Está muy bien rezar por la unidad de los cristianos, ser sensibles a la división de la Iglesia de la que surgieron distintas confesiones y ramas, y tener un espíritu de sano y verdadero ecumenismo.
Ante ese ecumenismo todos somos sensibles (y "solidarios"), nos alegramos cuando se dan pasos concretos en el camino de la unidad, como los Ordinariatos para iglesias anglicanas que vuelven a la Comunión, y se nos llena la boca de emoción en el "Octavario por la unidad de los cristianos", en enero.
Pero quiero traer en primer plano el otro ecumenismo, el doméstico, el de "andar por casa", en parroquias, movimientos y demás. Entonces se diluye la unidad de la Iglesia, el sentido eclesial, y se sustituye inmediatamente por lo propio, edificando pequeños tabiques y barreras, donde sólo lo propio cuenta, debe destacarse, imponerse, obtener los minutos de gloria necesarios. El bien común, para el cual edifica el Espíritu Santo la Iglesia con carismas y dones diversos, queda reemplazado por el "bien particular". La unidad de la Iglesia se ve suspendida por la suma de los bienes particulares: uno más otro, aislado, hacen cada cual lo suyo, incapaces de mirar más allá y arrogándose unos derechos por los cuales se creen legitimados para pisotear lo común. Son unas luchas de poder que jamás se nombran ni se reconocen como tales, pero donde sólo se ve como válido, espiritual y evangelizador lo propio, llámese parroquia, asociación, movimiento, comunidad, Orden o Congregación, y se desprecia o se subestima lo ajeno.
Súmese a esto que el ministerio ordenado es un ministerio de comunión, que debe buscar la comunión, alentando a unos, frenando a otros, acompasando los pasos de todos, para integrar en la Comunión a todos. Cuando se obra ignorando el ministerio ordenado, a espaldas del ministerio ordenado, o explícitamente en dirección contraria al ministerio ordenado, la Comunión es imposible. La Eucaristía entonces será válida pero resulta no pocas veces ilícita; el sacerdote no es un señor que oficia unos ritos para recibir sentimentalmente la sagrada comunión: sino que es Cristo ofreciendo la Comunión con su Cuerpo en la verdad y la Eucaristía es verdadera, válida y lícita, si no se rompe el tejido eclesial, la túnica inconsútil de Cristo. De lo contrario, tendremos muchos fervores y caras místicas al comulgar, pero estaremos viviendo fuera del sentir eclesial, haciendo cada cual su pequeña torre de Babel. El ministerio ordenado, repito e insisto, no es solamente para que cada cual pueda comulgar devotamente, sino para presidir la Eucaristía y la Comunión eclesial, y mal andamos, mal iríamos, si comulgando con intensos fervores, después obráramos sólo mirando el interés de la propia parcela particular y no del viña entera del Señor; si comulgamos de las manos del ministro ordenado, pero luego actuamos en contra de la Comunión eclesial, ignorando al ministerio ordenado.
Esto es lo que veíamos, no hace mucho, al recordar que "todos buscan su interés, no el de Jesucristo". El problema no son afinidades personales, ni que hagan falta reuniones para coordinar (cuando éstas se han hecho y coordinado), sino un auténtico sentido eclesial. El problema no es que algo salga mal por debilidad, o por despiste, sino porque falte el sentido eclesial que busca en todo el bien común, y, si es necesario, uno se aparta para no ser protagonista sino que brille Cristo en su Iglesia, ésta con sus carismas, ministerios, dones, movimientos, Congregaciones, espiritualidades, diferentes y diversas pero convergentes en la Unidad.
Como no quiero poner ejemplos concretos, en los que unos u otros se puedan dar por aludidos, traigo aquí un artículo de Alfa y Omega de la semana pasada (junio - 2011). Es revelador y muchos lo podríamos firmar y reafirmar. Son ejemplos muy domésticos, ilustrativos.
