Hay que frenar, siempre y en todo momento, la ira.
Se puede sentir el movimiento interno de la ira, el enfado que va a estallar, pero se puede domar, como a un potro salvaje, para mantener el semblante tranquilo y la palabra amable.
Los ejemplos de las Escrituras y las exhortaciones paulinas piden ese dominio de uno mismo para no ceder ante ningún movimiento interior de ira, por más que pensemos que hasta podría estar justificada.
n.
5. Que cada una de estas consideraciones penetre en tu mente y calme tu
exasperación. En verdad, tales preparaciones y disposiciones conducen los
razonamientos a la estabilidad y a la tranquilidad, como si suprimieran los
sobresaltos y pulsaciones del corazón. Esto era seguramente lo que expresaba
David: Estoy preparado y no estoy
perturbado.
Así
pues, conviene calmar ese frenético y terrible movimiento del alma con el
recuerdo de ejemplos de varones justos. ¡Con cuánta indulgencia el gran David
soportó la impertinencia de Semei! Ciertamente, no dio ocasión a que la ira lo
exaltase, sino que volviendo su mente a Dios, dijo: El Señor dijo a Semei: Maldice a David. Por eso oyéndose llamar
sanguinario e inicuo, no se irritó contra aquél, sino que se humilló a sí mismo
como si se le adjudicara el insulto con justicia.
Aparta
de ti estas dos cosas: ni te juzgues digno de grandes méritos, ni consideres a
ningún hombre muy inferior a ti en dignidad. Así la cólera nunca se levantará
contra nosotros por las ofensas inferidas. Sería terrible que el que ha sido
beneficiado y está en deuda por enormes favores, además de ser ingrato fuera el
primero en ofender e insultar. Terrible, ciertamente, pero el mal es mayor para
quien lo hace que para quien lo sufre. Que él se encolerice, pero tú no te
enfades. Sean para ti sus palabras ejercicio de filosofía. Si no has sido
herido, estás inmune. Y si padeces algo en tu ánimo, contén dentro de ti la
ofensa. Así proclama [David]: Dentro de
mí se perturbó mi corazón; es decir, no salió afuera la pasión, sino que
fue ahogada como una ola que se rompe en la orilla.
Aquieta
el corazón que ladra y se enfurece. Teman las pasiones que tu razón se
manifieste, como el alboroto entre niños teme la presencia de un varón
respetable. ¿Cómo evitaremos el daño que deriva del enfado? Convenciendo a la
cólera de que no se anticipe a los razonamientos; pero, ante todo, cuidando que
nunca se adelante a la reflexión, la tendremos como a un caballo sujeto a
nosotros y que obedece a la razón como a un freno; adondequiera que se le guíe,
nunca saldrá de su propio sitio, conducida por la razón.
Además,
el coraje de nuestra alma es útil para muchas obras de virtud, cuando se alía
con la razón contra el pecado; como un soldado que, deponiendo sus armas ante
el general, ofrece prontamente su ayuda donde se le ordena. En realidad, la
cólera es el nervio del alma, que le infunde energía para emprender buenas
obras. Si alguna vez la percibe debilitada por el placer, como si la fortaleciera
con el temple del acero, la convierte, de demasiado muelle y blanda, en austera
y varonil. En efecto, si no te irritaras contra el maligno, no te sería posible
odiarlo cuanto merece.
Yo
pienso que es necesario tener el mismo celo por el amor a la virtud que por el
odio al pecado. Para lo cual es útil precisamente la cólera, siempre que la
cólera siga a la razón, como el perro al pastor, manteniéndose dócil y mansa
hacia quienes sirve, y atenta a la voz de la razón, enfureciéndose ante la voz
y la presencia extraña, aunque parezca que se trata con mimos, y, si la llama
el amo o el amigo, sometiéndose. Ésta es la mejor y más apta colaboración de la
cólera con la parte racional del alma, pues el que así obre será
irreconciliable con los traidores y no entrará en trato con ellos, sin admitir
nunca simpatía con lo que la dañe, sino ladrando siempre y despedazando al
placer traidor como se tratara de un lobo.
Tal
es la utilidad de la ira para los que saben manejarla. Porque también el resto
de las potencias son cada una un mal o un bien para el que las posee, según el
modo de usarlas. Por ejemplo, el que abusa de lo concupiscible del alma para
goce de la carne y de los placeres impuros es abominable y lascivo, mientras
que el que se dirige hacia el amor de Dios y el deseo de los bienes eternos es
digno de imitación y dichoso; a su vez, el que maneja bien lo racional es
sensato y prudente, mientras que el que aguza el ingenio para dañar al prójimo
es un bribón y un malhechor".
(S. Basilio, Contra los iracundos, n. 5).
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