Hay un campo en el que se
puede mostrar claramente los principios de vida cristiana para ser testigos y evangelizadores con la propia conducta: el campo del
trabajo, de la propia profesión.
Se trabaja no sólo para ganar el propio
sustento, ¡que ya es importante y necesario!, sino también colaborando con Dios
en su obra creadora. ¿Ser cristiano, cristiano?
Uno se santifica en el ejercicio de su propia profesión, de su trabajo, realizado con espíritu de fe, mirada sobrenatural, a conciencia, con laboriosidad..., ¡con profesionalidad!
Trabajando así se da ya un testimonio de fe porque es la fe en Cristo la que conduce a vivir profesionalmente así, aunque reine la mediocridad en el ambiente o la dejadez.
A) Los cristianos han de ser verdaderos profesionales.
Esto es, fiel al Evangelio, y sabiendo que todo trabajo está al servicio de los
demás, el cristiano debe ser un verdadero profesional de calidad en su trabajo,
porque éste está al servicio de los demás y, como es un servicio, debe estar bien
hecho, no de cualquier forma, tratando bien a los demás, con educación y
amabilidad, con puntualidad, con respeto. El maestro, un buen maestro. El
abogado, un buen abogado. El fontanero, buen fontanero. El arquitecto, el
albañil, los funcionarios, el chófer de autobús, los que despachan en un
comercio... todos realizando bien su trabajo: ¡santificarse en el trabajo!,
pero respetando la justicia, la equidad...
B) El cristiano en
su trabajo debe ser honrado... ¡y bien difícil que resulta hoy! Porque la
honradez es desempeñar el trabajo con puntualidad, sin quitarse de en medio
sino rindiendo todas las horas de trabajo (sin "escaquearse" que se
dice hoy), sin abusar de los otros poniendo precios excesivos, estafando,
queriendo enriquecerse a costa del otro. Una honradez evidente que consiste en
no robar ni un céntimo, ni quitar nada aunque todos lo hiciesen, en contratar
con toda la legalidad vigente... pagando lo que es justo.
C) En el desempeño de la propia profesión, que se actúa
"movido por el amor a Dios y a los hermanos", es imprescindible la
constante preparación, la actualización, la formación permanente, renovándose
constantemente en la propia especialidad para mejor servir y atender a los
otros: el médico, el arquitecto, el profesor, el historiador, el psicólogo,
etc... y esta constante formación y preparación no es para escalar cotas de
popularidad y fama, ser respetado y cobrar más, sino que será el canal que hará
factible un mejor servicio y entrega al otro desde la propia profesión.
Jirones tan sólo del ámbito profesional, grandes rasgos
de un campo que abarca muchísimas horas de la vida de cualquier persona.
A todos les incumbe, porque ningún cristiano puede
trabajar apartando su fe, sino en íntima conexión. Se trabaja colaborando con
Dios Creador en el servicio a los hombres,
a los otros. Un cristiano, que confiesa su fe en el Señor, no puede considerar
su trabajo sólo como conseguir dinero, cuanto más mejor, enriquecerse.
Vienen
tiempos nuevos y diferentes, en el mundo, en la sociedad y en la cultura, en el
trabajo y en el ocio, en el pensamiento y en la forma de vivir. Los cristianos,
entonces, tendrán una misión, un papel y una tarea: Ser evangelizadores,
anunciar a Jesucristo y la vida nueva que brota de su Resurrección, en el
servicio al hombre, creando el Reino de Dios. ¿No es apasionante?
Inestable y cambiante, el mundo busca fidelidades y
respuestas, una luz y un camino. Si los cristianos son cristianos de verdad y a
fondo, el mundo podrá ser renovado por la gracia del Espíritu del Resucitado.
Esta opción de vida es lenta, nadie se va a convertir de
la noche a la mañana según actuemos nosotros, pero es una semilla que brota
lenta, y germina, y da fruto. Lo que no haga cada cristiano, no lo va a hacer
nadie por él. No se puede uno permitir el lujo de perder el tiempo y la ocasión
de evangelizar a los demás, convencido de que el Evangelio es vida y plenitud,
salvación y felicidad para los otros, el camino que engrandece al hombre
auténticamente y lo lleva a realizar su vocación de hombre. Esto es lo que
vemos en el Crucificado y en el Resucitado.
Recorrer este camino de vida supone
conversión interior de cada cristiano y una fidelidad martirial al Evangelio,
al Señor Jesucristo. Mártires, testigos. Si no fuera por los mártires, la Iglesia no habría
evangelizado tanto ni lo seguiría haciendo. Si Tertuliano afirmaba "la sangre
de los mártires, semilla de nuevos cristianos", la sangre de los mártires-testigos
en el trabajo y en la sociedad será hoy también, semilla de nuevos cristianos.
Así "los hombres verán vuestras buenas obras y darán gloria a vuestro
Padre que está en el cielo".
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