"Parroquias en las que los diferentes grupos rivalizan por tener más protagonismo; miembros de movimientos que menosprecian a los de otras realidades eclesiales; feligreses desconcertados por la aparición de nuevas comunidades en sus templos; religiosos que sustituyen el discernimiento vocacional por una especie de marketing de su congregación; grupos de fe que se cierran en sí mismos, sin conexión con la diócesis... Los roces en el seno de la Iglesia no son algo infrecuente, y la causa es siempre la misma: no apreciar la diversidad de carismas como una riqueza, como un don. Gracias a Dios, el Espíritu también se ocupa de sanar estas heridas y sobreabundan los ejemplos de comunidades cada vez más ricas en carismas, más unidas y más evangelizadoras
Un grupo de jóvenes rezan en la catedral de Santa María, en Sydney, durante la JMJ de 2008 |
Nadie se sorprende de que la convivencia en el seno de una familia se resienta, en el día a día, por los roces entre sus miembros. Sin embargo, si esa situación no se reconduce pronto, las tensiones pueden derivar en dolorosas rupturas. La imagen bien puede aplicarse al interior de la Iglesia, donde, en no pocas ocasiones, se dan disputas entre sus miembros, a la hora de vivir la fe. De hecho, la proliferación de diferentes grupos, movimientos y familias religiosas dentro de una misma comunidad, que en principio sería motivo de alegría, puede derivar en choques que ensombrecen la acción evangelizadora y causan un gran daño.
Tiranteces y recelos
«La mayor parte de los disgustos de los fieles de mi parroquia proceden de las tiranteces entre grupos», cuenta un sacerdote de una parroquia de Madrid, en la que conviven diversas realidades: «Que si el grupo de matrimonios se queja porque el de catequistas tiene más tiempo de reunión con el sacerdote y se preocupa más por ellos, que si las buenas mujeres que nos ayudan a limpiar discuten por quién se lleva las albas para lavarlas, que si la oración de la Renovación Carismática en el templo es demasiado llamativa... El caso es perder un tiempo que se podría utilizar en evangelizar hacia fuera, quejándose para dentro y defendiendo que el lugar en el que ellos se encuentran es el mejor. Es una comparación constante». Tan es así que el sacerdote, mirando por la buena convivencia de los fieles y para evitar recelos, prefiere no dar el nombre de la parroquia.
Su caso no es único. El desembarco de nuevas realidades en el seno de comunidades más antiguas provoca situaciones como ésta, que relata un joven de Castilla y León: «Yo me inicié en la fe en la comunidad de una Orden religiosa, y cuando estaba estudiando la carrera, me pidieron que, junto con otros amigos de mi edad, me encargase de los grupos de adolescentes. Hasta ese momento, ninguno de nosotros había salido de nuestros pequeños grupos, pero, después de la visita de Juan Pablo II a Cuatro Vientos, conocimos un movimiento eclesial en el que a empezamos a descubrir la verdadera pertenencia a la Iglesia universal, su riqueza. Al poco tiempo, los responsables de la Congregación tuvieron miedo de que fuésemos a hacer proselitismo, o algo así, y nos quitaron nuestra responsabilidad, con muy malas formas. Y todo, porque empezamos a vivir la fe también en ese movimiento y a proponer actividades con la diócesis, en lugar de encerrarnos en nosotros mismos».
Igual de dolorosa es la situación inversa, como la que vivió un párroco andaluz, que vio con tristeza «cómo los nuevos catequistas, unos chicos jóvenes que se habían ofrecido a llevar los grupos de confirmación, empezaban a derivar a los jóvenes hacia el movimiento en el que estaban, y estaban dejando la parroquia esquilmada para el siguiente curso».
Su caso no es único. El desembarco de nuevas realidades en el seno de comunidades más antiguas provoca situaciones como ésta, que relata un joven de Castilla y León: «Yo me inicié en la fe en la comunidad de una Orden religiosa, y cuando estaba estudiando la carrera, me pidieron que, junto con otros amigos de mi edad, me encargase de los grupos de adolescentes. Hasta ese momento, ninguno de nosotros había salido de nuestros pequeños grupos, pero, después de la visita de Juan Pablo II a Cuatro Vientos, conocimos un movimiento eclesial en el que a empezamos a descubrir la verdadera pertenencia a la Iglesia universal, su riqueza. Al poco tiempo, los responsables de la Congregación tuvieron miedo de que fuésemos a hacer proselitismo, o algo así, y nos quitaron nuestra responsabilidad, con muy malas formas. Y todo, porque empezamos a vivir la fe también en ese movimiento y a proponer actividades con la diócesis, en lugar de encerrarnos en nosotros mismos».
Igual de dolorosa es la situación inversa, como la que vivió un párroco andaluz, que vio con tristeza «cómo los nuevos catequistas, unos chicos jóvenes que se habían ofrecido a llevar los grupos de confirmación, empezaban a derivar a los jóvenes hacia el movimiento en el que estaban, y estaban dejando la parroquia esquilmada para el siguiente curso».
