lunes, 13 de junio de 2011

Comulgar también con la Palabra (AMPLIADO)

En la sagrada liturgia, Dios nos nutre también con su Palabra, que se torna viva y vivificante por la acción del Espíritu Santo para suscitar en cada uno de nosotros el asentimiento de la fe y la obediencia del corazón:
"el Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente" (Dei Verbum, 8).

Por esta razón, la Iglesia constantemente alimenta a sus hijos con el Pan de la Palabra de Dios que nos conduce a la comunión con el Pan consagrado, el Cuerpo sacramental del Señor.
"La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia. Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Sagrada Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles" (Dei Verbum, 21).
Se pide pues que los hijos de la Iglesia comulguen con sumo respeto con la Palabra de Dios proclamada; la oigan con atención y devoción, la retengan con la meditación, obedezcan por la fe, moldeen su vida según la Palabra proclamada donde Dios se sigue comunicando, revelando, iluminando.


Es un lugar común la expresión patrística de comulgar con la Palabra de Dios poniendo atención en que no se pierda ninguna partícula de la Palabra de Dios como ponemos cuidado extremo en que no se pierda ninguna partícula del Cuerpo de Cristo:
"No bebemos la sangre de Cristo solamente bajo el símbolo sacramental (esto es, bajo la especie de vino), sinot ambién cuando recibimos sus palabras donde está la vida. En efecto, el Señor dice: "Las palabras que yo os he hablado son Espíritu y son vida" (Jn 6,63). Está herido, pues, si bebemos su sangre, es decir, si recibimos las palabras de su enseñanza" (Orígenes, In Num., 16,9).
Y san Jerónimo:
"Nosotros leemos las Sagradas Escrituras. Yo pienso que el evangelio es el Cuerpo de Cristo; yo pienso que las Sagradas Escrituras son su enseñanza. Y cuando él dice: "Quien no come mi carne y bebe mi sangre" (Jn 6,53), aunque estas palabras puedan entenderse como referidas también al misterio [eucarístico], sin embargo, el cuerpo de Cristo y su sangre es realmente la palabra de la Escritura, es la enseñanza de Dios. Cuando nos acercamos al Misterio -el fiel ya me entiende [disciplina del arcano; se refiere a la comunión]- nos llenamos de angustia si es que cae al suelo una partícula. Ahora bien, cuando escuchamos la palabra de Dios y la carne y sangre de Cristo se derraman en nuestros oídos si entonces estamos pensando en alguna otra cosa, ¡a qué peligro nos exponemos con ello!" (Com. al salmo 147).
También san Cesáreo de Arlés, relaciona la Palabra y la Eucaristía de manera muy gráfica:

"Os pregunto, hermanos o hermanas; decidme: ¿qué os parece más importante la palabra de Dios o el cuerpo de Cristo? Para que vuestra respuesta sea veraz, debéis decir que no es menos la palabra de Dios que el cuerpo de Cristo. Y por ello, la misma atención que observamos cuando recibimos el cuerpo de Cristo para que no caiga al suelo, debemos tener para que la palabra de Dios proclamada no caiga de nuestros corazones porque estamos pensando o hablando de otras cosas. Porque quien no ha escuchado atentamente la palabra de Dios no tendrá menos culpa que quien, por descuido, haya dejado caer al suelo el cuerpo del Señor" (Serm. 78,2).
Es ésta una analogía tradicional y riquísima, de consecuencias espirituales y también litúrgicas (el modo de leer, la importancia del ambón, la traducción siempre oficial, el clima orante, la predicación litúrgica):
 
"De este modo, la sacramentalidad de la Palabra se puede entender en analogía con la presencia real de Cristo bajo las especies del pan y del vino consagrados. Al acercarnos al altar y participar en el banquete eucarístico, realmente comulgamos el cuerpo y la sangre de Cristo. La proclamación de la Palabra de Dios en la celebración comporta reconocer que es Cristo mismo quien está presente y se dirige a nosotros para ser recibido. Sobre la actitud que se ha de tener con respecto a la Eucaristía y la Palabra de Dios, dice san Jerónimo: Nosotros leemos las Sagradas Escrituras. Yo pienso que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo; yo pienso que las Sagradas Escrituras son su enseñanza. Y cuando él dice: "Quien no come mi carne y bebe mi sangre" (Jn 6,53), aunque estas palabras puedan entenderse como referidas también al Misterio eucarístico, sin embargo, el cuerpo de Cristo y su sangre es realmente la palabra de la Escritura, es la enseñanza de Dios... 
 
