“Ese profundo estupor respecto al valor
y a la dignidad del hombre se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama
también cristianismo” (Juan Pablo II, RH 10). Sin embargo, y no se puede
olvidar, ya Pablo VI denunciaba con claridad que “la ruptura entre evangelio y
cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en
otras épocas” (Pablo VI, EN 20).
Lo cual significa, con claridad, “¡Mar adentro!”, que hay que buscar
iniciativas culturales y estéticas que elevan y muestran la Belleza que es Cristo –la
ya tan citada frase “sólo la belleza salvará al mundo”-.
La
base, el principio teológico, debe quedar bien sentado; luego vendrán las
aplicaciones prácticas. El sentir cristiano, desde antiguo, ha buscado
múltiples cauces para expresarse y vivir, de la forma más profunda posible, el
Misterio de Cristo. Celebrando la liturgia, la piedad popular, el arte, la
poesía, la pintura, la escultura, el teatro, la arquitectura, expresaban,
vivían y conducían al amor del Misterio
de Cristo. Ése es el verdadero humanismo cristiano, “pues nada de lo humano nos
es ajeno”.
Lo verdaderamente artístico y bello, eleva el hombre, le va
permitiendo entrar de rodillas en el Misterio que se nos ha dado en Cristo. Su
motor de inspiración es la fe, y es que la fe engendra cultura, un modo de
relacionarse y de vivir, de mirar el mundo, de quererse, de expresarse mediante
las diversas artes –arquitectura, pintura, música, teatro, etc.-.
La fe se hace
cultura –distinto a que la fe se la quiera reducir a un producto cultural-, la
fe engendra cultura, crea verdadera Belleza. Mediante este humanismo, mediante
este engendrar cultura estamos rectamente evangelizando, según marcaba Pablo VI
en la maravillosa Evangelii Nuntiandi:
“Posiblemente podríamos expresar todo esto diciendo: lo que importa es evangelizar –no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital en profundidad y hasta sus mismas raíces- la cultura y las culturas del hombre en el sentido rico y amplio que tienen sus términos en la Gaudium et spes, tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios. El evangelio, y por consiguiente, la evangelización no se identifican ciertamente con la cultura y son independientes con respecto a todas las culturas. Sin embargo, el Reino que anuncia el Evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del Reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas” (EN 19).
La
fe engendra cultura. A veces se puede pensar que esto es para las grandes
exposiciones y muestras culturales, para la Universidad, para
ámbitos mayores, pero esto es realizable perfectamente en cualquier ámbito,
también en las parroquias, incluso en pequeñas parroquias rurales. ¿De qué modo y por qué caminos?
a)
La verdad de la
liturgia. Las celebraciones litúrgicas son eminentemente creadoras de
Belleza, y como tales, imbuidas del sentido del Misterio. Cualquier católico
debe palpar en las celebraciones litúrgicas el Misterio de Dios, primero por el
mismo estilo celebrativo, luego por los cantos que no pueden ser cualquier cosa
simplemente pegadiza, sino los cantos que respeten el espíritu de la liturgia tal
como está en el Directorio litúrgico Canto y Música en la celebración. Es la belleza de la liturgia en el canto, en la expresividad de sus ritos, en su solemnidad, en el orden en que se desarrollan, en el silencio y devoción, en la participación de todos y, también, en los distintos ministerios (acólitos, lectores, salmistas).
b)
La verdad y
belleza del lugar celebrativo. Hay muchas veces diversidad de estilos
en nuestras iglesias en cuanto a la belleza del arte; mezclas de obras de gran
valor con otras imágenes de serie o de escayola; las flores de plástico en
templos hermosos –prohibidas por su falta de autenticidad y sentido estético-, los lugares litúrgicos que correspondan
a su verdad, tales como el ambón que debe ser fijo, en consonancia de materia y
forma con el altar, la sede que exprese la verdad
de Cristo que preside a su Iglesia y desde allí ejerce su oficio de Maestro; el
presbiterio debe revelar la belleza del lugar celebrativo. Pero también los
otros espacios o capillas laterales: limpias (sin ser cuartos trasteros),
lugares hermosos y limpios, sin mezcla de cosas extrañas, la iluminación
gradual que ayude a la oración personal y distinga las celebraciones feriales
de las dominicales y solemnidades, etc... La verdad del baptisterio siendo
capilla de entrada en la vida sacramental de la iglesia. ¡Y la verdad del
Sagrario!, siempre destacado. Esta belleza que conduce al alma a Dios siempre
ha de ser atendida para que el lugar sea digno de tan grandes misterios. La fe engendra cultura, o lo que es lo mismo, la
fe engendra la verdadera Belleza, porque, ¿hay algo más bello que la fe, más
bello que Cristo?
c) El arte. La Iglesia siempre ha cuidado el arte como expresión de fe, tributo al Señor y reflejo de la Belleza divina. Las obras de arte de una parroquia merecen ser cuidadas y destacadas, restauradas si lo necesitan, explicadas, iluminadas... incluso con algún tipo de explicación escrita o alguna exposición local. En el marco general del arte, englobemos desde el cine -un cineforum parroquial alguna vez- hasta el teatro, o la fotografía... o ¡tantas manifestaciones distintas del arte!
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