Un problema universal
Estas situaciones no son exclusivas de nuestro país. El documento de trabajo del próximo Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización -los Lineamenta- resalta que «el número de cristianos que, en las últimas décadas, se han empeñado de modo espontáneo y gratuito en el anuncio y la transmisión de la fe, ha sido verdaderamente notable, y ha dejado su huella en la vida de nuestras Iglesias locales, como un verdadero don del Espíritu». También explica que esta situación «ha permitido a la Iglesia estructurarse dentro de los diversos contextos sociales, mostrando la riqueza y la variedad de roles y ministerios que la componen y animan su vida cotidiana». Sin embargo, reconoce que, «junto a los dones y aspectos positivos, hay que considerar los desafíos que la novedad de las situaciones pone a varias Iglesias locales: la escasez de la presencia numérica de los presbíteros hace que el resultado de su acción sea menos incisivo de cuanto se desearía. El estado de cansancio y de desgaste vivido en tantas familias debilita el papel de los padres. El nivel demasiado débil de la coparticipación hace evanescente el influjo de la comunidad cristiana...» En este contexto, acechan las tensiones entre los miembros de la Iglesia, o la tentación de replegarse sobre uno mismo. Es lo que el sacerdote don Julián de la Morena, responsable de Comunión y Liberación en Iberoamérica, definió en el pasado EncuentroMadrid como «la proliferación de grupos estufa», ésos en los que se está «tan calentito y a gusto, que, ¿para qué ir más allá?»
Una respuesta valiente
Sin embargo, «a estos desafíos, la Iglesia responde, no resignándose, no cerrándose en sí misma, sino promoviendo una obra de revitalización de su propio cuerpo, habiendo puesto en el centro la figura de Jesucristo, el encuentro con Él, que da el Espíritu Santo, y las energías para un anuncio y una proclamación del Evangelio a través de nuevos caminos», en palabras de los Lineamenta. Ya lo decía san Pablo: «Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común».
La abadesa de un monasterio de clausura, del norte de España, explica que, cuando se dan estas situaciones, hay que redoblar los esfuerzos por centrarse en Cristo: «El demonio es muy listo y su objetivo es atacar a la Iglesia unida, sembrar discordia y división; por eso, tenemos que estar atentos y fortalecer la unión, más que nunca. Divide y vencerás, ¿no? Pues él no nos puede vencer». Así, a la hora de trabajar, por ejemplo, en la pastoral vocacional, «la clave está en ayudar a encontrar la vocación personal de cada una de las personas que se acercan a nosotras, no en imponer que nuestra Orden es mejor que las demás, y que éste es el sitio en el que tienen que estar. Esta situación, que a veces se da, provoca una competición sin sentido, que fomenta la división en el seno de la Iglesia».
La abadesa de un monasterio de clausura, del norte de España, explica que, cuando se dan estas situaciones, hay que redoblar los esfuerzos por centrarse en Cristo: «El demonio es muy listo y su objetivo es atacar a la Iglesia unida, sembrar discordia y división; por eso, tenemos que estar atentos y fortalecer la unión, más que nunca. Divide y vencerás, ¿no? Pues él no nos puede vencer». Así, a la hora de trabajar, por ejemplo, en la pastoral vocacional, «la clave está en ayudar a encontrar la vocación personal de cada una de las personas que se acercan a nosotras, no en imponer que nuestra Orden es mejor que las demás, y que éste es el sitio en el que tienen que estar. Esta situación, que a veces se da, provoca una competición sin sentido, que fomenta la división en el seno de la Iglesia».
Mío no es sinónimo de mejor
Su razonamiento puede aplicarse a cualquier grupo: «Es normal recomendar un lugar u otro, dependiendo de lo que a ti te haya mostrado la vida y la alegría, y te haya señalado el camino a Dios. Si yo he encontrado la fe en el Camino Neocatecumenal, o en el Opus Dei, o en Cursillos de Cristiandad, o en los jesuitas, o en las clarisas, lo lógico es que, al dar mi testimonio, lo resalte; pero eso no significa que sea el mejor lugar, por encima de los demás».
