El gran objeto es buscar la voluntad de Dios, saber
elegir lo que le agrada al Señor y perseverar en su camino; aunque S. Agustín
no tiene sistematizada una doctrina en torno a esto, son muchos los retazos
sueltos en sus sermones que iluminan este proceso espiritual del cristiano.
Creed,
entended, temed, absteneos de toda obra mala; informaos en la palabra de Dios,
amad que os digan lo que quiere Dios y qué promete a los que cumplen su
voluntad. Y para que se realice lo que Él manda, roguemos a Dios y Dios ayudará
(Serm. 77 A, 4).
Brilla el
oro, pero más la fe. Elige qué has de tener en tu corazón. Procura estar lleno
dentro, donde Dios ve tu riqueza, aunque no el hombre (Serm. 36,8).
No existe
nadie que no ame. Pero se pregunta qué es lo que se ama. No nos invita a no
amar, sino a elegir lo que vamos a amar. Pero ¿qué elegimos a no ser que antes
seamos elegidos nosotros? De hecho, no amamos si antes no somos amados (Serm.
34,2).
Sábete que no
te conviene lo que no quieres que tengas quien te creó (Serm. 107A).
E
insistirá S. Agustín sobre la búsqueda de la voluntad de Dios, el proceso de
elección y discernimiento:
De alguna
manera te adhieres a la voluntad de Dios si te desagrada aquello que odia el
que te creó. Dios es tu hacedor; mírate a ti mismo y destruye en ti lo que no
salió de sus manos (Serm. 19,4).
No temas la
llegada de tu Dios; no temas su voluntad. No te causará estrecheces cuando
venga; al contrario, al llegar, te la dilatará (Serm. 23,7).
Si queremos
estar dispuestos a cumplir la voluntad de Dios, no amamos lo pasajero de esta
vida, no pensemos que es felicidad lo que así se denomina en este mundo (Serm.
32,18).
Donde se te
presenta manifiesta la voluntad de Dios, es decir, donde está clara, ámala.
Ámala cuando te amonesta claramente. Pero es igual cuando se te manifiesta
claramente que cuando se presenta de forma oscura (Serm. 45,3).
Hasta que lo
averigües, sométete a la voluntad del Señor tu Dios haciéndote su amigo, puesto
que conoces su intención... Quizá llegue a conocer también la intención de su
señor; entre tanto, antes de conocerla, sufra de buen grado su voluntad (Serm.
296,7).
Desconocemos
si las restantes cosas nos serán útiles o no. Un hombre pide a Dios que pueda
casarse; ¿Cómo sabe si será para su bien? Otro le pide riquezas; ¿cómo sabe si
una vez hecho rico soñará con ladrones mientras que cuando era pobre dormía
tranquilo? (Serm. 154 A, 6).
Una
gran base de este discernimiento será siempre la confesión y humillación de
nuestras iniquidades y debilidades, el andar siempre en búsqueda confiada y no
temerosa de la voluntad divina y, por ende, un cierto equilibrio interior;
poseer la discreción para saber vivir según el Espíritu, creciendo el hombre
interior, y, si es gracia de Dios, el discernimiento de espíritus que da el
Espíritu Santo gratuitamente. S. Bernardo, y la tradición monacal con él, enseña
y educa al hombre espiritual en esta discreción.
La discreción
/ discernimiento. Es cierto que esta virtud es maestra y señora de todas las virtudes, las armoniza con
flexibilidad y las gobierna con gallardía, las mantiene con dignidad y
discreción, para que no se inclinen versátiles hacia una u otra (Sent. III, 5);
el que corre debe encender la luz de la discreción, que es madre de todas las virtudes y corona de la perfección. Ella enseña
a no ser exagerado en nada (En la Circuncisión del Señor, Serm. 3, 11).
La discreción
equilibra todas las virtudes, el equilibrio engendra moderación y encanto, e
incluso consistencia.... La discreción no es una virtud, sino la moderadora y
auriga de las virtudes, ordena los afectos y orienta las costumbres. Si
prescindes de ella, la virtud será un vicio, y la misma afección natural más
bien alterará y exterminará a la naturaleza (Cant, Serm. 49,5).
¿Quién será
capaz de vigilar y observar con diligencia sus estímulos internos que se agitan
en él o nacen de él, de modo que en cada sentimiento ilícito de su corazón
pueda discernir claramente entre la pasión de su espíritu y la mordedura de la
serpiente? Yo creo que no lo consigue ningún mortal, a no ser que iluminado por
el Espíritu Santo, reciba aquel don especial que el Apóstol designa como discernimiento de espíritus entre los
diversos carismas que enumera (Cant, Serm. 32,6).
Que venga del Espíritu Santo el discernimiento y no se engañe nadie con otro espíritu distinto...
ResponderEliminarBrilla el oro, pero más la Fe.
Abrazos fraternos.