Llamados a ser luz, sal del
mundo y signo de Dios como una ciudad puesta en lo alto del monte, los
cristianos han de buscar constantemente cómo ser fiel al Evangelio y responder
a las llamadas del Espíritu en el seguimiento de Cristo.
La Iglesia está embarcada en
una impresionante tarea, la nueva evangelización, de todos conocida, también
aquí, en Occidente, en Europa, en España, entre nosotros.
Pues bien, uno de los caminos, arduos y
lentos, pero eficaces a largo plazo, es el hecho de que los cristianos sean
cristianos para que puedan evangelizar con sencillez y constancia. Cristianos,
cristianos. No es una verdad lógica que se sabe y se comprende.
Los cristianos
han de ser cristianos de verdad, a fondo y con todas sus consecuencias, con una
fe que llegue a mover montañas, confiando totalmente en Dios, providente y
misericordioso, reunido en el nuevo Israel que es la Iglesia, de donde recibe
la fe, la vive y la celebra; por tanto, vinculado a la parroquia, que es
pequeña célula de la Iglesia,
“la Iglesia
entre las casas de sus hijos e hijas” (Juan Pablo II).
Para una nueva evangelización hoy, los cristianos no
pueden seleccionar del Evangelio y de la
Iglesia sólo aquello que les guste, que les sea cómodo o
fácil, relegando al olvido e ignorando en la propia existencia los aspectos del
Evangelio y la vida eclesial que le resulten más difíciles.
Se es cristiano con
todas las consecuencias, aceptando el Evangelio en su plenitud y totalidad,
apartando de nuestra inteligencia la mentalidad mundana que se infiltra
constantemente. "Sed lo que sois", decía S. Agustín constantemente a
los neófitos. Sí, hay que ser lo que se es, y la fidelidad a la propia vocación
bautismal requiere ser cristiano convencido de su dignidad bautismal y de su
vocación.
Cristianos enteros, que confiesan la fe en Jesucristo, y
ajustan la propia vida según la ley del Evangelio; cristianos, cristianos. Sólo
el cristiano que viva como tal y que confiese su fe -con las obras y con la palabra-
en Jesucristo podrá ser evangelizador.
La Palabra de Dios, dirán los Padres de la Iglesia, es un espejo en
el que nos debemos mirar. Para ser evangelizadores, los cristianos deberán
mirarse en este espejo y "arreglarse" mientras se miran en él, como todas
las mañanas nos arreglamos, nos peinamos, mirándonos en un espejo; ajustar la
propia vida mirando las Escrituras, y confrontando la Palabra de Dios con la
existencia personal. ¿Qué habrá que quitar, qué poner, qué sembrar? Esta
Palabra de Dios será la que ilumine las propias tinieblas y oscuridades, los
montes de nuestros orgullos y los valles de nuestros desánimos y cobardías. El
crisol de la Palabra,
la criba, el horno de fuego que forja el hierro, es el gran examen de la vida
cristiana. Ser cristiano, cristiano.
El mundo necesita testigos y profetas que le traigan
esperanza y salvación. El cristiano es transmisor de esperanza porque su vida
está llevada por la fe, la esperanza y la caridad (virtudes teologales), y su
vida debe interpelar a los demás.
Los hombres, al ver cómo vive un cristiano,
cómo se comporta, cómo trata a los demás, deberán preguntarse "¿Por qué lo
hace?" y, quizás, lleguen a descubrir al Dios del Evangelio a través de la
vida del cristiano.
Éste sólo puede ser, para ser cristiano, un Evangelio vivo,
una Palabra viva pronunciada en el quehacer cotidiano, donde los hombres
escuchen a través de las buenas obras, la salvación que Dios ofrece al hombre.
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