Un ejemplo de que la Iglesia es casa de todos por ser la casa de Dios, es la parroquia de Santa María, en la localidad madrileña de Majadahonda, donde encuentran cobijo un amplio número de grupos y movimientos. Para evitar que nadie se arrogue una centralidad que sólo pertenece a Jesucristo, y para que todos los fieles conozcan la riqueza de la Iglesia, la parroquia ha invitado a los grupos que en ella convergen a preparar, uno cada semana, la Misa dominical de 12:30 h., según el estilo propio de su carisma. Como todos están invitados a las celebraciones de los demás, la Eucaristía se convierte en una ocasión para darse a conocer y para sentirse integrado: todo en uno.
Un ejemplo de que la Iglesia es casa de todos por ser la casa de Dios, es la parroquia de Santa María, en la localidad madrileña de Majadahonda, donde encuentran cobijo un amplio número de grupos y movimientos. Para evitar que nadie se arrogue una centralidad que sólo pertenece a Jesucristo, y para que todos los fieles conozcan la riqueza de la Iglesia, la parroquia ha invitado a los grupos que en ella convergen a preparar, uno cada semana, la Misa dominical de 12:30 h., según el estilo propio de su carisma. Como todos están invitados a las celebraciones de los demás, la Eucaristía se convierte en una ocasión para darse a conocer y para sentirse integrado: todo en uno.
La unidad por delante
Monseñor Xavier Novell, obispo de Solsona, relata que, cuando la diócesis puso en marcha una Escuela de Formación de Laicos y otras iniciativas de la Delegación para la Nueva Evangelización, «hubo resistencias -sin que eso supusiera divisiones insalvables-, porque quien recibe el don del Espíritu para renovar su propia vida y la vida de una comunidad, descubre resistencias: en su misma persona y, por tanto, también en su comunidad». Sin embargo, explica que, «cuando se ha recibido una llamada de Dios, se trabaja incansablemente, con paciencia, buscando el discernimiento del sacerdote responsable de la comunidad y, si es el caso, del obispo, porque un signo de haber recibido una verdadera llamada del Espíritu es poner por delante la unidad antes que la realización inmediata de aquello a lo que me siento llamado». Ahora, constata que, «gracias a Dios, estas iniciativas han provocado el crecimiento de muchos fieles y la conversión de algunos, que están renovando la vida de las comunidades». Porque cuando el Espíritu sopla, merece la pena abrir el corazón y aparcar los recelos..., y las estufas.
Cristina Sánchez
José Antonio Méndez"
José Antonio Méndez"
"
Buenos días sacerdote del Señor.Hoy he ido a comprar el ABC precisamente por el semanario Alfa y Omega, estoy muy contento con su recomendación, la publicación tiene artículos de actualidad interesantes y los trata con suficiente profundidad como para cosechar algo y meditar a lo largo de la semana. Creo que en este asunto que trata hoy en su entrada como en tantos otros de la actividad humana nos encanta mirarnos el ombligo y así nos va.Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarMuy interesante, don Javier, el tema de hoy. Como muy bien apunta usted: "todos buscan su interés, no el de Jesucristo", nos fabricamos ídolos, apartándonos de la verdad.
ResponderEliminarEn el artículo de Alfa y Omega dice: Divisiones y disputas dentro de una misma comunidad se combaten con humildad y oración.
Y el Santo Padre, ayer, en su catequesis sobre la oración:
La adoración del ídolo, en lugar de abrir el corazón humano a la Alteridad, a una relación liberadora que permita salir del espacio estrecho del propio egoísmo para acceder a dimensiones de amor y de don mutuo, encierra a la persona en el círculo exclusivo y desesperante de la búsqueda de sí misma.
...
la actitud de oración de Elías. Él pide al pueblo que se acerque, implicándolo así en su acción y en su súplica. El objetivo del desafío dirigido por él a los profetas de Baal era el de volver a llevar a Dios al pueblo que se había extraviado siguiendo a los ídolos; por eso quiere que Israel se una a él, convirtiéndose en partícipe y protagonista de su oración y de cuanto está sucediendo...
El gesto litúrgico de Elías tiene una repercusión decisiva; el altar es el lugar sagrado que indica la presencia del Señor, pero esas piedras que lo componen representan al pueblo, que ahora, por mediación del profeta, está puesto simbólicamente ante Dios...
El pueblo por el que reza Elías es puesto ante su propia verdad, y el profeta pide que también la verdad del Señor se manifieste y que Él intervenga para convertir a Israel...
