Demostrando que la liturgia sólo necesita ser explicada, y que no es por tanto ni complicada ni extraña, seguimos desgranando los mecanismos de la liturgia, las leyes internas que la sustentan y le dan forma.
Entonces nos daremos cuenta de que es bastante más fácil la liturgia de lo que nos podemos creer a primera vista.
2.
La liturgia, con el canto, subraya lo
propio de cada tiempo. La música y el canto litúrgico poseen una gran
capacidad evocativa, en sus textos y en la bondad y belleza de la forma
musical.
Los cantos propios señalan la idiosincrasia de cada tiempo y no se
requieren grandes y largas moniciones: el mismo canto educa y eleva el
espíritu. Así es suficiente el “Rorate Coeli” o su versión castellana (“Cielos,
lloved vuestra justicia”) para orar en Adviento deseando al Redentor; o que en
Navidad resuene dulcemente el “Adeste fideles” para adorar al Verbo hecho
carne; o que enPascua resuene un vibrante “Aleluya” antes del Evangelio o se
cante durante cincuenta días el “Regina Coeli, laetare, alleluia”, para dar una
tonalidad y colorido propios a cada tiempo.
De
este modo, cantar durante todo un ciclo litúrgico un mismo canto así, da unidad
e inculca los sentimientos propios de la liturgia en las almas.
3.
La liturgia posee suficientes elementos
pedagógicos. Si se subrayan, serán elocuentes, pero si se minimizan no hay
diferencia. En la Cuaresma
no hay flores, y la prohibición es absoluta: una iglesia despojada de todo,
austera, sin ningún signo de alegría, es elocuente. Pero esa misma iglesia
rebosará de flores en el presbiterio durante los cincuenta días de Pascua
(simplemente porque es Pascua y no sólo los domingos en que haya Primeras
comuniones y bodas). El contraste de flores entre Cuaresma y Pascua no necesita
explicaciones, simplemente se ve.
Entrar
en una iglesia, por ejemplo, en tiempo de Pascua es un signo claro de que algo
distinto se está viviendo. Si se le da el suficiente realce, el hermoso cirio
pascual encendido durante las celebraciones litúrgicas, exornado con flores,
colocado junto al ambón, ya está señalando algo distinto y nuevo: estamos en
Pascua. El cirio pascual reclama la atención brillando y no es necesario ni
colgar un cartel en el presbiterio diciendo que es Pascua ni situar una imagen
del Resucitado ni ningún otro símbolo inventado, porque ya es suficientemente
llamativo y novedoso que un gran cirio esté encendido y decorado con flores
durante los cincuenta días, y hasta la siguiente Pascua ese cirio está
reservado en otro lugar, sin ser muy visible (en el baptisterio).
En
Cuaresma no se canta el Gloria ni el Aleluya, sin embargo, en la Pascua la Iglesia los
entona feliz. Si simplemente se recitan para no alargar la Misa, no tendrán fuerza
alguna, pero si se cantan se advierte el contraste entre el mutismo cuaresmal y
la exuberancia pascual.
Si
en la Misa
cotidiana nunca hay cantos, la cincuentena pascual brilla si, por ejemplo, se
canta el Aleluya y el Sanctus diariamente. Es el modo elocuente de inculcar una
espiritualidad pascual sin necesidad de muchas moniciones o explicaciones, sino
viviendo la liturgia misma (el ars
celebrandi).
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