La fe de la Iglesia descansa sobre la fe de los apóstoles. Ellos la recibieron, fueron establecidos como rocas y columnas, la testificaron con su vida y con su muerte martirial.
Así el criterio de la fe siempre se debe medir y ajustar con la fe de los apóstoles, sin inventar una fe "nueva" o un sucedáneo que rompe la cadena de los testigos de la fe, de la Tradición recibida, vivida, amada, estudiada y transmitida a la siguiente generación.
Pedro y Pablo sellaron la fe con el martirio en Roma, y ellos son los custodios de la fe, con distintos ministerios; Pedro, la roca, el maestro de la fe, Pablo el apóstol insigne que la interpretó.
Al comenzar el año de la Fe, y acudiendo a las enseñanzas de Pablo VI en aquel año de la Fe de 1967-1968, partimos hoy de la fe apostólica, aquella que es el sello de garantía hoy para nosotros.
"Para Nos es ésta una solemne recordación; la memoria adquiere en Nos conciencia y claridad; nos evoca la muerte trágica y gloriosa de estos dos peregrinos venidos de la tierra de Jesús y convertidos mediante su predicación, su ministerio y su martirio en fundadores de la Roma Católica. Se llamaban Pedro y Pablo.
Entrambos, de diverso modo, fueron discípulos primero del Mesías, Hijo de Dios e Hijo de María, Jesús, Maestro y Salvador del mundo; luego sus apóstoles, los que anunciaron el Evangelio de Cristo y supieron descubrir en él por obra del Espíritu Santo la novedad liberadora de la antigua concepción particularista de la verdadera religión y revelaron a la humanidad el carácter unitario y universal del cristianismo, su genio renovador de las conciencias y de las formas de vida humana, su esperanza escatológica.
Ellos, fundados en la enseñanza de Jesús y siempre adoctrinados por su Espíritu, basaron el nuevo sistema religioso-social, que brotaba de tal concepción y se llamó Iglesia, sobre un principio originario y generador de las relaciones vitales y salvíficas entre Dios y el hombre: la fe, es decir, la aceptación de la palabra reveladora de Dios, tal como en Cristo, el mismo Verbo eterno de Dios hecho Hombre, halló cumplimiento y tal como ellos, los apóstoles, debían promulgar y, mediante el magisterio proveniente de ellos, debían enseñar, interpretar, defender y difundir.
El Concilio Ecuménico recientemente celebrado ha recordado estas cosas (cf. Dei Verbum 7) y nos ha exhortado a remontarnos a estas fuentes de la Iglesia y a reconocer en la fe su principio constitutivo, la condición primera de todo su crecimiento, la base de su seguridad interior y la fuerza de su vitalidad exterior.
Pedro y Pablo fueron los primeros maestros de la fe, y con las fatigas y sufrimientos de su apostolado nos dieron su primera expansión, su primera formulación, su primera autenticidad; y para que no quedase duda sobre la certeza de su nueva, maravillosa y dura enseñanza, a ejemplo del Maestro y con Él, seguros de una victoria final, sellaron con la sangre su testimonio.
La entregaron con heroica sencillez para nuestra certeza, para nuestra unidad, para nuestra paz, para nuestra salvación. Y para la de todos los hermanos, seguidores de Cristo; más aún, para toda la humanidad.
Por esto, hijos y hermanos carísimos, recordamos, celebramos este nacimiento de la Iglesia en la palabra y la sangre de los apóstoles mediante un explícito, convencido y cordial acto de fe. Todo un año llenará nuestras almas este pensamiento y este propósito. Será el Año de la Fe. El año postconciliar, en el cual la Iglesia reconsidera su razón de ser, halla de nuevo su nativa energía, recompone en ordenada doctrina el contenido y sentido de la palabra vivificante de la revelación, se presenta en actitud de humilde y amorosa certeza a los hermanos todavía separados de nuestra comunión y se prodiga al mundo de hoy como es: lleno de grandeza y riqueza y necesitado hasta las lágrimas del anuncio consolador de la fe.
Sí, estamos convencidos de que esta nuestra afirmación religiosa, esta fe nuestra, concurre y quiere concurrir al bienestar, a la fraternidad, a la paz de todo el mundo, y sabed cuán dentro de nuestro corazón y en el de toda la Iglesia llevamos la superación justa de todos los conflictos actuales.
