La ira no permite acceder al Reino de Dios, sólo la mansedumbre..
Nunca es justificación que el otro nos provoque o ver en el otro ira y cólera, y querer responder poniéndonos a su nivel, igualmente ciegos como él.
Realmente, nunca hay justificación que nos permita encendernos de ira.
n.
4. ¿Qué más hay que decir? Al iracundo su maledicencia le cierra el reino de
los cielos, pues los injuriosos no
heredarán el reino de Dios; a ti, en cambio, el silencio te prepara el
reino, pues el que persevere hasta el
final, ese se salvará; pero si te vengas y te enfrentas de igual manera
contra el injurioso ¿cómo te excusarás? ¿Qué él te provocó primero? Y eso ¿qué
perdón merece? En verdad, ni aunque el libertino impute la culpa a su
compañera, porque lo incitó al pecado, es por ello menos digno de condena.
No
hay coronas sin contrincantes, ni derrotas sin adversarios. Escucha a David,
que dice: Mientras estuvo ante mí el
impío, no me irrité ni me vengué, sino enmudecí,
me humillé y guardé silencio por las cosas buenas. En cambio, tú te
exasperas por la ofensa como por un mal, pero de nuevo le imitas como si fuera
un bien; pues mira, haces lo que repruebas.
¿Examinas
escrupulosamente el error ajeno y tienes en nada tu propia vergüenza? ¿La ira
es un mal? Pues evita imitarla. En realidad, no es suficiente disculpa que el
otro haya comenzado. Es más justo –pienso yo- distender el disgusto, porque
aquél no tuvo como ejemplo el autocontrol, pero tú, viendo al colérico
comportarse indecorosamente, no te guardaste de imitarlo, sino que te
disgustaste, te irritaste y te enfureciste; y tu pasión se vuelve disculpara
para el que comenzó. Con tus actos libras a aquél de culpa y te condenas a ti
mismo, pues si la cólera es un mal, ¿por qué no evitaste el daño? Y si merece
perdón, ¿por qué te irritas con el iracundo? De modo que, aunque tú no hayas
comenzado el altercado, en nada te aprovecha, pues tampoco en las competiciones
por una aureola es coronado el que comienza la lucha, sino el que vence.
Por
consiguiente, no sólo el que comenzó el mal es condenado, sino también el que
sigue hacia el error a un guía malvado. Si te llama pobre, y dice verdad,
acepta la verdad; y si miente, ¿qué te afecta lo que diga? No te envanezcas con
elogios que rebasan la verdad, ni te enfades con insultos que no te atañen.
Cómo es natural, ¿no ves que es natural que las flechas atraviesan lo sólido y
rígido, mientras que contra lo suave y blando disminuye su ímpetu? Piensa que
algo semejante pasa con la injuria. El que opone resistencia la recibe,
mientras que el que cede y consiente, disipa el mal inflingido contra él
gracias a la amabilidad de sus maneras.
Y
¿por qué te turba la denominación de pobre? Recuerda tu propia naturaleza:
“Desnudo llegaste al mundo y desnudo te marcharás”. ¿Quién hay más necesitado
que un hombre desnudo? Nada grave escuchaste, si no haces tuyo lo dicho. ¿Quién
fue metido en la cárcel por ser pobre? No es ignominioso el ser pobre, sino el
no llevar noblemente la pobreza.
Recuerda al Señor, que siendo rico, se
hizo pobre por nosotros. Si te llama necio e ignorante, acuérdate de
aquellas injurias de los judíos, con las que insultaron a la verdadera
Sabiduría: Eres samaritano y tienes un
demonio.
Si
te enfureces, entonces confirmas los ultrajes, pues ¿qué hay más irracional que
la ira? Pero si permaneces sin enfadarte, avergüenzas al iracundo, mostrando de
hecho tu prudencia. ¿Fuiste abofeteado? El Señor también lo fue. ¿Fuiste
escupido? También nuestro Señor, pues no
apartó su rostro de la deshonra de los salivazos. ¿Fuiste calumniado?
También el Juez. ¿Rasgaron tu túnica? También desnudaron a mi Señor y repartieron entre sí sus vestidos.
Todavía no has sido condenado, todavía no has sido crucificado; te falta mucho
para que llegues a imitarlo".
(S. Basilio, Contra los iracundos, n. 4)
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