4. La oración de los fieles,
aunque parezca una obviedad, es la oración de todos los fieles presentes: “Te
rogamos, óyenos”, “Señor, escucha y ten piedad”… Cuando todos oran juntos así,
entonces se está realizando la oración de los fieles.
Pero
ha ocurrido un desplazamiento insano: parece y se ha asumido que la oración de
los fieles es la petición que se lee; que oración de los fieles es que algunos
fieles pueden -¡como un derecho!- leer una petición para intervenir
(“participar”, lo llaman confundiendo qué es participar y qué es intervenir).
Es camino equivocado.
Se
ha desplazado lo importante hacia algo muy secundario; de importar la oración
en común de todos a una indicación-monición que orienta, a dar todo el peso o
importancia a que sean muchos (o varios) lectores los que lean la
correspondiente petición. “De los fieles” no es sinónimo de que varios fieles
tengan que leer las peticiones, sino de que todos los fieles oren juntos. ¿Se
ve con claridad cómo ha cambiado en la práctica realmente el enfoque?
En
las liturgias orientales, siempre y exclusivamente es un diácono, y solo un
diácono, quien enumera las intenciones, normalmente breves, para que el pueblo
santo ore y encomiende; también así, con un diácono, lo señala el rito
hispano-mozárabe en sus dípticos.
¿Nuestro
Misal romano qué dice? “Las pronuncia el diácono o un cantor o un lector o un
fiel laico desde el ambón o desde otro lugar conveniente” (IGMR 71). ¡Uno!, uno
solo lee toda la serie de intenciones –no un lector por petición- para que
todos los fieles oren intercediendo. Si hay diácono, a él corresponde desde
siempre este oficio; si no, un lector. Es necesario reajustar esto, para que se
eviten los desfiles de personas subiendo y bajando para leer una petición y se
insista más en lo verdaderamente importante: la respuesta orante de los fieles.
5.
A la propuesta de oración que hace el diácono o un lector (“Pidamos por…”),
todos los fieles, a una sola voz, oran suplicando a Dios. Ésta sí es la
verdadera oración universal u oración de los fieles.
Dice
el Misal romano: “el pueblo, de pie, expresa su súplica, sea con una invocación
común después de cada intención, sea orando en silencio” (IGMR 71).
Los
fieles todos oran respondiendo a la intención de oración que se les ha
propuesto; y esta respuesta es la auténtica y genuina oración de los fieles:
-Te
rogamos, óyenos.
-Señor,
escucha y ten piedad.
-Señor,
ten piedad.
-Kyrie
eleison.
-Escúchanos,
Señor…
Esta
oración, en los domingos y principales fiestas, muy bien podría ser cantada y
así solemnizar la oración de los fieles. Varias melodías para estas respuestas
las tenemos en el Cantoral Litúrgico Nacional de España y en las ediciones de
libros de Oración de los fieles. El hecho de cantarlas sirve para reforzar la
oración de todos y destacar que esto es lo verdaderamente importante, más que
el hecho mismo de leer una petición. La Ordenación del Leccionario de la Misa sugiere que se cante
(cf. OLM 31).
6.
En casi todas las liturgias orientales y occidentales, el formulario o las
preces que se elevan a Dios son un formulario fijo, invariable, recitado por el
diácono. No hay lugar para la variedad ni la improvisación. Son largos, en
forma de letanías.
Al
restaurarse la oración de los fieles en nuestro rito romano, no se han buscado
unas fórmulas fijas, sino que se ha dejado cierta libertad para componer las
peticiones mientras incluyan súplicas por la Iglesia, el gobierno de las naciones, los que
sufren y la propia comunidad local.
Como
son una ayuda, una indicación, una orientación para que todos los fieles oren,
han de ser breves, concisas, y no moniciones amplias o crónica de sucesos:
“sean sobrias, formuladas con sabia libertad, en pocas palabras, y han de
reflejar la oración de toda la comunidad” (IGMR 71).
Al
redactarlas hay que tener claro que se dirigen como exhortación a los fieles
para que oren: “Por la Iglesia…”,
“oremos por…”, al igual que las demás moniciones de la Misa: “orad, hermanos…”,
“inclinaos para recibir la bendición”, etc. Son indicaciones dirigidas a todos
los fieles. En modo alguno son oraciones dirigidas por un lector a Dios: “Te
pedimos, Señor, que…”, “Señor, queremos rezar por…”, porque esa es la manera
propia del sacerdote orando in persona Christi, no de un diácono o de un lector
que propone a todos una intención para orar. Las moniciones y peticiones se
dirigen a los fieles, nunca se dirigen a Dios. ¡Es algo básico, fundamental!,
que viene de toda la
Tradición litúrgica de la Iglesia.
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