Así que humildad y oración para que el Señor nos conceda la conversión del corazón.
Con mi oración, feliz día a todos.
D. Javier, tras leer la catequesis de hoy creo que hemos sintonizado la temática en nuestros blogs.
ResponderEliminarEs evidente que Pentecostés está cerca y la vida intraeclesial necesita de esa unidad que tanto anhelamos. Unidad que no es la de nadie, sino la de todos unidos trabajando en la misma dirección.
El Espíritu da carismas, pero que no los encerremos ni hagamos propiedad de nadie. Los carismas son de todos y lo bonito es compartirlos en unidad.
Que Dios les bendiga :)
Todos buscamos nuestro propio interés olvidándonos del Señor; y lo hacemos porque estamos acostumbrados a eso, en lugar de acostumbrarnos a querer, desear y a amar a Jesús y vivir más en oración cada día. A eso le llamo yo mirarse el ombligo y ser muy poco generoso.
ResponderEliminarFeliz día a todos.
Oraré para que el Señor se apiade de mí.
Además de todo lo que han dicho mis hermanos; está
ResponderEliminartambién el protagonismo, el no buscar la gloria de
Dios si no nuestra gloria. Me parece muy importante, el pastor( el sacerdote)para orientar,
encauzar,(pastorear, como un padre amoroso)
¡Dios nos de sacerdotes santos!Tenemos que pedirlo
mucho al Señor.
Unidos en oración,Dios le bendiga
Lo mejor de un carisma es que es un regalo de Dios para los demas y te lo da para que lo compartas. Suerte que el Señor no para de llamar a nuestros jovenes a nuestras parroquias y ellos son más generosos a la hora de repartir. Los mas mayores nos contagiamos de esa ilusión y de esas ganas de compartir y ser uno.
ResponderEliminarAcertada entrada, en especial hoy en que la Iglesia celebra la Fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
ResponderEliminarEs un día en que de modo particular debemos meditar que los Sacerdotes -participando del sacerdocio de Cristo- son constituidos
"mediadores entre Dios y los hombres".
Recemos para que los laicos sepamos escuchar, buscar, trabajar junto a nuestro Sacerdote siendo instrumentos de unidad, que sepamos actuar con auténtico sentido eclesial como nos trasmite D. Javier.
El Concilio Vaticano II nos indica:
<>. (Conc. Vat. II loc. cit., 9).
Unidos en la oración, buen día a mis hermanos en la fe.
Catequista
A los de preescolar en medios informáticos nos pasan estas cosas, hoy parece que soy "anónima" y además no se lee lo que escribí:
ResponderEliminar"Ámenlos con filial cariño, como a sus pastores y padres; particpando de sus solicitudes, ayuden en lo posible, por la oración y de obra, a sus presbíteros, a fin de que éstos puedan superar mejor sus dificultades y cumplir más fructuosamente sus deberes".
Catequista
Asunto peliagudo el de hoy, todos hemos podido ver las situaciones descritas ,los tabiques y barreras donde solo cuenta lo propio, las camarillas cerradas de gente que lleva toda la vida y no tolera ninguna " novedad " etc. ´
ResponderEliminarLa solución: difícil . La única manera ningún movimiento y ninguna persona por encima de los demás, siempre centrados en Cristo y no ver al sacerdote como mero administrador de sacramentos , sino como el que DIRIGE la comunión eclesial .Hay tantos caminos buenos para vivir la fé como personas y despreciar los caminos de los otros es anti católico , anti cristiano y hace mucho daño . Tenemos que examinarnos continuamente para no caer en esto.
Un abrazo a todos
Maria M.
Mañana espero responder con tranquilidad.
ResponderEliminarSaludos a todos. +
Bastante difícil para mi comentar al respecto sin sentirme herida. Me he sentido muy cuestionada es lo que puedo comentarles y solo el discernimiento es lo que puede ayudar.
ResponderEliminarMe parece conveniente que en las parroquias haya una catequesis en las virtudes, aprender a discernir los movimientos internos de las pasiones como los celos, la envidia, la soberbia y aprender a conocer sus contrarios, las virtudes. Si tuviéramos claro qué es lo que nos mueve a nivel interno, cuando actuamos, quizás podríamos evitar algunas disputas y roces.
ResponderEliminarSaludos a todos.
:O)
Don Javier, entiendo que tiene Ud. mucho trabajo, por mi parte no es necesario que me responda a los comentarios. Le libero :)
ResponderEliminarBuon giorno! Bon jour!
