miércoles, 3 de marzo de 2021

La ira (S. Basilio - II)

Uno de los siete pecados capitales, y suele ser habitual caer en él, es la ira, con explosiones de cólera. Es un pecado muy irracional, pues nubla la mente y se deja llevar por la pasión.

  
          2. "¿Quién podrá describir este mal? Los propensos a la cólera, encendida con cualquier excusa, gritan, provocan y atacan más abiertamente que cualquier animal venenoso; no desisten hasta que la ira ha estallado en ellos como una burbuja y hasta que la inflamación se ha disipado por este gran e implacable mal. Ni el filo de la espada, ni el fuego, ni cualquier otra cosa por terrible que sea, es capaz de contener un ánimo encendido por la ira; son igual que los poseídos por el demonio, de los que en nada difieren los iracundos, ni en el aspecto, ni en la disposición del ánimo.

           En efecto, a los que anhelan la venganza les hierve la sangre en derredor del corazón, como excitada e inflamada por la fuerza del fuego. Cuando sale al exterior, muestra al colérico en una forma distinta a la acostumbrada y conocida por todos, mudada como una máscara teatral. Se desconoce su mirada propia y habitual, y su expresión extraviada despide fuego; afila sus dientes como los jabalíes cuando embisten; su rostro se encuentra lívido y enrojecido; la masa de su cuerpo se hincha; sus venas estallan, se altera su espíritu por la tempestad interior; su voz es áspera y tensa, y sus palabras inconexas y proferidas al azar, pronunciadas sin lógica, sin orden, sin acierto. Cuando se encienden hasta el colmo de su exasperación, lo mismo que una llama con abundancia de combustible, entonces se ven espectáculos que ni con palabras se pueden contar, ni en realidad se pueden soportar.


            Levanta las manos contra el amigo, y golpea todas las partes de su cuerpo, le da despiadadamente 
puntapiés en las partes más delicadas y en su locura se convierte todo él en un arma. Y, si de parte del opositor se encuentra con el mismo mal que le hace frente, otra cólera y locura semejante, entonces atacándose el uno al otro, hacen y padecen mutuamente cuanto es lógico que padezcan los que se enfrentan con semejante espíritu. Los que han peleado portan como premios de la ira la mutilación de sus miembros y, muchas veces, incluso la muerte. Uno comienza llegando indebidamente a las manos, el otro se defiende, devuelve y no cede. Su cuerpo es lastimado por las heridas, pero la cólera lo hace insensible al dolor, pues no tienen tiempo de percibir el daño sufrido, ya que toda su mente está puesta en vengarse del ofensor".

(S. Basilio Magno, Contra los iracundos, n. 2).

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