Cantamos como peregrinos que anhelan la patria celestial –liturgia del cielo- que se animan y consuelan en la tierra cantando y soñando la meta a la que Dios nos llama, el premio que Cristo ha merecido para nosotros.
El canto en la liturgia (no es para hacerla divertida o entretenida) recuerda al hombre bautizado que es un peregrino, que canta mientras camina, hasta llegar a la Patria del cielo donde constantemente se canta el Aleluya, el Santo, la alabanza de la Iglesia Esposa a su Señor y Esposo.
“¡Oh hijos de la paz, hijos de la Iglesia una y católica, caminad por la Ruta que es Cristo! ¡Cantad en la Ruta, como hacen los viajeros, los peregrinos, para consolarse de la fatiga del camino! ¡Cantad en la ruta! ¡Yo os conjuro a ello por Aquel que es nuestra Ruta! ¡Cantad el Cántico nuevo!, nada de viejos estribillos. ¡Ruta nueva, Hombre nuevo, Cántico nuevo!” (S. Agustín, Enar. 66,6).
El mismo canto estimula la vida en santidad y justicia, es alivio en el trabajo de la vida:
“Hermanos míos, cantemos ahora, no para deleite de nuestro reposo, sino para alivio de nuestro trabajo. Tal como suelen cantar los caminantes: canta, pero camina; consuélate en el trabajo cantando, pero no te entregues a la pereza; canta y camina a la vez. ¿Qué significa “camina”? Adelanta, pero en el bien. Porque hay algunos, como dice el Apóstol, que adelantan de mal en peor. Tú, si adelantas, caminas; pero adelanta en el bien, en la fe verdadera, en las buenas costumbres; canta y camina” (S. Agustín, Serm. 256, 1. 2. 3.).
Cuando cantamos en la liturgia, estamos empezando ya a ejercer el oficio de la vida eterna, que es cantar, alabar y amar a Dios. Por eso cantar en la liturgia nos hace pregustar el cielo y recordarnos cuál es la meta de todo.
Más aún, el canto en la liturgia es un eco lejano de lo que se canta en el cielo (leamos despacio el libro del Apocalipsis y lo veremos a cada momento); incluso la descripción de la Encarnación se realiza diciendo que Cristo introdujo en la tierra el canto que se entona en el cielo:
El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia, con una maravillosa variedad de formas (PABLO VI, Const. Laudis Canticum).
Esto es el canto en la liturgia: antesala del cielo y recuerdo de nuestra vocación a la vida eterna.
Cuidemos el canto litúrgico, cantemos sin pudor, entonemos nuestra alabanza con fervor.
Cuando cantamos en la liturgia, estamos empezando ya a ejercer el oficio de la vida eterna, que es cantar, alabar y amar a Dios.
ResponderEliminarEs cierto, don Javier, cantar es alabar y amar a Dios. El canto es la expresión más íntima del hombre. La voz de una persona, en particular cuando canta, es el alma en toda su desnudez. Cuando cantamos confesamos todos nuestros pensamientos, todo lo que hay en el corazón. Si en él está el deseo y el amor a Cristo, nuestro canto será adoración y la alabanza. Estamos en camino, confiando en que el Señor terminará su obra, cuenta con nosotros para ello.
Feliz día a todos.
Querido Javier, aunque no participo últimamente de los comentarios del blog, sigo estando aquí.
ResponderEliminarQuizá por necesidad, ya que sigo estando falto de una dirección espiritual fuerte y de una formación adecuada por lo que tengo que agarrarme a lo que nos ofreces en este magnífico blog. Para mi es insuficiente ya que, como bien sabes, soy una persona que reflexiona en demasía y me cuesta la misma vida escuchar lo que Dios quiere de mi y eso me hace, en ocasiones, alejarme y acomodarme y en consecuencia perder la paz interior y condicionar mi vida y la de los que me rodean.
Cuanto te echo de menos en estas circunstancias y cuanto me gustaría poder hablar y desahogarme contigo y sobre todo tenerte cerca para volver a experimentar esa felicidad interior que viví aquellos años maravillosos de tu estancia en Lucena.
No quiero volverme nostálgico ni buscar excusas que tranquilicen mi conciencia pero muchas personas necesitamos la ayuda de Sacerdotes íntegros que nos ayuden a caminar en estos momentos difíciles.
Un fuerte abrazo.
Tengo la oportunidad de saludarles. Un abrazo fraterno.
ResponderEliminarDesde Sevilla:
ResponderEliminarEs verdad, el canto desvela el misterio de la persona, toca todo su ser.
¿Qué mejor para expresar nuestra fe eclesial que cantar?
¿qué mejor para orar que cantar?
(Lógicamente: los cantos litúrgicos para la liturgia no cualquier cosa...)
Pedro Arroyo:
ResponderEliminarMe alegro de que sigas por el blog, porque tú fuiste una causa determinante para que este blog existiera, como catequesis de adultos, formación y comunidad "virtual".
¡Ánimo! Yo disfruté muchísimo en mi etapa de Lucena, siendo padre, hermano, y procurando ser maestro en la fe para edificar a todos. Pero aquello ya pasó.
Aquí tienes en este blog muchos elementos que te seguirán ayudando. Persevera. No seas impaciente.
Un fortísimo abrazo.
Miserere:
ResponderEliminarSiempre es Vd. bienvenido. Un saludo cordial en este tiempo veraniego.
A mi me encanta cantar, pero debo esforzarme porque últimamente se me escapan muchos gallos... ufff, ¡no sabe lo que me mortifica!
ResponderEliminarLos cantos de la liturgia eucarística también ayudan mucho a profundizar en la vivencia de la misma.
Un saludo cordial a todos.
;O)
Cantar es orar dos veces. El canto se transforma
ResponderEliminaren alabanza, y esto será lo que haremos en el Cielo;¡ Alabar!.
En comunión de oraciones.
Dios les bendiga.
Buenas noches don Javier:
ResponderEliminarUna entrada preciosa; aprendo a cantar y caminar a la vez. El arte cristiano y secreto de nuestra alegría porque pase lo que pase peregrinamos con Cristo.Un abrazo.
Felicitas:
ResponderEliminarCuide esos gallos y esa gargante, y cante al Señor, que eso es sanísimo. Si desafina mucho, no cante demasiado alto, porque puede hacer que quienes la rodeen, desentonen.
Marian:
El oficio de los santos es alabar... y ante el Trono de Dios cantan. Lo que aquí hacemos es preludio del cielo: cantar y amar.
NIP:
¿Ya acabó san Fermín, no? ¡Está desaparecido, caro amigo!
La alegría cristiana, madurada en forma de cruz, se basa en que peregrinamos siempre en Cristo. ¡En Él!