altar en persona de Cristo, a hacer el
oficio del mismo Redentor y hacémonos intercesores entre Dios y los
hombres para ofrecer sacrificio»[14]. Por estar unidos a Jesucristo, los
sacerdotes continúan en el tiempo su misma misión: «Y porque hubiese
más voces que predicasen y más médicos que curasen las ánimas, aunque Él
sólo lo podía hacer, quiso tomar ayudadores para tener ocasión de les
galardonar sus trabajos y hacer bien a los otros por medio de aquestos
ayudadores»[15].
Son
muy bellas también sus consideraciones sobre la relación entre el
sacerdote y María y sobre la exigencia de santidad. Por hacer al Señor
presente, «relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir,
criadores de Dios; a los cuales nombres conviene gran santidad»[16]. He
aquí por qué «la alteza del oficio sacerdotal pide alteza de
santidad»[17]. Y por «haberle hecho Dios pastor en su Iglesia no había
sido hacerle señor, sino padre y madre de todos»[18], pues en la raíz
del ministerio está un Dios que es amor, enseña amor y envía amor.
4. Influencia continuada del Santo Maestro Juan de Ávila
Maestro
de santos, experimentado conocedor de los caminos del espíritu, fue
amigo y consejero de no pocos de los de su tiempo. Además de los ya
aludidos, Ignacio de Loyola, Tomás de Villanueva, Juan de Ribera, Pedro
de Alcántara, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y otros.
El
fundador de la Compañía de Jesús deseó verlo en ella; no sucedió así,
pero Juan de Ávila orientó hacia la naciente Orden un buen número de sus
mejores discípulos que, además de vitalizarla, pronto difundieron la
enseñanza y el testimonio del Maestro Ávila por Europa y, a través de
las misiones, en el continente americano, en las tierras asiáticas a las
que llegó su influencia, y hasta en el corazón de África.
Teresa de Jesús, hoy Doctora de la Iglesia, hizo lo imposible para que llegara a manos del Maestro el manuscrito de su Vida, donde
relata sus experiencias espirituales. La amplia respuesta epistolar no
se hizo esperar. Se ha dicho que Juan de Ávila tuvo la llave de la
mística, porque con su autoridad de Maestro y discernidor de espíritus
abrió las puertas a esta y a otras publicaciones. Además, gracias al
ambiente cultural y espiritual que otro Doctor de la Iglesia, Juan de la
Cruz, encontró en Baeza por obra del Maestro Ávila, arraigó allí el
Carmelo reformado, que difundió también sus enseñanzas, sobre todo por
Francia, Bélgica y Alemania. Fue, en definitiva, el iniciador de la
ascética y la mística españolas.
Es
muy conocido su gran influjo en santos y escritores espirituales
españoles, como en el tan leído fray Luis de Granada. Más allá de
nuestras fronteras es de notar la rapidez con que se tradujeron sus
obras y cómo los católicos perseguidos en Inglaterra fortalecían su fe
leyendo el Audi, filia. Baste recordar, además, el gran aprecio
hacia el Maestro Ávila de los ya Doctores de la Iglesia Francisco de
Sales y Alfonso María de Ligorio. Es sabida también su influencia en la
llamada escuela sacerdotal francesa, pues sus escritos fueron muy
utilizados por su principal fundador, el cardenal Bérulle, y por sus
discípulos. A la doctrina espiritual del Maestro Ávila han vuelto
también los ojos otros fundadores, hasta la actualidad.
Las
ediciones y traducciones de sus obras, antiguas y recientes, los
numerosos estudios realizados y los trabajos de investigación sobre su
persona y escritos que continúan ocupando a tantas personas en diversas
universidades civiles y eclesiásticas han sido y continúan siendo un
índice bien significativo del interés que siguen suscitando la enseñanza
y el testimonio del nuevo Doctor de la Iglesia universal.