Cuando acudimos al Misterio eucarístico, si cae una partícula, nos sentimos perdidos. Y cuando estamos escuchando la Palabra de Dios, y se nos vierte en el oído la Palabra de Dios y la carne y la sangre de Cristo, mientras que nosotros estamos pensando en otra cosa, ¿cuántos graves peligros corremos? Cristo, realmente presente en las especies del pan y del vino, está presente de modo análogo también en la Palabra proclamada en la liturgia. Por tanto, profundizar en el sentido de la sacramentalidad de la Palabra de Dios, puede favorecer una comprensión más unitaria del misterio de la revelación en obras y palabras íntimamente ligadas,200 favoreciendo la vida espiritual de los fieles y la acción pastoral de la Iglesia" (Benedicto XVI, Verbum domini, 56).
Y además, en esa línea se explica que se hable de una doble mesa, la de la Palabra y la del Sacramento:

"Ante todo, hay que considerar la unidad intrínseca del rito de la santa Misa. Se ha de evitar que, tanto en la catequesis como en el modo de la celebración, se dé lugar a una visión yuxtapuesta de las dos partes del rito... En efecto, la Palabra de Dios y la Eucaristía están intrínsecamente unidas. Escuchando la Palabra de Dios nace o se fortalece la fe (cf. Rm 10,17); en la Eucaristía, el Verbo hecho carne se nos da como alimento espiritual. Así pues, la Iglesia recibe y ofrece a los fieles el Pan de vida en las dos mesas de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo" (Id., Sacramentum caritatis, 44).
 Hemos de comulgar reverentemente con la Palabra de Dios proclamada que es mucho más que mera instrucción; es Dios mismo hablando a su Pueblo, a ti y a mí.


12 comentarios:

  1. Preciosos los textos de Pablo VI del post de ayer.
    Gracias A. Gracian por rezar por nuestro D. Javier y por todos nosotros, gracias a todos los que lo haceis !Ah , y por la Iglesia !... seguimos en ello.
    La sensación de un poco de pena poque finaliza la Pascua y Pentecostés, creo que se nos puede quitar hoy con este post .Que importante y necesario el ser conscientes de que cuando oimos la Palabra , nuestra disposición ha de ser la misma que cuando comulgamos.

    Un abrazo a todos

    Maria M.

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  2. Precioso texto D. Javier. Pondré especial cuidado en la palabra de Dios. Gracias.

    Feliz día para todos.

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  3. Maria M.:

    Sí, da cierta pena que se haya acabado la Pascua.

    Será que estoy de un sensible subido, pero me ha dado muchísima pena llegar esta mañana a mi parroquia, retirar las flores del candelabro del cirio pascual, limpiar el candelabro y retirarlo al baptisterio.

    Volvemos a la normalidad de lo cotidiano, a la liturgia sencilla del Tiempo ordinario, sin el Aleluya todos los días, sin el Canon romano, sin el Regina Coeli...

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  4. Buenos días don Javier. Me ha sorprendido lo de comulgar la Palabra de Dios por los oídos; Dios quiere entrar por todos los sentidos.Un abrazo.

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  5. NIP:

    Me ha sorprendido su interpretación.

    Yo le daba el valor de comulgar con la Palabra a ponerse en comunión con Cristo-Verbo, a hacer nuestra la Palabra, digerirla en una manducación espiritual.

    Pero sus palabras corresponden bastante a lo que Orígenes -y algún otro- hablaba de los "sentidos espirituales". ¡Genial!

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  6. Y ahora que me doy cuenta...

    María M.:

    Me conmueve profundamente, mucho, de manera impactante, que Vd. le dé las gracias a Alonso Gracián por rezar por "NUESTRO d. Javier".

    Sentirse arropado como sacerdote con esta comunidad es una bendición del Señor. Gracias, gracias.

    Así como gracias a Alonso Gracián por pedir expresamente por mí. ¡¡¡Me está haciendo mucha falta!!!

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  7. Hola :)

    Es bonito sentirse en comunión y que la unidad dé sus frutos en todas las dimensiones humanas y comunitarias. Seguimos en oración, unos por otros y especialmente por D. Javier :)

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  8. ¡Que maravilla! Dos tesoros nos ha dejado Dios;
    La Eucaristía y Su Palabra.Siempre lo he entendido
    así, gracias a D. Pedro Gallegos de la Diócesis
    de Granada, que en sus cursos de Biblia nos
    transmitió su amor a la Palabra de Dios.
    ¡Muchas gracias don Javier!
    En comunión de oraciones.

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  9. Una hermana más que le visita, Don Javier y también ora por Ud. y sus intenciones.
    Un saludo afectuoso a todos.
    :O)

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  10. Yo se tan poco...pero necesito tanto fortalecer mi fe y conocimientos...,doy gracias a Dios por encontrar este blog que seguire desde este momento. Gracias Martha.

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  11. A veces la lecturas se ven como un momento más de la Eucaristía y no somos capaces de darla la importancia que se merecen.

    El otro día en una reunión del Itinerario Diocesano de Renovación de mi parroquia lo comentabamos, la gente se quejaba por los niños que a veces no dejan escuchar, aunque luego siempre están las mujeres mayores que se dedican a hablar, el movil que suena, la mosca que pasa...y al final lo que menos molesta son los niños.

    Nuestro animador nos decia que si de verdad nos molestan las voces de unos niños es porque no estamos dandole la importancia requerida a la Palabra, porque tenemos que abstraernos de todo y escuchar lo que el Señor nos está diciendo, poner nuestro cinco sentidos.

    Bienvenida Martha¡

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  12. Dios les bendiga y aumente nuestra FE. Que Jesús y María sean nuestra luz y guía.

    Movimiento Eucarístico Juvenil (MEJ)

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