“Ahora quedan estas tres, la fe, la esperanza y la
caridad, estas tres; la mayor de ellas es la caridad” (1Co
13,13). “Todo el que ama ha nacido de
Dios y conoce a Dios” (1Jn 4,7). “El
amor es el vínculo de la perfección” (Col 3,14).
“Todos
estos hombres de Iglesia [los santos], conocidos o anónimos que sean, con su
vida, su santidad, su trabajo de cada día y su dolor daban testimonio a esta
tierra de que Dios es amor, amor que abraza a cada uno y lo lleva por los
caminos del mundo hacia una nueva vida” (JUAN PABLO II, Homilía en el milenario de la archidiócesis
de Cracovia, 15-junio-1999).
“La
santidad es amor a Cristo y a los hermanos” (JUAN PABLO II, Discurso a los peregrinos de las
beatificaciones de 12 siervos de Dios, 11-mayo-1998).
“Toda
vocación humana no tiene realización plena sino en el amor: es verdad para la
familia, para las relaciones entre los ciudadanos, entre grupos sociales, entre
razas, entre pueblos. La vocación cristiana, que es una vocación a la santidad,
consiste esencialmente en la caridad: Amar al Señor nuestro Dios con todas
nuestras fuerzas, amar al prójimo como Cristo nos ha amado” (JUAN PABLO II, Homilía en Victoria, Islas Seychelles,
1-diciembre-1986).
La
santidad viene definida por el Concilio Vaticano II, en la Lumen gentium, como la
perfección en la caridad; es vivir, en el mayor grado posible, la caridad, que posee una doble dirección, la caridad teologal, el amor a Dios, la
entrega al amor de Cristo, y la dimensión horizontal, el amor a los otros como
a uno mismo.
El himno de la caridad, de la 1ª carta a los Corintios, es un programa de
santidad para desarrollar en nosotros esa perfección de la caridad
a la que estamos llamados todos los miembros de la Iglesia, cada uno en su
sitio, siendo cada uno un miembro distinto en el Cuerpo de la Iglesia.
El
amor, lejos de ser un sentimiento, es querer activamente el bien del otro, que
incluye a quien nos ha hecho daño. No son los efluvios sentimentales, que son
agua de borrajas. Es querer de verdad, incluso a costa de la negación de uno
mismo, el bien del otro.
¿Cómo
es ese amor? ¿Cómo es esa perfección de la caridad?
Es afable. Se hace querer,
es educada, no va a gritos avasallando, no se irrita, no lleva cuentas del mal,
no se alegra de la injusticia,
sino que el amor goza en la verdad. Espera sin límites, espera el crecimiento
del otro, el retorno del otro o incluso que el otro se dé cuenta del error
cometido o de la injusticia realizada. Aguanta sin límites; quien vive o aspira
esa caridad, aguanta sin límites la calumnia, la difamación, el que lo
pisoteen, la humillación, los que te querían mucho ayer y hoy no te quieren ni
ver. Aguanta sin límites. Lo disculpa todo, porque ama a Dios y vive de ese
amor y lo desarrolla en su vida.
El
amor no pasa nunca, en un doble sentido. El amor llega hasta el cielo, y la
santidad es perfección eterna de la caridad, y también el que ama, ama de
verdad y para siempre, y ama sin poner plazos, y ama, según la fórmula del
consentimiento matrimonial que se puede hacer extensivo a todo, en la salud y
en la enfermedad, en adversidad y en la prosperidad, todos los días de la vida.
No te puedo decir que te quiero si, a la primera de cambio, mañana no te
acepto, y te hago daño queriendo o hablo mal de ti; entonces es que no te he
amado de verdad nunca, porque el amor es eterno. Cambiarán los modos de
expresión porque la prudencia aconseja no acercarse a los enemigos, si sabes
que te van a hacer daño, pero se sigue amando buscando el bien del otro, porque
el amor es eterno, no cambia tan fácilmente.
El amor en la Iglesia es también eterno, porque su fuente es eterna.
El amor crea la comunión en la
Iglesia, porque el amor acepta, y ya no hay “los unos y los
otros”, con actitudes de dominación, sino un solo Corazón, el de Cristo, que da
unidad a la Iglesia.
No
olvidemos que el himno a la caridad es continuación del capítulo 12 sobre la diversidad de miembros en el Cuerpo de la Iglesia. El cuerpo que
tiene muchos miembros alcanza el carisma más excepcional en el amor que crea
unidad. Así la mayor santidad es el mayor amor.
El don de profecía, ¡se acaba!
¿El ser fulano de tal con el título de tal? ¡Se acaba en la tumba! ¿El ser
catequista? ¡También acaba! ¿Presidir una asociación? ¡Se acaba! ¿Ser
responsable de no sé qué? ¡Se acaba en la tumba! ¿Qué es lo que no pasa? La
caridad, camino de santidad; así podemos vivir. Lo otro es vaciedad, en frase
de Teresa de Jesús, agarrarse a palillos de romero seco, que con nada se
deshacen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario