domingo, 26 de septiembre de 2021

Mecanismos de la liturgia (II)

Demostrando que la liturgia sólo necesita ser explicada, y que no es por tanto ni complicada ni extraña, seguimos desgranando los mecanismos de la liturgia, las leyes internas que la sustentan y le dan forma.

Entonces nos daremos cuenta de que es bastante más fácil la liturgia de lo que nos podemos creer a primera vista.





            2. La liturgia, con el canto, subraya lo propio de cada tiempo. La música y el canto litúrgico poseen una gran capacidad evocativa, en sus textos y en la bondad y belleza de la forma musical. 

Los cantos propios señalan la idiosincrasia de cada tiempo y no se requieren grandes y largas moniciones: el mismo canto educa y eleva el espíritu. Así es suficiente el “Rorate Coeli” o su versión castellana (“Cielos, lloved vuestra justicia”) para orar en Adviento deseando al Redentor; o que en Navidad resuene dulcemente el “Adeste fideles” para adorar al Verbo hecho carne; o que enPascua resuene un vibrante “Aleluya” antes del Evangelio o se cante durante cincuenta días el “Regina Coeli, laetare, alleluia”, para dar una tonalidad y colorido propios a cada tiempo.

            De este modo, cantar durante todo un ciclo litúrgico un mismo canto así, da unidad e inculca los sentimientos propios de la liturgia en las almas.




            3. La liturgia posee suficientes elementos pedagógicos. Si se subrayan, serán elocuentes, pero si se minimizan no hay diferencia. En la Cuaresma no hay flores, y la prohibición es absoluta: una iglesia despojada de todo, austera, sin ningún signo de alegría, es elocuente. Pero esa misma iglesia rebosará de flores en el presbiterio durante los cincuenta días de Pascua (simplemente porque es Pascua y no sólo los domingos en que haya Primeras comuniones y bodas). El contraste de flores entre Cuaresma y Pascua no necesita explicaciones, simplemente se ve.

            Entrar en una iglesia, por ejemplo, en tiempo de Pascua es un signo claro de que algo distinto se está viviendo. Si se le da el suficiente realce, el hermoso cirio pascual encendido durante las celebraciones litúrgicas, exornado con flores, colocado junto al ambón, ya está señalando algo distinto y nuevo: estamos en Pascua. El cirio pascual reclama la atención brillando y no es necesario ni colgar un cartel en el presbiterio diciendo que es Pascua ni situar una imagen del Resucitado ni ningún otro símbolo inventado, porque ya es suficientemente llamativo y novedoso que un gran cirio esté encendido y decorado con flores durante los cincuenta días, y hasta la siguiente Pascua ese cirio está reservado en otro lugar, sin ser muy visible (en el baptisterio).

            En Cuaresma no se canta el Gloria ni el Aleluya, sin embargo, en la Pascua la Iglesia los entona feliz. Si simplemente se recitan para no alargar la Misa, no tendrán fuerza alguna, pero si se cantan se advierte el contraste entre el mutismo cuaresmal y la exuberancia pascual.

            Si en la Misa cotidiana nunca hay cantos, la cincuentena pascual brilla si, por ejemplo, se canta el Aleluya y el Sanctus diariamente. Es el modo elocuente de inculcar una espiritualidad pascual sin necesidad de muchas moniciones o explicaciones, sino viviendo la liturgia misma (el ars celebrandi).



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