“Consolad, consolad a mi pueblo y hablad al corazón
de Jerusalén” (Is 40,1).
“Dios nos consuela en todas nuestras tribulaciones par poder nosotros consolar
a los que están en toda tribulación” (2Co 1,4).
“La
igualdad de los bautizados, que es una de las grandes afirmaciones del
cristianismo, existe en un cuerpo diferenciado en el que hombres y mujeres
tienen cometidos que no son puramente funcionales, sino que están profundamente
enraizados en la antropología y en la sacramentalidad cristianas. La distinción
de los papeles en ninguna forma favorece la superioridad de los unos sobre los
otros; el don mejor que todos, que puede y debe ser deseado, es la caridad (cf.
1Co 12-13). En el reino de Dios los más grandes no son los ministros, sino los
santos” (JUAN PABLO II, Discurso
a un grupo de obispos de EE.UU. en visita “ad limina”, 2-julio-1993).
“La forma de materializar esta llamada [a la
santidad] varía de acuerdo con las diversidades de las vocaciones particulares,
de las condiciones de vida y trabajo, de las capacidades e inclinaciones, de
las preferencias personales por este o aquel maestro de oración y de apostolado,
por este o aquel fundador de orden o de instituto religioso; como ha sucedido
en sucede en todos los grupos que componen la Iglesia orante, operante y
peregrina hacia el cielo” (JUAN PABLO II, Discurso a los
obispos de Uganda, Kampala, 7-febrero-1993).
Hay un rasgo precioso en el pasaje de la resurrección del hijo de la viudad de Naím. Se ve en él la actitud profunda del
Corazón de Jesús en su vida terrena en relación con los que sufren: “No
llores” le dice a la viuda de Naín.
¿Es que acaso es malo llorar? ¿Acaso es
pecado por llorar y conmoverse cuando una madre ha perdido un hijo o se ha
perdido a un ser querido? Hoy en la
Iglesia, pasando de un extremo a otro, hemos pasado a un
puritanismo donde parece que es pecado llorar cuando alguien que se ha muerto.
“Es que no tienes fe en la resurrección”. ¿Acaso llorar de dolor es negar la fe? Lo que pasa es que
duele que alguien a quien se ama de verdad se haya muerto. Lo cual es muy distinto.
Si
el Señor lloró por Lázaro, y si el Señor se conmueve, que es casi empezar a llorar
según los exégetas, ¿cómo vamos a negar nosotros nuestros sentimientos y
acortarlos, pensando que atentan contra la fe, cuando esos sentimientos son
nobles y legítimos y puros en sí mismos? Cuidado con el puritanismo, que no es
de Dios. “Es que no crees en la resurrección”. Lo que pasa es que desde aquí a
la resurrección no vamos a poder ver a alguien que se ha muerto.
“No llores”. El Señor, en ese “no llores”, no está riñendo por llorar
la muerte de alguien, está consolando. Está al lado del que sufre, dándole una
palabra de aliento. “No llores”, “no
llores porque a lo mejor me vas a hacer llorar a mí”, que también cabe pensar
eso del Corazón de Cristo. “No llores, espérate un momento que te devuelvo a tu
hijo, tranquila, ten paz”. Es un consuelo, no un ataque a las lágrimas.
Los santos no fustigan esas
lágrimas. Los santos están al lado, escuchan las lágrimas de los otros, las
experimentan como propias, y entonces pueden dar una palabra de aliento: “ten
paz, no llores”.
Todos los santos en su experiencia, han dado consuelo a los
otros, porque han hechos suyos los problemas, las miserias, las debilidades de
los demás. Eso es santo, eso es bueno. Ahí tenemos una primera pista de la
santidad: esa compasión, esa empatía, que lo tuyo lo hago mío y lo siento mío,
y entonces te hablo. No te hablo desde la superioridad (juzgando tu dolor, despreciando o minusvalorando tu herida), sino desde tu sufrimiento
que lo hago mío.
Podría calificarse de "humildad eclesial" otro rasgo de la santidad. Es una dimensión más de la virtud personal de la humildad: es la sencillez de vivir en la Iglesia, dentro de la Iglesia, tal vez en una parroquia, Movimiento, comunidad, asociación de fieles, etc., sin la soberbia de creerse los mejores o los únicos en la Iglesia.
Recordemos la doctrina de la primera carta a los Corintios. El cuerpo es uno pero
tiene muchos miembros, y hay una gran variedad. Unos son apóstoles, otros
doctores, otros evangelizadores, otros tienen el don de lenguas, otro el don de
curar. La santidad que enriquece la
Iglesia es una, porque su Cabeza es Cristo, pero se realiza
de muchos y muy distintos modos.
Hoy parece que, en una cerrazón mental, para
ser santo, católico, cristiano, nada más que hay un camino cristiano. El que no
esté en "mi asociación", o en "mi comunidad", o en "mi movimiento", no se santifica,
se pierde. Numerosos son los caminos de la santidad en la Iglesia, y ninguno es más
que otro; se cierran puertas, todo el mundo tiene que entrar por la misma, ¡en
vez de abrir todas las puertas de la santidad! A quien no entre por esa única
puerta que algunos piensan, se le juzga diciendo que “está fuera de la Iglesia”, que “no ha
descubierto a Cristo”, que “no tiene experiencia de salvación...”
¿Acaso son
todos profetas? ¿Acaso son todos pastores? ¿O todos evangelizadores? ¿O todos
poseen el don de curar o el de lenguas, o el de profecía? No. ¿Acaso el cuerpo
es solamente ojo, o solamente oreja?
Jamás los santos obraron así. Cuando fundaron algo o crearon algo, un Monasterio, una Congregación, un Instituto de vida consagrada, etc., nunca supusieron que eso fuera lo único bueno que existía en la Iglesia y despreciaron a los demás ya creados. Tuvieron la inmensa humildad de aportar pero sin creerse exclusivos. Valoraron y apreciaron todas las demás realidades de la Iglesia; respetaron otros caminos espirituales y nunca quisieron imponer el suyo a todos.
¡Que nadie nos engañe! Ni seglares ni
pastores. ¡Que nadie nos engañe! En el Reino de los cielos hay sitio para todos,
pero no hay una sola etiqueta para entrar. ¡Que nadie nos engañe!, quien nos
salva es Cristo, no ninguna Asociación, ni ningún camino particular salva, sino
Cristo.
Lo que más te lleve a Jesucristo, ahí quédate; pero no cerremos la
acción del Espíritu, pues muchas veces, en nombre del Espíritu, impedimos la
acción multiforme del Espíritu.
Así es la santidad, amplia, grande, rica,
variada.
Bueno, los que lloran acompañarlos los que festejan el Cielo lo mismo pero hay que fustigar los lloros desconsolados, seamos hombre de Fe. Jesús lloró pero no lo veo llorando de forma histérica o desesperada. Todo, hasta llorar, debemos hacerlo a la Luz de la Fe y Esperanza en la Resurrección. ¿algo tiene que ser distinto del lloro pagano,no? Tal vez no montar una fiesta gitana pero un lloro con la alegría de volvernos a ver sí. Un camino, Cristo.
ResponderEliminarAbrazos fraternos.