5. El doctorado, una invitación a la santidad
«Queridos
hermanos y hermanas —decía el Papa al anunciar el Año de la Fe—,
vosotros estáis entre los protagonistas de la nueva evangelización que
la Iglesia ha emprendido y lleva adelante, no sin dificultad, pero con
el mismo entusiasmo de los primeros cristianos». De los primeros
cristianos y de los cristianos de siempre que, como Juan de Ávila,
fueron capaces de unir fe y ciencia; sabiduría y sencillez; ardor
apostólico y abandono en Dios.
De cara a la nueva evangelización escribía Benedicto XVI en su carta apostólica, de 21 de septiembre de 2010, Ubicumque et semper:
«No podemos olvidar que la primera tarea será ser dóciles a la obra
gratuita del Espíritu del Resucitado, que acompaña a cuantos son
portadores del Evangelio y abre el corazón de quienes escuchan. Para
proclamar de modo fecundo la Palabra del Evangelio se requiere ante todo
hacer una experiencia profunda de Dios». Es a lo que nos
invita el doctorado del Maestro Ávila, porque este fue el auténtico
motor de su actividad evangelizadora; el secreto que se desborda
haciendo eficaz la palabra y el ejemplo; el tesoro que crece a medida
que se reparte.
Lo
que fue auténtico en una época y en una cultura concreta, se hace
patrimonio común que sobrepasa los tiempos y fronteras. La armonía del
corazón, la santidad de vida y la doctrina eminente de san Juan de Ávila
son ya herencia valiosa que se transmite y acrecienta de generación en
generación.
Adentrándonos
en el testimonio y en la enseñanza del Santo Maestro nos proyectamos
hacia el futuro; por el hecho de acoger y valorar este sublime modelo de
santidad que nos viene del pasado nos abrimos a las nuevas gracias que
el Señor repartirá generosamente en el proceso de la nueva
evangelización a que el propio Maestro nos impulsa.
Juan
de Ávila será declarado Doctor de la Iglesia universal junto con
Hildegarda de Bingen (1098-1179), una abadesa benedictina alemana cuya
experiencia de fe y santidad de vida están también en las raíces
cristianas de esta Europa tan necesitada hoy de nuevos y vigorosos
evangelizadores.
Os
animamos a acudir a Roma, el domingo 7 de octubre próximo, para un
evento tan singular como será la declaración de san Juan de Ávila Doctor
de la Iglesia universal, y a pedirle que seamos capaces de abrir
nuestro corazón a un renovado y más profundo encuentro con la persona de
Jesucristo, el único que puede señalar un nuevo horizonte a la vida y,
con ello, orientarnos hacia la santidad. Con palabras del Maestro Ávila:
«Él nos anda buscando e incitando a que le sirvamos: ¿cómo es posible,
pues Él es bueno y verdadero, que no salga al encuentro, y nos eche sus
brazos encima, y nos favorezca cuando vamos a Él? Sí hará, cierto, sí
hará, y muy más cumplidamente que nosotros podemos entender, según dice
san Pablo (cf. 1 Cor 2 ,9; Heb 9, 14)[19].
Invitamos
a todos a participar en los programas y actividades que se organicen
con motivo del doctorado; a profundizar en la persona y en los escritos
de san Juan de Ávila y a dejarnos interpelar por sus enseñanzas y por su
testimonio de vida.
