viernes, 24 de septiembre de 2021

La fe es luz



La profusión del Magisterio pontificio puede hacer que algunos documentos pasen desapercibidos, tienen que atender otros nuevos, o discursos más popularizados o más difundidos. Sería una pena que la encíclica Lumen fidei, del papa Francisco, aparecida a principios del verano de 2013, se relegase al olvido o a la ignorancia.



Esa encíclica completa la trilogía sobre fe, esperanza y caridad que Benedicto XVI ofreció a la Iglesia para centrarnos en el fundamento, mirando a lo esencial.

"Lumen fidei" es el título, es decir, "la luz de la fe".
 
Y es que la fe es lo mejor y lo más necesario que podemos recibir, porque modifica la vida, le da contenido, la transforma, la eleva. 

¿Vivir sin fe? ¡Es malvivir!, es desorientarse, es quedar sin respuestas a todas las preguntas auténticas y comprometedoras. ¿Vivir la fe como una emoción, un sentimiento sin más hacia una imagen, al margen de todos y de la Iglesia misma? ¡Es edificar sobre arena, pronto se derrumba todo!

Es por ello necesario adentrarse en ver la fe en sus dimensiones, en su incuestionable hondura y necesidad.

Una experiencia desconcertante es la oscuridad: no vemos, no sabemos cómo andar ni qué tocar, puede que nos tropecemos con cosas, nos provoca inseguridad. La luz, por el contrario, nos da seguridad, nos permite confiar, distinguir. Pensemos el efecto que causa la luz del amanecer en la noche en vela de un enfermo: le parecía inacabable la noche, pero el destello de luz de la mañana lo pacifica. Con estas experiencias tan humanas, podemos acercarnos al tema que nos ocupa y captar la gran aportación que nos ofrece.


La fe es luz, tiene un carácter luminoso. Cristo mismo proclama: “Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas” (Jn 12,46). Hay, pues, una luz superior, nueva: es la luz de la fe, y éste es “el gran don traído por Jesucristo” (Lumen fidei, 1).

A los cristianos “la fe les abría un vasto horizonte” (Lumen fidei, 1), una nueva orientación y sentido: creer les permitía ver todo mejor y de otra manera, más honda, más radical, más auténtica: veían mejor la vida, la muerte, el sentido de las cosas y de la realidad; veían mejor al otro y lo descubrían prójimo; sabían por qué y para qué vivir. Era un horizonte nuevo de sentido: ya no iban perdidos, ya no vivían por vivir, matando el tiempo o dejando simplemente que fueran pasando los días.

Todo el camino de la vida del hombre concreto, se ilumina: 

“Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso” (Lumen fidei, 1).


No hay comentarios:

Publicar un comentario