Hace ya bastantes años, en 1997, publiqué en la revista "Pastoral Litúrgica" de la Comisión Episcopal de Liturgia, un artículo sobre "estética y litúrgica".
Puede ser de utilidad traerlo ahora y repensar en la belleza de la liturgia, plasmada luego en palabras, ritos, signos y acciones.
1. Elogio de la estética
Nada
más destructivo que preguntar: “¿para qué sirve?”, en vez de admirar la cosa en
sí misma, en su bondad y belleza intrínsecas. Es la pregunta de la sociedad
utilitarista. En el caótico mundo de la producción y la eficacia, ¿cabe aún lo
inútil? ¿Para qué sirven las rosas? Para nada… mas, ¿sería un mundo de personas
un mundo sin rosas? ¿Para qué sirven las plantas, el lirio y la margarita…, el
abrazo fraterno, el regalo navideño, la llamada telefónica….? Para nada…, sin
embargo, ¿sería habitable nuestro mundo sin una bocanada de natural gratuidad,
que nos invita a recrearnos olvidándonos de la agitada producción?
“Lo
bello vale tanto como lo útil”[1].
El
“hacer” no es el criterio del “valer”. Mirar las cosas con los ojos del
pragmatismo es igual que cerrar los ojos ante el multiforme espectáculo de la
belleza de la vida, de la creación, de la persona. Y el que cierra los ojos no
penetra sólo en su egoísta función: todo lo mide, lo cuantifica, lo pesa. ¿Cabe
por algún sitio lo gratuito?
“Lo
bello vale tanto como lo útil. Tal vez aún más”.
La
estética humaniza y eleva al hombre, le hace salir de sí mismo y entrar en la
belleza, permitiéndole el acceso a unas realidades superiores donde el espíritu
humano penetra con respeto y, a la vez, se enriquece. Aquí las ideas se
disparan y multiplican, y, al verse impotentes en su descripción, enmudecen,
dejando paso al asombro, a la admiración, al silencio contemplativo. Y también
aquí los sentimientos empiezan a surgir, sin orden ni concierto, en maravillosa
sinfonía, como tormenta torrencial que deja la tierra humedecida.
En
el mundo de la naturaleza todo es gratuito. Nada ha sido producido por el
hombre. Si ésta deja de tomar las cosas por su eficacia y productividad, y las
mira por lo que son, no por lo que valen, las maravillas de la naturaleza se
tornarán fuente de belleza y primer ejemplo de gratuidad: todo le ha sido dado
al hombre.
Arquitectura,
escultura, pintura, música… Las artes que engloban las humanidades y que son
plasmaciones traspasadas de belleza del artista. Pero la obra trasciende al
artista, y, al sobrepasarlo, permite un mundo de interpretaciones y significados
nuevos y enriquecedores. Jamás se agota una obra de arte, un cuadro, una
sinfonía, un retablo, un edificio…
Recuperemos
otra dimensión de la gratuidad y de la hermosura. Es el ámbito de las relaciones
interpersonales. El amor, por su esencia, es donación y entrega. No busca lo
suyo, no es envidioso. Espera todo y soporta todo. La donación y el regalo son
siempre desinteresados, se dan como signo y prolongación de uno mismo; es más,
el amor es darse uno mismo hasta la entrega sacrificial, hasta la muerte.
La
gratuidad de las relaciones es hermosura y belleza. Y comienza con la relación
consigo mismo, con la fluidez de la escucha interior, en la soledad sonora, en
la percepción de sí mismo como sujeto creativo y libre, capaz de pensar,
comunicarse, soñar, tener sentimientos siempre percibidos, conocidos y
disfrutados. Un coloquio interior personal y necesario, capaz de crear, desde
un yo consciente y libre, relaciones más plenas y auténticas.
La
gratuidad y la hermosura de la relación de amistad íntima, cordial y sincera,
en la aceptación, empatía y simpatía del otro; la gratuidad del matrimonio
verdadero, en ternura, fidelidad y respeto. No hay belleza superior a la de una
madre desvelada ante el llanto del hijo que rasga la noche; la del que da lo
que tiene y se da a sí mismo frente a aquél que está solo; el cuidado médico,
con un trato humanizador, con el que está hospitalizado; el que, solo en su
angustia, encuentra quien le escucha, le comprende y le acoge.
“Lo
bello vale tanto como lo útil. Tal vez más”. La estética no está lejos, ¡forma
parte de la cotidianeidad existencial de la persona! Hacen falta ojos para
captarla, espíritu delicado y sublime para gustarla, un alma entregada y
gratuita para engendrarla.
Con
este planteamiento estético, no será difícil entrar en el “juego de la
liturgia”, juego hermoso y gratuito, tal cual es la celebración litúrgica. El
camino de la belleza no se agota en la filosofía, la teología, el humanismo: se
vierte generosamente, abierta y accesible a todos, en la liturgia. Gustad y ved, porque esplendor y belleza son su obra.
La
belleza es una cualidad de la estética y se tiene que dar en la liturgia. Para
un cristiano la belleza, el buen gusto, acercan a Dios, puesto que la belleza y
la estética tienen su papel dentro de la liturgia que se debe comenzar a
valorar. Por eso, frente a esta necesidad humana de crear y degustar belleza,
no podemos contentarnos con cumplir sólo unas normas, sino buscar una estética;
ni hay que hacer las cosas por hacerlas sin más, sino teniendo buen gusto en lo
que hacemos, no separar la liturgia y su estilo de la ornamentación, la belleza
que, de por sí, la liturgia tiene y nos propone.
Sánchez Martínez, Javier, “Lo
bello y lo “inútil” de la liturgia”: Pastoral
litúrgica 236 (1997), 51-57.
Magnífica entrada, Pater.
ResponderEliminarAbrazos fraternos.