Celebrar es el momento festivo, simbólico y ritual en que se desarrolla la escucha y respuesta a la Palabra del Señor. Una celebración que, ciertamente, pertenece a la Iglesia (SC 26). Esta liturgia de la Palabra comienza a ser celebración cuando el lector sube al ambón y teniendo el leccionario abierto, signo de la presencia del Señor, presta su voz a las palabras contenidas en él, y la Palabra se hace Espíritu y deja de ser letra muerta impresa en un libro. Aquí está la celebración, comunitaria (por cuanto es Palabra dirigida a la Iglesia) y gozosa (puesto que es Espíritu y vida).
¿Y cómo se celebra?
Ante todo, con la escucha atenta. Oír las palabras del Señor en el corazón y orarlas es la primera y más importante participación que se puede dar en la liturgia de la Palabra.
Se celebra proclamando con voz fuerte y decidida, convencido de aquello que se está proclamando, las lecturas bíblicas, tarea de los lectores. Unas lecturas con las que, como a los discípulos de Emaús, "nos tiene que arder el corazón" (Lc 24,32).
Se celebra también con el canto. El canto, gozo del espíritu, que recibe y responde a las palabras del Señor tomando "prestadas" las mismas palabras del Señor, es decir, cantando el salmo responsorial, con actitud orante, que cala en el corazón de la asamblea (dicho sea de paso: jamás el salmo se puede sustituir por cualquier otro canto, por mucho que le guste al coro). Cantando, también el Aleluya, de pie, con alegría, para recibir el anuncio del Evangelio, siempre nuevo.
Se celebra, además, con unos signos rituales, que no hay porqué despreciar., minimizar o realizar de manera in-significante (de cualquier manera).
- En primer lugar, la procesión de entrada solemne, donde el lector puede llevar el leccionario y dejarlo en el ambón o el diácono llevar el Evangelio (y dejarlo sobre el altar).
- Se celebra también con las aclamaciones después de las lecturas "Te alabamos Señor", "Gloria a Ti, Señor Jesús".
- También las posturas corporales, la escucha atenta, sentados todos; recibir el Evangelio, de pie, girándose todos hacia el ambón.
- Se celebra, igualmente, con todo el ritual de la proclamación del Evangelio, donde el Evangeliario es llevado por el diácono en procesión desde el altar al ambón, precedido de luces e incienso, y se inciensa (es el único libro litúrgico que se inciensa y se besa), y en las celebraciones más solemnes, presididas por el Obispo, recibiendo la bendición con el Evangeliario.
- Finalmente, se celebra también, porque la Palabra tiene un lugar propio, el ambón, que se puede y se debe revestir de paños de color, con un ramo de flores, con una buena iluminación... porque no es un atril funcional, sino un espacio fijo, elevado, con carga simbólica, reservado al anuncio de la Palabra.
Las actitudes corporales, los gestos y palabras con que se expresa la acción litúrgica y se manifiesta la participación de los fieles reciben su significado no sólo de la experiencia humana, de donde son tomados, sino de la palabra de Dios y de la economía de la salvación, a la que hacen referencia, por lo cual tanto más participan los fieles en la acción litúrgica cuanto más se esfuerzan, al escuchar la palabra de Dios en ella proclamada, por adherirse íntimamente a la Palabra de Dios en persona, Cristo encarnado, de modo que aquello que celebra en la liturgia procuren reflejarlo en su vida y costumbres, y, a la inversa, miren de reflejar en la liturgia los actos de su vida (OLM 6).
Son elementos rituales y litúrgicos, que ponen de manifiesto cómo la Palabra está para ser celebrada, orada y vivida, recibida en la fe, ya que ésta es "asentimiento de la mente y del corazón a la Palabra de Dios, a la verdad revelada por Cristo y enseñada por la Iglesia" (PABLO VI, Catequesis, 15-abril-1970).
Buenos días don Javier. Procuraré participar con más atención de cuerpo y alma sumergido en cada lectura. Sucede no pocas veces que en seguida capto si el que lee se está enterando de algo o lo hace sin más -ocurre especialmente leyendo a san Pablo- y naturalmente dejo de atenderlo. Un abrazo.
ResponderEliminarBuenos días d. Javier. La Liturgia de la Palabra es tan bella, tan densa..., es cierto que vibra, "arde" el corazón. Sus palabras "proclamando con voz fuerte y decidida" me animan, porque oyendo la monotonía de otros lectores empieza una a dudar de si se está dejando llevar demasiado por la emoción. Quizá fuera necesaria en las parroquias una catequesis a los fieles: para que lleguen al templo a su hora (¡con no menos puntualidad que al teatro!), reciban al sacerdote con respeto, participen con voz alta y clara (a veces es un "martirio" captar una voz audible a la que unir la tuya en las aclamaciones y optas por dejar que ésta sea la única que se oiga sobre un murmullo), que los fieles que no saben leer en público o que leen la Sagrada Escritura como si estuvieran leyendo cualquier libro (no todos tenemos dotes para todo) no se empeñen en hacerlo, poniendo en un compromiso al sacerdote que no quiere faltar a la misericordia y a la caridad, porque la mala lectura perjudica o hace imposible la comprensión de La Palabra por los demás fieles; yo no debo planchar el velo o mantel que recubre el altar porque el resultado sería desastroso, ni cantar en solitario el salmo (¡sería una ofensa a los oídos de Dios y a los de los demás!). No es una queja ni una crítica, sólo una petición y una llamada al sentido común de los fieles.
ResponderEliminarJulia María:
ResponderEliminarMe he reído a gusto con sus descripciones, tan vivas. El problema es lo que dijo el filósofo Balmes: el sentido común es el menos común de los sentidos.
A veces, muchísimas cosas en liturgia (y en cualquier otro plano de la vida eclesial, y de la vida corriente), se resolvería con un poco de sentido común.
Escuchar la Palabra es esencial, sobre todo saber qué quiere decirme el Señor con ella para mi vida concreta de hoy, como muy bien apunta usted, don Javier:
ResponderEliminarSon elementos rituales y litúrgicos, que ponen de manifiesto cómo la Palabra está para ser celebrada, orada y vivida, recibida en la fe.
Recibida en la fe, sabiendo que cuento con la ayuda de la Gracia para que pueda cumplirse en mí.
Gracias. Un saludo a todos.
Vivir una Eucaristía como explica usted Don
ResponderEliminarJavier ¿Donde la pedo vivir?
Hoy quiero rezar por los sacerdotes y todo el
pueblo de Dios...
Estoy de acuerdo con usted Julia Maria.
Unidos en oración.
Dios les bendiga.
Cierto lo que indica D. Javier. El sentido común no es el más común de los sentidos. El problema que tenemos es que el sentido común conlleva responsabilidad y esfuerzo. Nos resulta mucho más fácil olvidarnos de la responsabilidad e ir a lo cómodo y rápido.
ResponderEliminarYa nos dijo Cristo que como ricos en nosotros mismos, que teníamos que pasar por el ojo de una aguja, y eso duele y cuesta.
Que Dios le bendiga a usted y a todos los lectores-compañeros de blog. Seguimos unidos en oración :)