Para no caer en la ira, hay que ser calmado y templado ante las injurias de los demás, pensando que solamente son palabras y, siendo indiferentes, no pueden dañarnos.
El dominio de uno mismo pasa por "pensar", utilizar el raciocinio, en vez de ceder ante la pasión y el impulso que salta y ciega.
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3. No curéis un mal con otro mal ni intentéis superaros unos a otros en hacer
daño. En los conflictos graves es más digno de compasión el que vence, porque
se lleva la mayor parte del pecado. No pagues, pues, un mal favor, ni te hagas
peor deudor de una mala deuda. ¿Te ha injuriado el iracundo? Resiste al mal en
silencio. Recibe en tu corazón la ira del otro como un torrente e imita los
vientos, que con su soplo rechazan lo que les es arrojado.
No
tengas a tu enemigo por maestro, ni emules aquello que odias. No seas como un
espejo del irascible, mostrando en ti mismo su imagen. Él se enciende, y tú ¿no
te has encendido? Sus ojos arrojan sangre, y los tuyos, dime, ¿miran
serenamente? Su voz es bronca, ¿la tuya es amable? Ni el eco en los desiertos
regresa tan perfectamente al que lo pronunció como los insultos se vuelven
contra el que injuria. Es más, el eco vuelve tal cual, pero el insulto retorna
aumentado.
Ciertamente,
¿qué cosas se responden mutuamente los iracundos? Uno dice: “¡Plebeyo e hijo de
plebeyos!”; y el otro responde: “¡Esclavo, hijo de esclavos!”. Uno: “¡Pobre!”;
otro: “¡Mendigo!”. Aquél: “¡Ignorante!”; éste: “¡Demente!”; hasta que los
insultos les faltan, como las flechas. Después, cuando han lanzado por su boca
todos los improperios, proceden entonces al castigo por medio de los hechos,
pues la cólera despierta riña, la riña genera injurias, las injurias golpes,
los golpes heridas, y muchas veces de las heridas viene la muerte.
Reprimamos
el mal desde su comienzo, expulsando por todos los medios la ira de nuestras
almas, pues así podremos exterminar, junto con este padecimiento, la mayoría de
los males como desde su raíz y principio. ¿Te insulta? Tú bendícelo. ¿Te
golpea? Tú aguanta. ¿Te desprecia y te ningunea? Tú ten en cuenta que estás
hecho de tierra y en tierra de nuevo te convertirás. El que tiene ante sí estos
pensamientos encontrará toda deshonra menor que la verdad.
Así
también harás imposible al enemigo la venganza, mostrándote invulnerable a los
insultos, y te procurarás una gran corona de paciencia, haciendo de la locura
del otro ocasión de tu propia filosofía. De manera que, si me haces caso,
incluso intensificarás sus insultos. ¿Te llama plebeyo, innoble, nada de nada? Tú
llámate a ti mismo tierra y polvo. No eres más noble que nuestro padre Abrahán,
que eso se llamaba a sí mismo. ¿Te llama ignorante, pobre y digno de nada? Tú
llámate a ti mismo gusano nacido del estiércol, para usar las palabras de
David. A esto añade también el buen proceder de Moisés. Él, injuriado por Aarón
y María, no los acusó ante Dios, sino que oraba por ellos. ¿De quiénes
prefieres ser discípulo, de los hombres que aman a Dios y son benditos o de
aquellos que están llenos del espíritu de iniquidad?
Cuando
se suscite en ti la tentación de insultar, piensa que tú mismo decides si
acercarte a Dios por medio de la paciencia o lanzarte contra el adversario por
medio de la ira. Da ocasión a tus reflexiones de elegir la mejor parte, pues o
aprovechas en algo al otro con el ejemplo de la amabilidad o te vengas más
cruelmente por medio de tu desdén. Porque ¿qué puede haber más acerbo para un
enemigo que ver a su propio enemigo superior a sus insultos?
No
rebajes tu ánimo, ni consientas estar al alcance de los que se irritan. Deja
que te ladre inútilmente, que estalle contra sí. Del mismo modo que, quien
golpea a uno que no siente, se daña a sí mismo (pues ni se venga del enemigo,
ni hace cesar su cólera), así el que reprocha al que ni se inmuta con los insultos
no puede hallar alivio para su padecimiento. Por el contrario, como dije, se
irrita mucho más. ¿Cómo denominar, pues, correctamente a cada uno de vosotros
dos en estas circunstancias? A él injurioso, a ti magnánimo; a él irascible y
áspero, a ti paciente y gentil; él se arrepentirá de lo que dijo, tú nunca te
arrepentirás de tu virtud".
(S. Basilio, Contra los iracundos, n. 3).
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