"Para ello, la Biblia en manos de todos, en primer lugar. Sed amigos de la Palabra de Dios leyéndola, hablándola, obrándola". Y en relación a la forma correcta de nuestra lectura de la Palabra de Dios contenida en la Biblia, nos dice el santo:
ResponderEliminar“Inclinad vuestra oreja, quiero decir, vuestra razón, y no tengáis temor de ser engañada. Inclinada a la palabra de Dios, que está dicha en toda la sagrada Escriptura, y, si no la entendiéredes, y os pareciere que va contra vuestra razón, no penséis que erró el Espíritu Santo que la dijo; mas sujetadle vuestro entendimiento, y creed que por la grandeza de ella vos no la podéis alcanzar…Y habéis de mirar que la exposición de esta Escriptura no ha de ser por seso o ingenio de cada cual,… mas ha de ser por la determinación de la Iglesia católica, a interpretación de los santos de ella, en los cuales habló el mismo Espíritu Santo, declarando la Escriptura que habló en los mismos que la escribieron. Porque de otra manera, ¿cómo se puede bien declarar con espíritu humano lo que habló el Espíritu divino? Pues que cada Escriptura se ha de leer y declarar con el mismo espíritu con que fue hecha..”. (Audi Filia).
En oración ¡qué Dios les bendiga!
Nada que añadir, Julia María.
EliminarPero, ¿puedo darle un abrazo?
Por cierto, estoy rodeado de abogados por todos sitios, incluida mi nueva parroquia (!!!!!).
El afecto sincero siempre es bien recibido y agradecido, amigo mío.
EliminarCon que andando en “malas compañías” ¿eh?... no me queda más remedio que suspender negociación de contrato de alquiler ¡cualquiera le engaña con tanto asesoramiento legal!
Estoy hacia la mitad de AUDI FILIA. Recién he terminado los capítulos dedicados a la soberbia. Es prodigioso lo certero y lo profundo de su conocimiento sobre la cuestión. Hondura y precisión. Disecciona los mecanismo interiores por los que este funesto pecado recorre el interior de los seres humanos y lo bueno es que da "recetas" para combatirlos. Y al final, junto con todo ello, en el nucleo, lo de siempre, oración, oración, y oración. Muchas gracias, Padre. El sopor de la siesta, no me ha impedido deslumbrarme con el fulgor de San Juan de Ávila. Alabado sea DIOS.
ResponderEliminarQuerido Antonio Sebastián:
EliminarEl Audi filia me dejó prendado cuando lo leí allí por 1997. Me parece una guía, un itinerario completo, sólido y con consejos reales y prácticos.
Le hará mucho bien, sin duda, y ojalá muchos se animen, en esta comunidad-blog a leerlo.
Un gran abrazo.
Padre, al menos yo no soy abogado, espero que le sirva de respiro. Abrazos y afecto. DIOS le bendiga.
ResponderEliminarYo también animo a todos a leer AUDI FILIA. Me parece portentoso. Alabado sea DIOS.
Antonio Sebastián:
EliminarTranquilo, que no tengo nada en contra de los abogados; tengo varios amigos muy queridos en la abogacía, y uno de ellos especialmente querido por mí.
Espero que muchos sigan su consejo sobre el "Audi filia", que ya no es mero consejo mío, sino de otro lector.
Un fuerte abrazo.
Don Javier: Después de leer todo lo que nos está descubriendo sobre el Doctor de la Iglesia, San Juan de Avila, envidio -sanamente- a los que pudieron conocerlo personalmente y disfrutar de su presencia y sus predicaciones.
ResponderEliminar¡Cuánto me hubiera gustado haber sido uno de esos privilegiados!
Aunque pensándolo bien, tal vez, muchos de su tiempo no le reconocerían su valía, como sucede a menudo en la vida: Tardamos mucho en darnos cuenta del valor de algunas personas que tenemos a nuestro lado y, en el mejor de los casos, lo reconocemos cuando ya es tarde porque, o bien han muerto, o se encuentran lejos de nosotros.
Un abrazo y que Dios lo bendiga.
¡Ay querido amigo Mateo!
EliminarEso mismo he pensado muchas veces de los santos. En su tiempo también muchos los rechazarían, no les harían caso, etc... O simplemente, como dices, no le reconocerían su valía y lo tratarían de cualquier manera.
Entiendo muy bien tus palabras.
"Nadie es profeta en su tierra, en su casa y entre los suyos", dice el Señor en el Evangelio.
Un fuerte, fuerte abrazo!!!!!