ResponderEliminarHe celebrado tempranito Misa votiva "De Spiritu Sancto" suplicando se derrame sobre la Iglesia (y claro, sobre esta comunidad virtual).
Vamos a los comentarios.
NIP:
Más que mirarnos el ombligo (¡qué cosa!) creo que es recrearnos en el espejo como la madrastra de Blancanieves: "Espejito, espejito, ¿quién es el más evangelizador? ¿Quién es el más apostólico?" -"Yo, Yo, Yo". El espejito nos miente y cada cual tan feliz. Y mientras el mundo y nuestra cultura sin evangelizar...
Desde Sevilla:
Conversión y humildad serían las claves para salir del propio interés, idolatrar lo propio (movimiento, comunidad, asociación) y buscar el rostro de Dios vivo en la Iglesia toda, entera.
A mí, aquí, lo que me toca es poner un espejo en el que nos veamos realmente e intentar formar las conciencias y el corazón. Creo que estas cosas hay que decirlas.
Miserere:
ResponderEliminarEs verdad, habíamos sintonizados los blogs. El suyo con la construcción de la torre...
Los carismas (movimientos o espiritualidades) son para el bien común edificando la Iglesia, porque, encerrándose en el carisma y potenciando sólo lo propio, el Cuerpo del Cristo total se desfigura y se convierte en un monstruo, con miembros muy desarrollados y otros atrofiados.
Capuchino:
ResponderEliminarLas grandes crisis son crisis de santos... Las grandes crisis son crisis de oración sincera, desnuda, ante Cristo movidos por el Espíritu. Sí, hay que orar, ¡cuánto hay que orar!, en Espíritu y Verdad.
Marián:
El sacerdote, por el sacramento del Orden, se constituye en ministro de la Comunión eclesial. Al margen incluso de su santidad personal, el sacerdote es el que es para que la Iglesia tenga su centro en la Comunión y no tire cada cual por su lado, generando rivalidades, envidias, vanagloria. ¡Pero no se nos suele escuchar mucho! Es más: se espera que el sacerdote tenga tal o cual pegatina diciendo a qué movimiento o asociación pertenece, y entonces su palabra cobra valor para ese pequeño sector. Si otro, sin esa pegatina, dice lo mismo, no se le escucha ni se le reconoce autoridad moral alguna.
Mento:
ResponderEliminarescribe Vd. con optimismo, pero creo que con cierta dosis de ingenuidad. La realidad es más cruda y difícil. Lo que es innegable es que cualquier carisma en la Iglesia es para el bien de la totalidad, y no para formar un baluarte o torre de "perfectos", "comprometidos", "evangelizadores", mirando con desprecio a quien está tras esas murallas.
Catequista:
Buena cita la que nos trae por delante.
No sé yo si el laicado normal de nuestras parroquias está en esa onda o no. A veces se procura acaparar al sacerdote, otras presumir de amistad; la inmensa mayoría de las veces se acerca uno para pedir un "servicio" a tal hora y tal día y como a mí me gustaría.
A lo mejor hay que forjar un laicado más consciente de su vocación, mostrándole su campo de trabajo y animando su sentir eclesial.
María M.:
ResponderEliminarPerfectamente dicho. Amén, Amén, Amén.
María Auxiliadora:
No me gustaría que se quedase con mal sabor de boca. Simplemente, que aproveche el tema para formarse más a fondo en este punto, con mucha paz.
Felicitas:
No sé si sería muy efectivo lo que Vd. propone. Durante un curso, cada 15 días, con el Santísimo expuesto, fui desgranando en la parroquia en la que estaba las virtudes teologales, cardinales y morales. Puede que alguna vez las cuelgue en el blog. Pero no creo que tuvieran una gran repercusión en la formación eclesial.
¿Será cuestión de insistir, de volver a predicar sobre temas tan fundamentales y sin embargo tan silenciados en la predicación y la catequesis? ¡Tal vez!
Gracias por "liberarme" de contestar los comentarios. Pero como Vd. sabe (ahí está su blog "Serviam"), lso comentarios son tan importantes como el post, y contestar los comentarios es deber de cortesía, modo de afinar y la manera de entablar contacto entre todos.
Gracias por su comprensión, pero debe responder los comentarios tarde o temprano por respeto a vosotros.
A todos, buona giornatan nel Signore!!