Esta parábola la encontramos en el evangelio de Lucas, capítulo 18, como exhortación a la humildad porque sólo los humildes pueden ser justificados por Dios; los soberbios se justifican a sí mismos y no necesitan a Dios aunque tengan, como dice el salmo, en la boca sus normas y preceptos, pero su corazón está lejos del Señor.
"Dijo Jesús está parábola a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás".
Es fácil caer en la tentación de la vanidad espiritual aquellos que están consagrados al Señor y a su servicio. Por eso esta Palabra es tan fuerte y radical para quienes siguen de cerca a Cristo (en la parroquia, en un Movimiento, en un convento), pues a veces en un mismo templo conviven el fariseo y el publicano, las actitudes del fariseo y las actitudes del publicano. Esta Palabra la pronuncia el Señor ahora para algunos que se tienen por justos, la pronuncia para todos nosotros. Los que se creen justos cumplen las tareas asignadas; externamente es obediente; no se falta nunca a nada y se cumple con las obligaciones de forma muy puntillosa incluso. "Todo es cumplir", y no se mira a sí mismo y se tiene por bueno, por justo, por cumplidor. Con el orgullo insano del que exteriormente todo lo cumple.
Dice el Evangelio: "teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos". Todo lo cumple, crece la vanidad espiritual y la seguridad en uno mismo, no en Dios. Uno se siente seguro, jamás tiene dudas, todo lo ve claro desde su propia seguridad y por eso, aunque no lo diga, todo lo discute, se cree siempre en la posesión de la verdad, pero, aunque obedezca, por dentro está deseando que se demuestre que él tenía razón. Se siente seguro y crece la altanería y el orgullo porque piensa que a él nadie le puede reprochar nada. Por eso siempre dará su opinión sobre todas las cosas, aunque no se la pidan y todo lo criticará desde la medida de su propia perfección. Se cumple el inicio de la parábola: "se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás". Pronunciará entonces expresiones del tipo: "A mí con esas", "¡qué se habrá creído...!"
A ese gran pecado de vanidad y soberbia espirituales le dirige Jesús la denuncia del que es la Verdad.
"Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo".
Realizaba bien todas las prácticas religiosas, nada omitía, pero le faltaba la verdadera humildad de reconocer lo que hay en su corazón y poner su seguridad en Dios y no en sí mismo. Pero regado todo por el vino de la soberbia espiritual, nada de esto era agradable a Dios. No faltaba a ninguna norma del plan de vida, hacía penitencia y pequeñas mortificaciones, trabajaba en el apostolado, pero daba gracias a Dios por lo bien que cumplía las obligaciones de su vida cristiana y despreciaba a los demás porque en ellos sólo veía fallos. Esa vida no era de Dios. Sólo servía para glorificarse a sí mismo.
"El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador".
Verdadero humilde, sus únicos méritos eran la gracia y la misericordia de Dios. Sabe de sus limitaciones y pecados y los ofrece en sacrificio, porque "un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias, Señor".
Se reconoce pecador, por tanto, en busca de la Verdad, sin querer imponer sus criterios ni estar siempre exigiendo a los demás. Conoce el fondo de su corazón, y nunca juzga ni critica a nadie para no ser juzgado. Encaja las humillaciones porque sabe que se merece todo por sus pecados y no se enoja ni devuelve mal por mal. Obedece, y con el corazón, porque sabe humildemente, que ha entregado su vida en libertad y en esa obediencia está la Verdad, y uno puede estar equivocado, pero mejor es entregar la vida, sin la actitud cínica de obedecer cuestionando siempre con el corazón que el superior (el otro, la parroquia, la Iglesia) siempre se equivoca o actuar con resentimiento.
El publicano sólo pedía perdón a Dios "por lo mucho que no os sirvo" (Sta. Teresa); no creía tener derecho a nada; no se le ocurriría exigir nada a nadie porque se sabía de verdad el último. No se atrevía este publicano ni a levantar los ojos ante Dios. No cabría en él una actitud luego altiva y orgullosa de mirar por encima del hombro a sus hermanos ni juzgarlos ni estar pendiente de la vida de las demás entrometiéndose. Sólo pedía perdón a Dios y andaba en humildad delante de Dios y de los hombres.
Resuena la voz del Señor invitando a mayor humildad, humildad verdadera, "porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido". En nuestra ayuda, la contemplación del Misterio Humilde de la humilde Encarnación:
Tomando la naturaleza humana de la misma naturaleza humana, se hizo carne. Con el jumento de su carne se acercó al que yacía herido en el camino para dar forma y nutrir con el sacramento de su encarnación nuestra pequeña fe, para purificar el entendimiento para que vea lo que nunca perdió a través de aquello que asumió. Efectivamente, comenzó a ser hombre, no dejó de ser Dios. Esto es, pues, lo que se proclama de nuestro Señor Jesucristo en cuanto mediador, en cuanto cabeza de la Iglesia: que Dios es hombre y el hombre es Dios, puesto que dice Juan: Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (S. Agustín, Sermón 341,3).
Un corazón quebrantado y humillado, Tú no lo desprecias. Del Sal. 50.
ResponderEliminarCuando se toma conciencia de la realidad propia de pecado y de la muerte a la que nos lleva, y se encuentra uno con el Amor misericordioso de Dios, que aún así nos ama, que nos ama hasta la locura, hasta el extremo de entregarnos a su Hijo Jesucristo como víctima de reconciliación, uff!!!...Y nos da la Paz y nos viste de fiesta, y prepara para nosotros un banquete...
¡¡¡Cuánto más tenemos que dar gracias al Señor!!!. Que ha construído en nosotros su templo y lo ha llenado de su Espíritu Santo en el perdón de los pecados.
Feliz día a todos.
Señor Jesús: perdona mi actitud, cuantas veces digo sí al servirte y cuantas veces esa afirmación te ha herido, porque obedecer cuestionando no es lo que me pides. Ayúdame a ser humilde de corazón. Amén
ResponderEliminarCuando verdaderamente nos ponemos en presencia del Señor, digo verdaderamente. No podemos tener la actitud del fariseo porque en Su Presencia reconocemos lo que somos; pequeños, pobres, pecadores. Solo Dios es nuestra santidad.
ResponderEliminarTodo lo bueno que hay en nosotros viene de El.
¡Muchas gracias!
Seguimos unidos en oración.
Dios les bendiga.
Ten piedad de mi Señor que soy una prepotente.
ResponderEliminarUn abrazo a todos.
..." a veces en un mismo templo conviven el fariseo y el publicano, las actitudes del fariseo y las actitudes del publicano..."
ResponderEliminarY yo añadiria que también en una misma persona, por lo menos eso veo en mi.
Que Jesucristo nos de un corazon manso y humilde como el suyo
Un abrazo a todos
María M.
Como mendigos, supliquemos la humildad.
ResponderEliminarTal vez, en ocasiones, convivan en nosotros mismos al mismo tiempo el publicano y el fariseo. Pero más bien, el orgullo nos incita a ser fariseos en el Templo... hasta que avancemos en vida cristiana. Entonces, conociéndonos con la luz de Dios, de poco podemos presumir, sino sólo confiar en la Misericordia.