Hijos y hermanos carísimos, escuchad nuestra voz; no es nuestra, es la del último humilde sucesor de Pedro; escuchad la suya; más todavía, la única que resuena en el Apóstol y magisterio de la Iglesia: la de Cristo.
Recordad lo que Él os dice: "El que oye mis palabras y las cumple será comparado al hombre prudente que edificó su casa sobre la piedra..." (Mt 7,24). Y añade Jesús: "Simón, hijo de Jonás... Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18)".
(Pablo VI, Homilía, 29-junio-1967).
Si, el mundo necesita la FE. No sabe que la necesita. Tantos no saben que la necesitan. Y parece que los católicos la tenemos tan pequeña que no trasciende, que no sale de nosotros. Padre, podemos hablar de formación. A mi me da por pensar muchas veces que tal vez, habría que cimentar en la roca, lo inmediatamente anterior. LA oración y el AMOR. Una vez que tenemos eso cimentado en la ROCA, rezad para que DIOS nos de la gracia de apasionarnos por formarnos. Después solo queda darles la noticia a todos los que no saben que necesitamos la FE. Me da por pensar que San Pedro, y San Pablo, siguieron ese intinerario.
ResponderEliminarMuchas gracias, Padre. Feliz semana
Y yo vuelvo a la carga, amigo mío (si puedo llamarle así):
EliminarLa oración sola puede degenerar en el subjetivismo más absoluto, confundiendo nuestras vivencias interiores, o nuestras presuntas iluminaciones, con realidades y verdades de fe. Santa Teresa quería a sus confesores santos y letrados, pero que si no eran santos, que fueran letrados porque no desviarían a las almas...
Las dos cosas siempre, sin orden de prelación, las dos a la vez: oración y formación.
Por otra parte... un fuerte, fuerte, abrazo.
Muy bien, Padre, si vuelva a la carga, que soy duro de cabeza. Al final, logrará que me entre. DIOS le bendiga.
Eliminar¿Qué es lo que hace el Espíritu? El Espíritu viene a nosotros y nos revela en qué somos débiles y cuánto lo somos. Ahí, en la debilidad se denota claramente una unidad. Todo somos débiles e ignorantes. El Espíritu nos humilla ante la Cruz.
ResponderEliminarEstos son los cuatro descubrimientos que produce la unidad: Contrición; me duele ser lo que soy. Segundo, gracia. Tal vez no merezco amor, pero ¡me ama tanto Dios! Tercero, alegría. ¡Gracias! ¡Bendito tú, Señor, que me amas tanto! Cuarto, Iglesia, tal como la quiso Cristo y que, como tú, me ama y trabaja por mi salvación, por la de mi hermano, por la de éste y por la del otro. Somos uno, y se cumple la oración de Cristo. Así el Espíritu Santo crea unidad.
El Papa y los apóstoles son la roca apostólica. Esa idea tan realmente estupenda que crees se te ha descubierto sólo a ti o a unos cuantos amigos ¿ayuda a la unidad en la Iglesia? ¿es tan maravillosa que por ella merece la pena arriesgar la unidad?
La foto ¿corresponde a la roca de la Iglesia de Getsemaní? Me ha parecido pero no estoy segura; me ha dado un vuelco el corazón al volver a vivir nuestra oración ante esa piedra.
En oración ¡qué Dios les bendiga!
Me gusta la explicación que nos ofrece.
Eliminar¡Bendita la unidad de la Iglesia! Hoy explicaba la nota de "Una" en la clase de teología, y me apasionaba.
La foto no sé si corresponde a esa roca o a cuál... siento mi ignorancia.
Y aprovecho para poner un enlace:
http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=25406
El Papa Pablo VI podría ser beatificado (¡¡¡¡ojalá!!!!) en 2013.
Un abrazo, in Domino.
He leído los comentarios al artículo sobre la beatificación de Pablo VI. Parece que algunos (espero que no muchos) siguen "satanizando" a Pablo VI. Parece que le achacan todos los males de la Iglesia. Pienso que cada uno tiene su responsabilidad personal. La Iglesia Católica no se reduce a Su Santidad, Si hay problemas todos somos responsables. La Iglesia Católica la formamos todos.
EliminarAbrazos, Padre. Gracias por el enlace. DIOS le bendiga.
A mi también me ha dado un vuelco el corazón , si parece que es la roca de Getsemaní en el Monte de los olivos. Oí Misa allí la semana pasada . Me acordé de vosotros .
ResponderEliminarUn abrazo
María M.
Santa envidia es lo que siento y un deseo de volar hacia allí. Gracias
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