La
jornada se presenta como momento agradable al Señor para vivir, un día más, en
santidad; ser santos en las obligaciones de familia y de trabajo, nada
espectaculares, sino monótonas y repetitivas, encajando con mortificación los
inconvenientes que se presentan, lo adverso, los pequeños sacrificios que hay
que asumir sin esperarlo.
Un
día normal es un día más para vivir en santidad, desarrollando la vocación
bautismal a ser santos.
Cualquier
cosa en el día a día, hecha con fe, es susceptible de ser una ofrenda a Dios y
que sea vivida con santidad. El Apóstol de las gentes ya nos exhortaba: “tanto
si coméis, como si bebéis, o hacéis cualquier otra cosa, hacedlo todo para
gloria de Dios” (1Co 10,31).
La
santidad cristiana es dar gloria a Dios en los afanes del mundo; en la materia
mundana, en las preocupaciones y trabajos de cada día. ¡Todo para gloria de
Dios con un gran espíritu de fe! Así vivieron los santos.
La
vida en santidad, en este sentido, es más fácil y más accesible de lo que
pensamos; con palabras del beato John Henry Newman: “A nuestro Señor
Jesucristo, como mejor se le sirve, y con más fervor, es siendo diligentes en
el deber, cumpliendo nuestros deberes en el estado de vida al que Dios haya
querido llamarnos”[1].
La
fidelidad a las obligaciones del propio estado, en muchas ocasiones, es
heroica. No se trata de que todos tengan que huir del mundo o cambiar de estado
de vida, sino de entrega y fidelidad al propio deber estando en el mundo, sin
contagiarse del espíritu mundano, sin amor carnal al mundo, sin dejar que el
mundo lo absorba, sin apego a las cosas del mundo. ¡Difícil equilibrio que sólo
la gracia puede lograr en el alma!
Nuestro
convencimiento para vivir la santidad cotidiana es que “nada es tan banal o
trivial que no pueda dar gloria a Dios” (Beato Newman): cualquier cosa que
hagamos con espíritu de fe puede glorificar a Dios en nuestro día a día. Todo
puede incluirse como ofrenda a Dios para quien quiere vivir en santidad: “Me
negaré a mí mismo. Sé que con Su ayuda, lo que en sí mismo es doloroso, se
volverá agradable porque lo hago para Él. Sé bien que no hay dolor que no se
pueda llevar con gusto, pensando en Él y con Su gracia, y con una firme
determinación de la voluntad”. Por eso, “yo, que soy un pecador, tomaré esta
pequeña molestia con generosidad, contento por la oportunidad de negarme en
estas cosas, humillándome, porque necesito una severa penitencia”, seguía
diciendo Newman; “toda esa parte que me desagrada, en la medida en que no dañe
mi salud, y no suponga para mí una añagaza, la preferiré y la abrazaré”.
Haciéndolo
todo por Dios y para la gloria de Dios, brillará nuestra vida como luz ante los
hombres, brillará de por sí, sin que busquemos reconocimiento o protagonismo.
Lo haremos sin fingimiento ni afectación, sino con toda naturalidad y
sencillez: “No, no voy a afectar nada. Voy a cumplir con mi deber,
varonilmente, con la gracia de Dios” (Beato Newman). Así va transcurriendo cada
jornada y es ocasión de estar siempre con una mirada de fe, sobrenatural, para
discernir lo que Dios nos pueda estar pidiendo: “en todo lo que suceda, el
cristiano se esforzará por discernir la voluntad de Dios mirando fijamente, por
así decir, el rostro de su Señor. Sentirá que la auténtica contemplación de su
Señor se da en su oficio en el mundo…
Tomará, así, sus ocupaciones diarias como un don de Dios y lo amará como tal”.
Nuestro
lugar, el mundo; nuestra santificación, los deberes y afanes; nuestro deseo, la
gloria de Dios; nuestro espíritu sobrenatural y creyente, no profano o mundano.
Cualquier cosa que hagamos puede glorificar a Dios; los trabajos y obligaciones
diarias son materia de nuestra santificación; luego es posible ser santos en lo
cotidiano, en el propio estado de vida.
Nuestros
afanes y trabajos poseen una ventaja, apartarnos de la ociosidad que no haya
lugar a la pereza, porque ésta nos hace divagar, imaginar, y termina apartando
el pensamiento de Dios. El trabajo nos centra, ocupa la mente, y realizándolo
como ofrenda a Dios, se convierte en plegaria.
Siempre
habremos de suplicar la gracia para vivir con santidad entre los afanes y
ocupaciones de cada día, situados en el mundo; con palabras del beato Newman:
“¡Que Dios nos dé gracia en nuestras distintas esferas y posiciones para hacer
Su voluntad y dar lustre a Su doctrina; que, ya comamos, ya bebamos, ayunemos o
recemos, trabajemos con las manos o con la inteligencia, viajemos por el mundo
o permanezcamos en nuestros lugares, demos gloria al que nos ha adquirido con
Su sangre!”
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